A finales de la década de 1970 comienza a escucharse sobre Elicura Chihuailaf en los círculos literarios chilenos. Sus primeras publicaciones no fueron escritas en mapudungun, lengua de la nación mapuche, sino en castellano. Asimismo, las primeras traducciones de sus poemas, a la lengua de sus ancestros, fueron realizadas por otros autores, tal como indica la introducción de
ÜL: Four Mapuche Poets (1998). Hago esta acotación porque la trayectoria poética de Chihuailaf ha demostrado una movilidad intensa entre culturas y lenguas, de tal manera que sus poemas pueden leerse como traducciones de afectos, mundos, existencias que circulan, fluidamente, entre el pueblo mapuche y sus lectores/aliados chilenos. Un ejemplo clave para entender esta tarea intercultural de traducción es su relectura de Pablo Neruda, publicada en 1996. Los textos nerudianos han sido escogidos y traducidos al mapudungun por el propio Chihuailaf. El título, Todos los cantos / Ti kom vl, alude a la bisagra entre este Premio Nobel y la tradición poética mapuche: el sonido, la palabra sensible y hablada. Se aprecia aquí un gesto político y literario al mismo tiempo. El traductor recupera un Neruda próximo a las cosmovisiones y luchas de su pueblo. Leyendo la selección de Chihuailaf he percibido a otro Neruda, lejano de su grandilocuencia o sus metáforas trasnochadas. Este Neruda, desde la perspectiva mapuche, es aire liviano; parece escribir guiado por un respiro calmo y transparente.
Presentarnos a un Neruda que escribe y habla en Mapudungun significa una operación simbólica: apropiarse de un ícono de la ciudad letrada chilena para demostrar que es posible trazar puentes, contactos, aproximaciones. Chihuailaf lo explica como sigue: “Creo, por eso, que la obra de Pablo Neruda es una de las posibilidades para el diálogo entre los mapuches y los chilenos; para empezar a encontrarnos —poco a poco en nuestras diferencias”. Y aquí el traductor edita, manipula, recrea, para permitir ese encuentro. Por ejemplo, la inclusión de un poema como “Oda al aire” nos invita a pensar y sentir los despojos territoriales que ha sufrido la nación mapuche desde el siglo XIX. Escuchemos:
No, aire,
No te vendas,
Que no te canalicen,
Que no te entuben,
Que no te encajen
Ni te compriman
Podemos hacer una comparación con John Felstiner, traductor de Neruda al inglés. Leyendo su libro Translating Neruda (1990), podemos concluir que para Felstiner traducir “Alturas de Machu Picchu” fue una búsqueda estética, una despliegue de aspectos formales. La agenda de Chihuailaf es otra. Sus intereses no solo son técnicos. Para él, en primer lugar, se trata de convertir los poemas nerudianos en una experiencia cultural desde el ser-mapuche. Esto es lo que podemos apreciar en el texto “Hace tiempo…”. Neruda diría el nacer es lo lejano, un recuerdo casi abstracto. Chihuailaf dice aquí el nacer es un ahora, fluir en presente, incesante. Por un lado, escuchamos estos versos:
Alguna vez y hace tiempo
yo vi, toqué y oí
lo que nacía: un latido, un sonido entre las piedras
era lo que nacía
Por otro lado, en mapudungun las últimas líneas se perciben así:
Ti petu lleqvlu; kvñe witan, kvñe vl pu kura mew
Fey vrke ti petu lleqvlu
Podríamos también reescribir el final de esta manera: “eso era lo que estaba y nacía” o “eso era lo que estaba naciendo”. No estamos ante la añoranza, sino ante el deslumbramiento de un siempre-hoy fluctuando. El desafío estético y cultural de Chihuailaf como traductor es entonces cómo transferir ritmos y modos de ser, cómo traducir el movimiento del sentir. Pero tejer aproximaciones no significa caer en síntesis o amalgamas. Chihuailaf reconoce su identidad indígena y, en ocasiones, corrige estereotipos repetidos por Neruda. En el poema “Todos los cantos” leemos: “escucha el árbol araucano”, en clara evocación a ese epíteto con que, desde Ercilla, los sujetos mapuches son clasificados en Chile. En la traducción al mapudungun apreciamos un cambio importante: “allkvtufe mapu aliwen”, es decir, “escucha el árbol de la tierra”. Y, apelando a la sinécdoque, es plausible decir: escucha no solo a ese árbol, sino también el territorio que habita y sus existencias: el wallmapu.
Chihuailaf traduce multiplicidades de memorias y existencias. En otro texto él mismo nos dice: “(¿De qué, de cuántas aguas el / agua que bebo?)”. Pero sus traducciones no sólo buscan aproximarnos a conocimientos ancestrales, sino que aspiran a ser herramientas de negociación política. Traducir como diplomacia. En Recado confidencial a los chilenos (1999) narra con detalle el proyecto de su escritura como diálogo entre los mundos mapuches y chilenos. Este texto —embebido de plantas y de vientos, de reclamos justos— puede leerse como una teoría de la traducción intercultural. Para traducir su propia cultura, Chihuailaf nos habla de los caminos que se pierden y son necesarios reencontrar. Traducirse es buscarse y para esto se hace necesario la pausa. Tratando de guiarse en sus recuerdos, sentado en su escritorio, escribiendo-traduciendo, hace una cesura: “me detenía a ratos para observar el movimiento de las ramas de Foye canelo (…) y de las ramas del hualle”. Después de esta escena, nos indica que escribe/traduce para el público de una ciudad en tráfago. Lo interesante aquí es advertir que, a pesar de decirnos “me detenía”, en realidad nada se detiene y la lectura prosigue. Ya en esta traducción se yuxtaponen, dinámicamente, la calma y el ruido. La tarea del traductor mapuche es salir, por un momento, de ese espacio natural y que su obra cabalgue dentro las geografías urbanas. Y aquí nuevamente el interés es político, pues Chihuailaf nos recuerda: “La waria —ciudad—, ahora un camino que hay que considerar para no ser derrotados definitivamente como cultura”.
Recado confidencial a los chilenos nos advierte que traducir es también clarificar los “eufemismos”, visibilizar “una historia oculta”, “lo encubierto”. Esto se aprecia cuando el traductor se explaya y explica palabras que se han solapado en la historia chilena: “reducción”, “pacificación”. Porque proyectar un encuentro no quiere decir olvidar. Se traduce para enviar un recado, para introducir mensajes en otros espacios, pero este flujo no implica admitir la chilenización de la nación mapuche. Un pasaje del texto revela esta toma de posición: “para establecer puntos comunes de conversación, en la dualidad del acuerdo y del disentimiento”. Como demuestra el tránsito entre “árbol araucano” y “mapu aliwen”, arriba señalado, se traduce también para disentir, para corregir la tinta del colonizador.
El vaivén de acuerdos y disentimientos caracteriza la traducción que se dirige hacia los chilenos. Otras son las notas distintivas cuando se traducen las complejidades identitarias entre los propios sujetos mapuche. La mirada se vuelca hacia la familia, hacia la comunidad, hacia la confidencia. El procedimiento del traductor es aquí preservar su ser mapuche al mismo tiempo que reconoce el trasiego de contactos interculturales. Hay un poema que es un muestrario sucinto de ese proceso:
Kallfv me decía mi abuela
y me trae flores de manzanos
Kallfú me decía mi abuelo y me regala su voz y su trompe
Azul me dijeron mis padres
Kallful les digo a mis hijas
Azul en el Azul es el que rige el Alma de mi Pueblo
La palabra indígena realiza su propio andar entre generaciones familiares. Podría decirse que el sentido original de “Kallfv” se pierde en la traducción, que no es lo mismo decir “azul”. Pero el poema de Chihuailaf desafiaría los preceptos de Walter Benjamin. Cuando la abuela habla, no hay una clara separación entre las palabras y las flores: lo que se dice es semilla que emerge. Hablar tiene el olor y los colores del manzano. El abuelo, por su parte, tiene una pronunciación diferente; la palabra se ha comenzado a castellanizar. Sobre este verso Chihuailaf ha comentado: “él me hace vislumbrar la necesidad del castellano, pero haciendo uso de un instrumento (…). Como el trompe es instrumento del amor, invita a un proceso muy íntimo”. Traducir/escribir el español implica un aprendizaje cuidadoso. El pasaje sobre los padres nos introduce en la historia de la castellanización forzada. Recuerda el poeta que sus padres se vieron obligados a hablar esta lengua para sobrevivir en la ciudad. Ante las expresiones “me trae” o “me regala” aparece el tono imperativo de “me dijeron”. Este testimonio familiar se vuelve una nueva experiencia con las hijas, con quienes se usa la palabra “kallful”, expresión que procura enhebrar las flores, el trompe y el castellano. Finalmente, el autor ofrece una traducción para aproximarnos a su mundo: “Azul en el Azul”. El kallfv de los ancestros sobrevive en el presente, en otra lengua sigue germinado. Lo que se traduce en español está impregnado de la historia mapuche.
Antes de concluir, destaquemos otros nombres de la literatura mapuche. Pienso en Daniela Catrileo, Roxana Miranda Rupailaf, Adriana Paredes Pinda, Graciela Huinao y Leonel Lienlaf. Sus poemas también pueden leerse como traducciones interculturales. Porque la traducción no sólo debe entenderse desde un enfoque lingüístico, pues traducirse es moverse entre sistemas culturales, políticos, ontológicos. Escribir en castellano es ya una forma de traducir memorias, afectos, luchas territoriales. Chihuailaf propone un desafío a los traductores en dos sentidos: no solo hablamos de traducción cuando trasladamos sentidos de una lengua a otra; no solo se traducen palabras. Así, cuando nos dice (recordando a Jorge Teillier): “creo que la poesía es solo un respirar en paz” o “este escrito —este respirar en su diversa intensidad” se traza otro horizonte: traducir respiros, esto es, explicar a lectores extranjeros la historia, la estética y la política de un pueblo que desconocen o han malentendido. La tarea del traductor Chihuailaf es plantear y ayudarnos a responder estas preguntas con respeto y responsabilidad: “¿cuánto más cree saber usted acerca del Pueblo mapuche, de nuestra cultura? ¿Cuánto cree usted saber acerca del Pueblo chileno, de su cultura?”.