En septiembre de 2019, el escritor Marcelo Hernandez Castillo visitó la Universidad de Oklahoma por invitación del Mark Allen Everett Poetry Series, participando en eventos patrocinados por la revista hermana de LALT, World Literature Today. Arthur Dixon, Secretario de Redacción de LALT, conversó con Hernandez Castillo sobre su trabajo como poeta, prosista y traductor, sus esfuerzos como activista literario y su carrera como poeta indocumentado en Estados Unidos.
Arthur Dixon: En primer lugar, gracias por estar aquí. Es un gusto para nosotros contar con tu presencia en OU. Bienvenido a Oklahoma. Para empezar, quiero hacerte una pregunta que me parece pertinente, ya que estás aquí en un nuevo lugar, y estamos haciendo esta entrevista en público para Latin American Literature Today. Leyendo tus libros, he notado que escribes mucho sobre el silencio, el mantenerse callado y el tener que ocultar cosas por el hecho de ser una persona indocumentada. ¿Cómo se siente, ahora, poder hacer tanto ruido? ¿Cómo se siente poder expresarte de una forma tan pública?
Marcelo Hernandez Castillo: Gracias por hacer esa pregunta, y gracias a todos por estar aquí. Es un honor. Es un poco irónico ser escritor pero también sentir este miedo acechante de decir cosas, un miedo de hablar, y es probablemente por eso, en parte, que empecé a escribir desde una edad muy temprana. Fue una manera de hacer las dos cosas: decir lo que quería decir y, al mismo tiempo, mantener algún tipo de control sobre quién me podía escuchar o lo que se podría extrapolar de lo que yo decía. Yo siempre era muy consciente de las cosas que me escapaban, las cosas que la gente pensaba de mí sin que yo pudiera explicarlas. El silencio, para mí, era una constante, toda mi vida. El silencio siempre ha sido el mecanismo de supervivencia escogido una y otra vez por mi familia. A pesar de qué tan bien conoces a otra persona, de qué tan conectado te sientes con ella, tú no le dices ciertas cosas de ti mismo, y estas cosas tienen que ver con la documentación. Eran tiempos muy difíciles, en cuanto a la aceptación de la comunidad. Ser indocumentado te daba mucho más estigma en los noventa y a principios de los dos mil, incluso entre grupos de amigos y personas afines. Escribo en mi próximo libro que la frontera en verdad no existe al sur de Estados Unidos. Eso es nomás un marcador. La frontera existe en donde la lleve la gente, en los silencios que tenemos que imponernos después de migrar, después de aquel trauma, en el miedo provocado por la posibilidad constante de que algo o alguien te aceche. Tal paranoia me llevó a escribir mi primer libro, el poemario, de tal forma que yo pude esconderme detrás de las imágenes, a través de un lente surrealista. Creo que mi primer poemario es un libro muy silencioso, porque pude decir lo que quería decir sin miedo de las consecuencias.
AD: Tus poemas están cargados de imágenes, y son silenciosos, como dices, pero también muy físicos, muy visuales. Me gustaría saber cómo llegaste a este tipo de poesía, y a la poesía en general. En tu ensayo “Poetry As A Passport” [Poesía como pasaporte], publicado por Buzzfeed, cuentas sobre cómo empezaste a escribir como una forma de expresarte y hacer un sonido del silencio en que vivías. ¿Cómo eran aquellos primeros pasos hacia la poesía? ¿Cuáles eran tus influencias iniciales, y cómo te acercaste a ellas desde fuera?
MHC: No escribí un poema en primera persona hasta muchos años después de que descubrí mi interés en la poesía, después de muchas horas leyendo poesía y literatura en general. Fue sólo cuando fui aceptado para participar en un retiro para escritores en el norte de California, que me saqué del ambiente en que había pasado la mayor parte de mi vida, que por fin pude escribir la palabra “yo” en un poema. Puedo precisar el momento exactamente, fue esa misma semana, y eso es algo único para mí, pues tengo una memoria pésima. Recuerdo el momento exacto en que pude insertarme dentro de un poema, en vez de acercarme a la poesía desde fuera. Como digo en el ensayo que mencionas, cuando estaba en la escuela secundaria y no sabía cómo era la escena literaria, no me importaba avanzar hacia la poesía en vez de existir dentro de ella, porque sentía que yo no le pertenecía. No me veía en los ejemplos de los escritores a quienes leía. Pero eso ha cambiado mucho, y ahora sí me veo trabajando dentro de la escena literaria y respondiendo, colaborando, aportando algo a esta escena, espero.
AD: Has usado la poesía para responder a una situación que, en sí, se construye a partir del lenguaje: el lenguaje de los documentos gubernamentales, el lenguaje de las palabras escritas sobre papeles oficiales. Cuéntanos un poco sobre los esfuerzos que has hecho con Undocupoets para aumentar el acceso de otros escritores indocumentados a diferentes instituciones, como programas de MFA y premios literarios, que son cada vez más necesarios para poder establecerse en el mundo literario.
MHC: Se puede hacer cosas tan menores como cambiar el lenguaje de la página de presentación de un programa literario, la sección de “Conócenos”, para que diga, “Aceptamos participantes de todos los status de documentación”. Incluso algo tan pequeño como eso podría darle esperanza a alguna persona de que haya alguien detrás de las escenas que abogue por ella. Fundé Undocupoets junto con Javier Zamora y Christopher Soto, y ahora lo dirijo con las poetas Janine Joseph y Esther Lin. Seguimos trabajando para encontrar focos de experiencias excluyentes, que todavía existen. Cuando mi libro fue publicado, recibimos un email del National Book Award preguntando, “Si consideramos este libro, ¿usted será ciudadano de Estados Unidos antes de que se otorgue el premio?” Por suerte, después de recibir DACA en 2013, pude cambiar mi status y hacerme residente permanente. Aun así, yo no calificaba para cosas como el National Book Award, el Guggenheim, el Pulitzer —sin decir que yo merezca el Pulitzer— etcétera. Todavía podría solicitar una beca del NEA, pero siguen existiendo ciertos obstáculos de acceso, y estos obstáculos causan que algunas personas se pregunten, “¿Esto vale la pena?”
El más reciente esfuerzo de dos de los co-fundadores de Undocupoets, junto con dos de nuestros becarios actuales de Undocupoets, se llama Writers for Migrant Justice. Ellos organizaron una campaña a nivel nacional, y recaudaron más de veinticinco mil dólares, simplemente difundiendo su mensaje e invitando a la gente a sus recitales. Creo que eso nos dice algo muy importante respecto a lo que podemos lograr como escritores, de qué se trata nuestro papel en el activismo literario y cuáles son nuestras responsabilidades. Otro proyecto que pronto voy a iniciar, junto con la poeta Tess Taylor, es una campaña en la cual los participantes comenzarán sus recitales de poesía, entre ahora y las elecciones de noviembre 2020, con una recaudación de fondos para Immigrant Families Together, u otros proyectos como el Florence Project, que brinda asistencia legal y apoyo de fianza de forma gratuita a migrantes que se encuentran detenidos en la frontera. La gente tiene que poder aprender cómo ayudar con este tipo de proyectos a través de una persona en quien confía. Es muy revelador hablar con gente que dice, “Quiero ayudar, estoy dispuesto a ayudar, pero no sé cómo”. Este va a ser nuestro próximo proyecto, para tratar de convencer a los presentadores y escritores de cada uno de nuestros recitales de que abran los recitales recaudando fondos para organizaciones que la gente puede apoyar.
AD: Hablando del activismo literario, cuéntanos sobre tu trabajo actual. Das clases en un programa de MFA, y también trabajas con jóvenes encarcelados. Me interesa saber qué has aprendido y qué has podido enseñar en tu trabajo con los jóvenes, y cómo se puede comparar tu trabajo dentro de una institución como un MFA y tu trabajo con gente que ha sido excluida de tales oportunidades, y que tiene acceso a este tipo de estudios por primera vez.
MHC: Los dos grupos forman parte de instituciones estructurales, pero son muy diferentes. He aprendido mucho trabajando con jóvenes encarcelados. Siento que necesito mejorarme como educador —veo que he dado por hechas muchas cosas, cuando digo, “Mis estudiantes ya sabrán esto”, o, “Tendrán interés en esto, pueden hacer este trabajo por sí solos”—. Ha sido gratificante, desafiante y revelador. Hablamos de algunos de los mismos poemas en los dos espacios. En el núcleo la pregunta es la siguiente: ¿Qué es un poema? ¿Cómo expresamos nuestras experiencias más básicas?
Me siento afortunado, porque mis estudiantes pueden confiarme sus experiencias. La mayoría de ellos son varones, aunque el centro de detención juvenil es mixta, y tienen que poder confiar. Tienen que ser vulnerables para contar sus experiencias de una forma mucho más arriesgada que la que vemos en un programa de MFA. Siempre nos enseñan a escribir de una manera que nos hace sentir que nos estemos arriesgando, a escribir lo que nos importa, y los temas que tratamos nos importan mucho en los talleres que doy en el centro de detención juvenil. Los muchachos reviven muchos de sus traumas, lidian con ellos, y confían en que sus amigos no los juzgarán por escribir un poema muy sentimental, o un poema sobre un tema que típicamente no tratarían. El riesgo sale a la superficie. En una ocasión, hubo una pelea cuando un estudiante sintió que otro se estaba burlando de su poema, y no vi a ese estudiante por varias semanas porque no permitieron que viniera a los talleres de poesía. Pero los estudiantes quieren asistir a los talleres, quieren estar allí, y eso es algo muy especial para mí.
AD: En cuanto a la colaboración, y porque Latin American Literature Today siempre enfatiza la traducción, también te quiero preguntar sobre tu trabajo como traductor. ¿Cómo te iniciaste en este trabajo? ¿Llegaste a la traducción a través de las clases, o fue nada más un interés personal?
MHC: Volviendo a lo que decía sobre los años noventa y dos mil, incluso hasta 2010 o 2011, era una cosa difícil de reconciliar. El español es mi primer idioma, lo hablo tan bien como hablo inglés y lo escribo también, pero siempre sentía que tenía que esconder aquella parte de mí, porque, por vergüenza, me revelaba demasiado. Ojalá no hubiera escondido tanto por tantos años, nomás para volar bajo el radar, como dicen, para pasar desapercibido. Una amiga muy querida —la poeta prolífica y muy talentosa, C.D. Wright, una mentora mía que ya falleció— me preguntó algún día, “Oye, ¿tú traduces? Esta frase me está dando problemas, ¿me puedes ayudar?” Nunca lo había pensado, y le dije que sí. Ella me mandó algunas páginas, ya no me acuerdo de quién.
Ella no lo sabía, pero en aquel momento me dio permiso para funcionar en español. Aquel momento, cuando ella me pidió que le ayudara, despertó algo en mí que antes me faltaba. Creció y creció hasta que yo empecé a hacer mis propias traducciones, y nosotros seguimos colaborando también. La única traducción que había hecho antes eran formularios que traduje para mis padres, en el consultorio del médico o la agencia de transporte, o traducciones verbales en el taller del mecánico: todos acercamientos muy prácticos a la traducción. Había que ser eficiente, había que ser rápido, y creo que sigo aplicando algunas de estas reglas en mis traducciones literarias. Tristemente, mi amiga falleció. Yo seguí con algo de nuestro trabajo, y se lo mandé a su pareja. Desde entonces, he tenido mucho interés también en los textos bilingües: textos de autores individuales que traducen sus propios textos y los publican en edición bilingüe. Recién di una clase sobre Francisco X. Alarcón, que escribe mucha poesía bilingüe. Pero, como digo, ese fue un momento clave, cuando C.D. Wright me dio permiso, finalmente, para volver al español.
AD: A veces se puede pensar en la traducción como algo similar a la actuación, el hacerse un personaje. En tus poemas, he notado que hay una interacción entre diferentes voces, un elemento de caracterización, de performance. Pienso especialmente en tus poemas escritos en el estilo de entrevistas. ¿Dirías que en tu obra, y también en la traducción, existen múltiples voces que juegan diferentes papeles?
MHC: Para mí, ese poema se trata de la entrevista en sí, la entrevista como una forma de conocimiento, la entrevista que produce —no quiero decir “un producto”, porque esa palabra tiene ciertas insinuaciones capitalistas— pero que produce algo nuevo, un cuerpo de conocimiento. Incluso si es una entrevista en un programa late night de entrevistas, con Don Francisco o Jay Leno o David Letterman. No traduje nada en mi poemario: todo existe o en español o en inglés, y no hay ningún puente entre medio, ningún marcador para explicar lo que se dice en español. El poemario existe en las dos lenguas.
En mis memorias, mi libro de prosa, esa fue una decisión muy difícil. Revisé todas las ciento trece mil palabras, cribando los diálogos escritos en español. Mi madre no sabe inglés, entonces ¿cómo la presento a mis lectores? ¿La presento en español, para traducirla después? ¿Explico a través de pistas contextuales, para que los lectores adivinen qué estamos diciendo? ¿Combino las dos opciones? ¿O escribo solamente en inglés? Fue una decisión bien difícil.
AD: Hablando de tu libro de memorias, Children of the Land [Hijos de la tierra], ¿cómo fue la experiencia de cambiar de poesía a prosa? Antes me comentaste que este libro tuvo un calendario de escritura bastante apretado; parece que fue diferente de tu libro anterior en varios sentidos. ¿Cómo fue esa experiencia?
MHC: Children of the Land es un libro muy lírico, porque me acerqué a la escritura como poeta. Una de las diferencias más marcadas fue que ya no pude —no quiero decir “esconder”— pero ya no pude sentirme tan cómodo hablando de mí mismo como en el poemario, porque los poemas son mucho más imagistas, simbólicos, surrealistas, y me sentía cómodo en aquel espacio etéreo. Casi no hay ninguna mención de tiempos o lugares reales en el poemario. Creo que sólo menciono un solo lugar real, y un solo tiempo real: 1959, el año en que nació mi tío en Esparto, California, un pueblo al oeste de Davis, California donde mi mamá trabajó mucho tiempo. Aparte de eso, el poemario no está localizado en ningún tiempo. Pero en un libro de memorias, hay que revelar hechos. El libro ha causado mucho drama entre mi familia, respecto a lo que podemos decir de nosotros mismos y lo que queremos decir de nosotros mismos. Fue muy, muy difícil trazar la línea entre lo que puedo decir y lo que no puedo decir. Muchas de las cosas que cuento todavía están pendientes, todavía están en camino. Lo que escribo en mi libro puede afectarlas en la vida real. Tuve que tener mucho cuidado con eso, y también tuve que aceptar la dificultad de escribir de una manera más autobiográfica, de abandonar la sutileza que tenía en el poemario. También tuve que aceptar el calendario: tuve que terminar el libro en dos años. Pero, a fin de cuentas, estoy muy, muy contento con lo que hemos producido. El libro que yo propuse difiere mucho del libro final al cual llegamos, entre mi editora y yo, y a ella le pareció bien este cambio. Ahora que el libro está terminado, no sé si mi próximo proyecto será en poesía o prosa. No sé qué vehículo querrá usar, qué recipiente escogerá.
Norman, Oklahoma
18 septiembre 2019
Traducción de Arthur Dixon
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