Mariposa
La realidad se posa y es del lento
pavo real. La mariposa, en cambio,
es un instante vuelto cosa, tan vio-
lenta en su vanidad morosa, viento
que se impacienta y se abanica. Es sorna
contra la muerte que la adorna, antojo
que igual que todo lo que advierte el ojo
—o casi— no es real. Sola, se torna-
sola y se dora, torna en danza muda
su mudanza. La realidad decora,
disuade, cansa —agrega a cada hora
mansa sustancia ciega. En cambio, anuda
el aire a su ansia suelta y va, no obstante,
la mariposa vuelta vano instante.
Ezequiel Zaidenwerg
Tu mariposa
Y ahora escribiste, en tu pena,
un poema de amor, pese a cierta frialdad,
una ausencia de pronombres.
Vanidad, instante, realidad…
todo suena altisonante, cosas que no duran
más que un rato de la infancia,
cuando no es pecado la ciencia
del narcisismo. Lo mismo
tu mariposa (¿es tuya?),
sola, es sustancia feliz,
y habrá que dejar que huya,
porque es amor que solamente por un rato
desafía a la muerte. Tuviste suerte:
la tuviste, fue tuya,
aunque sea un par de días.
¿O serás ese pavo real,
bello, sólido y estólido,
que despliega orgulloso sus plumas
y que al final sólo conoce del amor
la suma?
Mirta Rosenberg
Alacrán
El alacrán carnal, el de la espalda
del brazo con puñal, ¿soy yo? ¿sos vos?
Dos alfileres romos en un cos-
turero es lo que somos. Al final, da
igual: si el mundo es un dedal, pañuelo
de metal, de batirse a duelo. A cada
cual su alacrán, su lacra nacarada,
pero la nada y su aguijón —sabelo—
son señuelo y carnada. Hacete fan
del alacrán –su don, su impar talento:
hipnotizar con la ficción del cuento
pendiente. Y no te miento: el alacrán
frente a los dos suspende nuestra historia,
vaivén del burro ante la zanahoria.
Ezequiel Zaidenwerg
Tu alacrán
Aquí termina el deseo
aquí
se vuelve feo y se va
con el alacrán —un bicho con A—
que elimina la ansiedad
y esa rabiosa necesidad.
En puñal de ustedes,
el que les presta ese bicho,
acaba con el gualicho y sirve
para cortar las redes
que a los dos tuvo sujetos.
Nadie quiso ser objeto.
Es deseo en los bichos,
amigos míos,
aunque no me fío, sirve para encarnar
la historia.
Como siempre, no se sabe
lo que es más importante:
en el juego del amante
quién fue el que hizo de burro
y quién fue la zanahoria.
Mirta Rosenberg
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