No hay razones para estar optimistas. Los números de la pandemia no dejan de empeorar. Muchos países parecen seguir a la deriva. Algunos gobiernos parecen inigualables en su incompetencia; otros además de fallidos, son corruptos. Lo cierto es que no hay fecha todavía para recuperar la vida que perdimos a finales de marzo.
Esta pandemia no solo ha revelado cuán difícil es derrotar a la naturaleza, sino que ha expuesto nuestras fragilidades y debilidades más evidentes. América Latina no es la excepción. La pandemia no ha hecho sino confirmar lo que ya todos sabíamos: la fragilidad de nuestras instituciones políticas, sociales y económicas. Los medios de prensa no han cesado de denunciar la creciente desigualdad en nuestros países. Sobrevivir se ha hecho un problema no solo sanitario, sino económico. Los más desprotegidos y vulnerables pagan, muchas veces, con sus vidas el hecho de carecer de medios para enfrentar la cuarentena.
Al mismo tiempo, otro desastre parece seguir desarrollándose silenciosamente, nadie lo ve, no aparece en los medios, pero allí está: la galopante precarización del mundo literario.
Tradicionalmente la mayoría de los gobiernos latinoamericanos han concedido pocas o muchas ayudas financieras: fondos concursables, becas de creación, subvenciones, eventos culturales, ferias del libro, etc. Curiosa paradoja, a la par que se invierte en cultura, los suplementos literarios no han dejado de reducirse y algunos han terminado por desaparecer. Los que han resistido han tenido que reformularse con soluciones más comerciales que literarias. La crítica literaria, por consiguiente, ha sufrido las consecuencias de la constricción de los espacios tradicionales destinados a la literatura. Muchos son los factores que concurren a explicar este proceso, desde los consabidos efectos de las economías neoliberales siempre tan dispuestas a acorralar a la cultura con su agenda de ganancias inmediatas hasta la modificación de las formas de lecturas tradicionales debido a las nuevas tecnologías. Los problemas, en consecuencia, son muchos y el primero de ellos es la mala distribución que tienen nuestros libros en Latinoamérica. Es cierto que podemos comprar online, pero los precios siguen siendo muchas veces prohibitivos. Por otra parte, las opciones en formato electrónico parecen no haber dado el resultado esperado. El lector literario parece rehuir la pantalla electrónica. También es cierto que hay miles de blogs donde entusiastas escritores y escritoras hablan y escriben sobre literatura, pero la sensación general está lejos de ser la de una efervescencia literaria, de diálogos e intercambios. La academia ultra especializada también ha hecho su parte. Es raro ver hoy escritores en los campus universitarios, los hay, es cierto, pero son excepciones. Por donde miremos un síntoma parece repetirse, la venta de libros de literatura sigue en caída libre.
Es claro que esta revisión no es muy alentadora, sin embargo, muchos de los desastres que hoy padecemos ya estaban anunciados antes de la pandemia. ¿Qué hacer con este problema en particular? Ante todo, decirlo. Si hay algo positivo de esta crisis es que ahora resulta ridículo tratar de minimizar los problemas. Otro efecto positivo de este encierro forzado es que la gente ha comenzado a juntarse, a conversar, a leer poemas por Zoom (quién lo hubiera pensado!). Poco o nada vendrá de nuestros gobiernos enfrascados en sus eternas crisis sociales y económicas. Las urgencias hoy están en otra parte. Por eso habría que prevenir que después de esta crisis nos encontremos en un descampado peor del que ya teníamos en el 2019. De ahí la importancia de la iniciativa de revistas independientes o institucionales, editores, gestores culturales, editoriales alternativas, traductores, periodistas y los entusiastas lectores de siempre. Una de estas iniciativas nos incumbe particularmente, puesto que tiene que ver con la traducción literaria realizada por mujeres. En este nuevo número las saludamos especialmente, pues en agosto se celebra: “Women in Translation Month” (#WITMonth). Baste decir acá que la importancia de este proyecto es crucial para darle espacio a la literatura escrita y traducida por mujeres. Latin American Literature Today ha querido jugar un papel en este sentido abriendo su plataforma digital a las mujeres que escriben y traducen. Lejos estamos de haber desbalanceado las matemáticas que imperan en el mercado, nos contenta al menos comprobar que las traductoras tienen un espacio permanente en LALT para difundir su trabajo.
Ya decía que el panorama literario en nuestros países no parecía prometer demasiado en estos tiempos de Covid-19. Por lo mismo siempre es bueno mirar hacia atrás, hablar con nuestra memoria literaria, rehusarnos al olvidar. Y eso es precisamente lo que hemos hecho en este número. Hace 10 años (un 21 de agosto) falleció el escritor argentino Rodolfo Enrique Fogwill. LALT ha querido recordarlo con un dossier preparado por nuestra Editora de traducciones, Denise Kripper. Fogwill fue un escritor a contracorriente y muchos de los testimonios que ahora publicamos dan cuenta de un talento y una personalidad únicos. Fogwill ya no está con nosotros, lo único que hay que hacer entonces es seguir leyéndolo. Ojalá este dossier ayude a que pronto Enrique Fogwill sea debidamente reconocido fuera de la Argentina.
El segundo dossier, preparado por Arturo Gutiérrez Plaza, editor de contenidos de nuestra revista, tiene que ver con una rareza y un triunfo. Cuatro mujeres que llegan a Latinoamérica sin hablar la lengua y terminan siendo escritoras que escriben y publican en español. Tensión entre idiomas, pertenencias y nacionalidades. ¿Cómo llamar a este fenómeno? Arturo nos advierte en la Introducción a este dossier de la incomodidad de hablar de una lengua madrastra; por lo mismo, sería mejor hablar de una lengua materna, de un espacio de acogida, de una subjetividad y una literatura escrita por mujeres y en Venezuela. Agrego lo siguiente: mujeres escritoras y mujeres traductoras, todas juntas en este magnífico e inusual dossier, justo ahora en agosto, en el mes de las traductoras.
Otra sección que ya es una marca de LALT es la de poesía indígena llevada por otro integrante del equipo de nuestra revista, Arthur Dixon. Este dossier contiene una variada muestra de la obra de Hubert Matiúwàa. El dossier cuenta además con una nota introductoria de José Ángel Quintero Weir. En este contexto se impone una reflexión. Hoy más que nunca la promoción de la literatura de los pueblos originarios se hace urgente en una Latinoamérica donde los conflictos de estas comunidades con los gobiernos locales están lejos de haber sido medianamente solucionados. Los últimos hechos en el sur de Chile prueban lastimosamente que la lista de fracasos históricos en esta materia no hace sino repetirse y cada vez con más violencia.
Como siempre, este nuevo número de LALT viene cargado de adelantos, poemas, cuentos, ensayos y entrevistas. Además de una batería de reseñas de libros publicados en casi toda nuestra América. Esperamos que disfruten este número como lo hemos hecho nosotros armándolo en estos últimos tres meses de confinamiento.
No quiero terminar esta nota sin saludar a nuestros lectores. Hace unas pocas semanas nos enteramos de que ya teníamos 5000 seguidores en Facebook y una cantidad casi similar en Twitter. Nada de esto habría sido posible sin la persistencia de nuestra encargada de medios, Claudia Cavallin, y también de Arthur Dixon. Desde aquí les agradecemos su trabajo. Y a nuestros lectores y lectoras, les enviamos un abrazo, deseándoles lo mejor en estos tiempos pandémicos y, por sobre todo, agradeciéndoles que nos hayan seguido y leído en estos tres últimos años. Quizás no sea inútil recordar un hecho obvio: nunca debemos olvidarnos de quienes nos leen. Y diciendo esto vuelvo al comienzo de esta nota con una pregunta que es más bien una forma de perplejidad: ¿podrán estos apasionados lectores devolver la literatura de nuestro continente al lugar donde solía estar hace solo unas pocas décadas? La pregunta la dejaremos resonando en el aire.
Marcelo Rioseco
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