Matteo Lefèvre: Eres un creador poliedro. Empezaste como activista literario con el proyecto Noreste, de noticias inventadas, has sido poeta, narrador, viajero, documentalista y artista social con el colectivo de Intervenciones Públicas VPS. ¿Hay cierta jerarquía o propedéutica entre los distintos tipos de “arte” que experimentas?
Santiago Elordi: No te quiero responder con teorías, definiciones, se trata de experiencias. Claro que hay una propedéutica, como tú dices, y es la poesía, pero entendida como “poiesis”, un hacer o creación que explora realidades. Es una poesía ambivalente, verbal y de acción, que transforma la vida cotidiana. La vida puede ser una obra de arte, como la música, la pintura, la literatura.
M.L.: ¿Y qué es para ti la poesía?
S.E.: Un lenguaje metafórico que nos permite conectarnos con un tipo de energía vital. Para generar ese lenguaje metafórico se requiere de una actitud que involucre todo el cuerpo físico, va más allá de la cuestión estética. Es como si en la respiración continua de la humanidad, la poesía fuera el oxígeno.
M.L.: ¿Es posible hipnotizar un nuevo destino para la poesía o estamos ante un género en estado de inexorable extinción? ¿Dónde estaría para ti la poesía de hoy?
S.E.: Creo que en estos tiempos la poesía es más necesaria que nunca. Hoy en día se ha instaurado la sensación de que el planeta es como un barco que se hunde en sí mismo. Esta sensación está provocada por una concatenación de hechos, van desde el calentamiento global, al totalitarismo tecnológico, al control del algoritmo. Se habla del fin del humanismo, de un gobierno técnico mundial súper vigilante. Todo esto lo predijeron tantos escritores en el siglo 20, como Orwell o Philip K. Dick. En este panorama distópico nos llenamos de activistas que buscan culpables. Para algunos estos desastres son producto del capitalismo, o la idea de progreso. Para otros ha sido consecuencia de una visión antropocéntrica en relación con la naturaleza, otros la encuentran en la codicia humana. Frente a esta sensación de hundimiento nos preguntamos qué hacer, y la impresión es que todos los lenguajes para responder esa pregunta están contaminados. Entonces la poesía se vuelve crucial, como ese lenguaje metafórico que nos libera del código de las máquinas, del lenguaje financiero, de todos los lenguajes que nos han llevado a este panorama de hundimiento. Esa poesía que es más presencia que idea, más belleza y menos control, que nos conecta con nosotros mismos.
Es como si la poesía, que durante siglos fue la fea de la fiesta, a la cual el poder político nunca sacó a bailar, la perseguida por los dogmas religiosos, la que el marxismo nunca incorporó en su utopía, la bastarda social que terminó recluida de los premios literarios, hoy esa poesía cobrara más sentido que nunca.
M.L.: ¿No suena eso a nueva receta salvífica, a propuesta totalizante, como género de auto ayuda?
S.E.: Ante este presente de desastres planetarios, se puede responder de muchas maneras. Por ejemplo, los políticos ofrecen crecimiento económico, el Papa desde el Vaticano predica austeridad, los gurús millonarios de la India siguen enseñando cómo alcanzar la felicidad. Cuando el planeta pareciera ser un barco que se hunde, también podemos seguir pintándonos las uñas, o preocupados de no llegar tarde a la reunión. Podemos también seguir buscando culpables, y condenarlos, o bien creer que algo nos salvará, un dios, ¿qué dios?, o que seres de otros planetas nos salvarán. Soy de los que creen que nadie nos salvará, que es honesto desactivar este panorama mundial de hundimiento mediante nuestro lenguaje metafórico. La poesía es eso, no evade la realidad ni vende paraísos salvíficos, es la realidad, abierta, ambivalente, vive en la paradoja.
M.L.: Como crítico y traductor, conozco suficientemente la poesía chilena. ¿Qué opinas de los poetas chilenos de las últimas décadas? ¿Con qué corrientes o autores actuales sientes afinidad?
S.E.: Hay corrientes que me conectan y otras no. No me conecta la poesía cuyo eje es la ruptura y la provocación, ni la moda metaliteraria, ni el poeta doloroso victimario, los cristos sufrientes, sean íntimos o sociales. Tampoco conecto con esa poesía juego intelectual ingenioso. En Chile hay una proliferación de estos poetas puzzle. ¿Qué está pasando entonces?, nos preguntamos algunos. Se supone que Chile es una reserva importante del lenguaje metafórico del planeta, y nos estamos llenado de poetas técnicos operadores de la palabra. Bueno, esto un fenómeno mundial, los poetas nerds. También está eso de creer que la poesía empieza y termina en Chile, hay mucho desconocimiento de otras tradiciones. Hay poesía chilena muy pesada. Conecto en cambio con poetas y escritores que en la forma son muy distintos entre sí, pero son vitales, más livianos y visionarios. Son muchísimo, algunos se fueron de Chile como David Rosenmann, otros están muertos como Tellier, María Luisa Bombal: otros viven pero ya no escriben como Paulo de Jolly. Conecto con Francisco Ide, Madrid, Cuneo, Armando Roa, Carrasco, Zambra, Anwandter, poetas más de la presencia, del asombro cotidiano. Conecto incluso con poetas que no escriben poemas, por ejemplo, la poesía sonora de Gubbins, Cussens. La poesía entendida exclusivamente como escritura puede ser una camisa de fuerza.
M.L.: ¿Y Neruda?
S.E.: Un virtuoso del lenguaje, sin duda, pero siempre está diciendo: “miren que bien lo hago, soy un malabarista”. También hace aparecer las cosas, pero como poeta social americano es muy inferior a Whitman. El Canto General de Neruda no integra en la diversidad, es reivindicativo.
M.L.: ¿Gabriela Mistral?
S.E.: Tiene zonas de humanidad, pero creía que la poesía consiste en enredar los sentimientos con palabras oscuras y prosodias bíblicas.
M.L.: A veces no dejas títere con cabeza. ¿Qué te parece la figura de Nicanor Parra, del que acabo de publicar una larga antología por la histórica editorial Bompiani?
S.E.: Muy interesante, explorador, desconcertante. Estuve muy cerca de Parra en los 80, estaba todo el tiempo generando escenarios desconcertantes. Una vez lo encontré paseándose muy preocupado de un lado a otro por su casa, se agarraba los pelos. Le pregunté que hacía, “le busco el cuesco a la breva”, me dijo. Parra tenía ese lado lúdico, capaz de sacudir estereotipos mecánicos de acción y pensamiento. Era como un maestro taoísta, se reía de todo lo serio. Pero también está el Parra cacique, luchando por destronar a Neruda, sus artefactos visuales que consideraba más rupturistas que los ready made de Duchamp, todo ese vanguardismo del signo liberado del referente. Por ejemplo, otra vez viajábamos por el desierto de Atacama, y me preguntó: “¿qué es más real este desierto o la palabra desierto? Le dije que el desierto estuvo mucho antes que nosotros. “Tú no sabes nada, la palabra desierto es más real que el desierto”, concluyó indignado. Admirándolo, escribí un artículo sobre la ridícula invención de la antipoesía. Publicado en El Mercurio, el artículo se llama “Soltemos a las mariposas del jardín”. Entre otras cosas abogaba por la libertad creativa, decía que la poesía coloquial es más vieja que el hilo negro. Si Parra oxigenó la poesía chilena también se volvió más papista que el Papa defendiendo la antipoesía. Es jodido ser anti-algo, quedas prisionero, marcado por una negación. Me quedo con su lado libertario.
M.L.: ¿Como te sitúas en el panorama de la literatura chilena?
S.E.: Tengo muy claro que no soy un referente importante. No estoy en la escena, tampoco escribo sobre Chile en forma directa, uno de mis temas casi obsesivos es el desarraigo cultural, además, durante muchos años estuve sin publicar. Hace muy poco aparecí con dos novelas. Es un poco la figura del boxeador retirado que sube al ring, veremos qué pasa.
M.L.: ¿Qué me puedes decir sobre el proceso creativo, los métodos y técnicas de la escritura de tu poesía?
S.E.: El ideal sería escribir como los arqueros samurái en combate, o como los poetas pintores chinos, que después de años de entrenamiento, llegan a una rápida ejecución con el pincel y la tinta, lo que da mucha frescura, movimiento, mucha vida al poema. Como yo no manejo esa gracia, ese talento, esa técnica, mi método consiste en sudar la gota. Puedo demorarme un día entero en una línea, y ojalá dar impresión que el poema fue escrito de un soplo, respirando. En resumen, mucho trabajo y artificio. Lo que también se llama la mentira verdadera del arte.
M.L.: Pasamos a hablar de novela. En los últimos tres años has publicado dos novelas, Seven, una historia de amor en Shanghái, y La Panamericana, una novela de viaje iniciático, ambas en la editorial española La Huerta Grande. ¿Qué me puedes decir sobre el proceso creativo, los métodos y técnicas de escritura narrativa?
S.E.: Me preocupa el punto de vista, la ubicación del hablante. Intento situar al hablante en una zona de extrañeza, y desde ahí mover el relato, los personajes, las escenas. Mi estructura narrativa es simple, principio, comienzo y final. Se me da muy natural, la tendencia hacia fabular. Pienso en Jonathan Swift, o los sutiles chistes del Mulá Sufi Nasrudín, que transmite sus ideas a través de situaciones ridículas. La tontería y la locura, la fantasía y lo concreto como paradojas.
M.L.: ¿Qué opinas de la importancia y la consistencia del lenguaje en la literatura? Tu prosa es sintética, tiene un ritmo fluido, pero cortado. No tiene la exuberancia y retórica que uno espera de un escritor sudamericano. ¿Quieres decirnos algo al respecto?
S.E.: Es que yo no me siento un escritor sudamericano, no creo que los escritores representen un país, ni tampoco una lengua. Nunca me he tragado ese cuento de los lingüistas que aseguran que pensamos gracias al lenguaje verbal. O esas pedanterías como que el alemán es una lengua más rica que otras para hacer filosofía. Creo que pensamos con imágenes, es lo primero, las sensaciones, que las traducimos al lenguaje verbal, eso viene después. La prueba está en nuestros antepasados primitivos, representaron el mundo pintando esos ciervos en la roca. La escritura acaba de aparecer hace cinco mil años. Me siento entonces parte de la tribu de los escritores incómodos, incluso traicionados por las palabras, y que no dejan de escribir. Tal vez esta paradoja sea lo que le da sentido a esto de escribir.
M.L.: ¿Qué puedes decirnos de tu carrera literaria? ¿Cómo ves tu actividad en los años?
S.E.: Desde que comencé a escribir supe que no correría la carrera literaria. No se me da eso de ir llenando casilleros, escribir periódicamente columnas, el lobby con los sellos editoriales, los premios, los congresos. Esto no quiere decir que no quiera publicar, o que no esté interesado en construir una obra, como se dice. Pero donde pongo el acento, es en permanecer en el estado creativo cuando todo a tu alrededor opera en contra.
M.L.: La literatura chilena siempre ha sido afectada por el fantasma de la dictadura y sus consecuencias. ¿De qué manera afectó la dictadura la literatura de tu generación y, en especial modo, tu escritura?
S.E.: Mira, en este tema de las generaciones yo ando bien perdido. Nunca fui hippie, o revolucionario, y cuando apareció el punk, que me tocaba por edad, yo andaba leyendo poesía haikú. No sé por qué no encajo con los movimientos sociales de mi tiempo, soy bastante anacrónico, cangrejo. Durante la dictadura, los artistas mayores que yo tuvieron un compromiso político muy activo, lo que les dio una carta de validación histórica. Yo no, yo tenía 11 años para el golpe militar, y si a alguna generación pertenezco, será la que trató de imponer una nueva lógica. A los de Noreste nos enrostraban una falta de compromiso político, o una política escapista. Y en cierto sentido tenían razón. Nosotros en Noreste estuvimos inventando noticias falsas. No protestamos desde la política, sino haciendo un tipo de poesía incluso lúdica. Esto lo vine a entender mejor con los años: los artistas durante dictaduras represivas responden de distintas formas, y lo inclasificable, llamémoslo poesía, desconcierta al autoritarismo. En este sentido, la lectura de que la dictadura cayó, exclusivamente gracias al activismo político, puede ser incompleta. Nosotros en ese tiempo nos decíamos: no vamos a esperar la llegada de la democracia para hacer poesía o vivir la imaginación. Fue una disidencia consciente. Lo terrible de las mil formas de dictaduras es que te atrapan la mente, también a los que protestan contra ella. Entonces fuimos una generación escapista, y debiera agregar, también fuimos la generación del fracaso. Esto porque si en la dictadura respondimos con una actitud poética o escapista, cuando llegó la democracia, culturalmente nos diluimos en el lenguaje de lo políticamente correcto.
La dictadura afectó definitivamente mi escritura. Hasta hoy sigo escapando creativamente ante cualquier tipo de represión. Sigo creando personajes que en situaciones represivas expresan su libertad individual, pase lo que pase. Detesto cualquier forma de expresión totalitaria, venga de donde venga. Aunque no me gustan las definiciones, políticamente sería un anarco-individualista, en la línea liberal de un escritor como Thoreau. Soy de los que creen que la cadena mental que genera todo tipo de desastres, dolor o sufrimiento social, se puede romper creando otras realidades. Así, en este contexto de hundimiento global que vivimos, la poesía vuelve a cobrar más sentido que nunca.