Hace unos meses escribía en esta misma nota algunas reflexiones sobre el reducido número de traducciones al inglés en Estados Unidos (alrededor de 3% de todos los libros publicados en este país son traducciones). Hay innumerables artículos en la red que tratan de explicar por qué los americanos no leen narrativa escrita en otros idiomas. Basta ver la cantidad de escritores de primera calidad que escriben en otros idiomas y cuyas obras siguen ignoradas o poco conocidas en inglés. Hay muchas explicaciones para entender este fenómeno, algunas de ellas apuntan al desinterés de los lectores americanos por las culturas de otros países; otras, a los clásicos problemas de mercado junto con un mundo editorial predominantemente blanco. Lo cierto es que este poco estimulante 3% sigue imperturbable y parece difícil que las cosas vayan a cambiar pronto.
De forma inversa el mercado literario latinoamericano está mayoritariamente compuesto por libros en traducción, las editoriales transnacionales no cesan de inundar nuestros mercados con literatura escrita en inglés. Lo mismo pasa con el cine. Lo vemos y lo leemos. El mundo no nos es indiferente, pero no sucede lo mismo en los grandes centros metropolitanos. Muchas son las causas que contribuyen a que la periferia cultural nunca llegue a ponerse en el centro. Basta escudriñar un poco para encontrarse con sorpresas bastante desconcertantes. Por ejemplo, el reputado crítico, Harold Bloom, nunca hizo mayor esfuerzo en disimular que para él el canon occidental estaba compuesto mayoritariamente por obras escritas en inglés donde Shakespeare representa la cúspide de “lo mejor que ha sido pensando y dicho” en Occidente, solo para usar las famosas palabras de Matthew Arnold. Por ello tampoco es extraño que muchos centros de estudios latinoamericanos en las universidades estadounidenses mantengan todavía sus nombres y hagan sus actividades en inglés. ¿Cómo no extrañarse que muchas conferencias importantes no se presenten en este país en traducción simultánea, cosa tan frecuente en nuestros países? Estados Unidos no tiene un idioma oficial, pero dicha la verdad, al momento de hablar de literatura no necesita de ningún dictado constitucional para ser la lengua del mercado y de la academia.
No exagero. Un ejemplo para apoyar lo anterior, el escándalo que suscitado en las últimas semanas por la novela American Dirt de Janine Cummins. No repetiré aquí lo que ya se ha venido diciendo en las redes y los medios (Myriam Gurba, Ignacio Sánchez Prado, Nicolás Medina Mora, entre muchos otros, ha abierto un interesante debate al respecto). La novela se hizo lamentablemente conocida no por sus ventas o su calidad literaria, sino por las quejas de la comunidad latina de Estados Unidos que vio en este texto de “ficción” una representación insultante de México y su cultura. Y es cierto. La novela de Cummins prueba, una vez más, que la imagen que todavía se tiene de México en EE.UU (y no sería ninguna arbitrariedad afirmar que se tiene la misma idea de todo el resto de América Latina) está repleta de los mismos deplorables estereotipos de siempre. Aclaro que la calidad de esta novela no es el problema en sí mismo. Juzgar esa novela como un texto literario dependerá de cada lector. Sin embargo, lo que no es neutral aquí es toda la maquinaria editorial (Flatiron Books) que creyó que este conjunto de falsas y exageradas ideas sobre México iban a ser del gusto del lector promedio de Estados Unidos, al punto que Cummins fue comparada con Steinbeck y aplaudida por Oprah y Stephen King. Con la ignorancia total sobre México una autora que escribe en inglés pudo llegar a cobrar un adelanto de 7 cifras para publicar una novela que la comunidad latina en Estados Unidos ha considerado una vergüenza en casi todos los niveles posibles en los que se puede leer un texto literario sobre inmigración en la frontera sur de Estados Unidos.
¿Qué está mal aquí? ¿El 97% de los lectores que no parece querer leer libros traducidos o la industria editorial de Estados Unidos que no tiene ningún interés en publicar otros autores que no sean los que escriban en inglés? La pregunta es sencilla; la respuesta, no. Lo cierto es que en este panorama la literatura latinoamericana representa una fracción de ese 3%. O sea, que todo puede empeorar como lo sabía el sabio Murphy. Esto da que pensar. Y más en un ambiente universitario. Después de tantos cursos para aprender español en las universidades de Estados Unidos, programas de estudios en el extranjero, cursos de traducción, de cultura y literatura latinoamericana, se puede decir que todo este esfuerzo e inversión de millones de dólares no ha tenido realmente ningún impacto en la recepción de la literatura latinoamericana (o sobre cómo se ve y entiende Latinoamérica ya sea en inglés o español) en este país. Ni hablar del gran mundo editorial (la tarea heroica de publicar en traducción depende casi siempre del trabajo heroico y concienzudo de editoriales pequeñas e independientes dispersas en todas partes de Estados Unidos). Todo parece indicar que el inglés seguirá siendo la lengua literaria en Estados Unidos por, al menos, un largo rato.
Sin embargo, dentro de este contexto, iniciativas bilingües como las que propone Latin American Literature Today cobran especial significación. Nuestra idea es proponer otra mirada, abrir esa ventana al público angloparlante precisamente a través de la traducción. Y nos sentimos especialmente contentos, pues sacamos este nuevo número ahora que acabamos recién de cumplir 3 años de existencia. En este número 13 de LALT, Delfina Cabrera ha organizado un interesante dossier de portada sobre Mario Bellatin, a quien, ya hace una década, The New York Times caracterizaba como: “one of the leading voices in experimental Spanish-language fiction”. En su propio país de origen (Bellatin es mexicano, criado en el Perú) autores como Mario Vargas Llosa y Alonso Cueto lo han considerado una de las voces más interesantes de la narrativa latinoamericana actual. El otro dossier fue compilado por Pablo Brodsky y se trata de una extravagancia y de un extravagante, quizás una larga deuda también. El dossier es sobre el escritor chileno Juan Emar, un escritor mítico, de culto, con una obra tan extensa como compleja: Umbral (publicada íntegramente por la Biblioteca Nacional de Chile en 1996).
Muchas sorpresas trae este número: una entrevista de Claudia Cavallín a Diamela Eltit quien en octubre pasado visitó la Universidad de Oklahoma invitada especialmente a dar una charla en el Congreso Tierra Tinta; una traducción inédita de Andrew Adair de un cuento de Rosario Castellanos “Cabecita blanca”; en literatura indígena, poemas del poeta náhuatl Martín Tonalmeyotl, en literatura brasileña muchas cosas nuevas: traducciones de Alexis Levitin de 3 poemas del poeta brasileño Salgado Maranhão. En adelantos, destaco una, un fragmento de la traducción de la novela de Alberto Chimal The Most Fragile Objects que estuvo a cargo de nuestro amigo de siempre, George Henson. En nuestra sección sobre la traducción, varias primicias, Nurit Kasztelan, Maureen Shaughnessy y Beatriz Badikian-Gartler nos hablan de sus experiencias en la traducción. Hay que decir, en palabras de Beatriz Badikian, que “cada teórico presenta su metodología de la traducción con una pasión que delata su compromiso personal”. Lo mismo puede decirse de los traductores, no se trata de un oficio uniforme, muy al contrario, cada día me parece una forma de la literatura profundamente personal.
Muchas otras cosas van en este barco de la literatura latinoamericana. Imposible incluir todo lo que hemos hecho en estas apretadas líneas. Simplemente esperamos que los lectores lean y disfruten esta nueva entrega de Latin American Literature Today.