La poeta, narradora, y profesora Mayra Santos-Febres (PhD, Cornell, 1991) es reconocida por sus novelas Serena Selena vestida de pena —obra finalista del Premio Rómulo Gallegos 2001—, Cualquier miércoles soy tuya (2002), y Nuestra señora de la noche (2006). Su obra narrativa abarca temas como la herencia africana, la marginalización de afro-puertorriqueños, la situación social de mujeres en Puerto Rico, el inframundo urbano tecnológico, y el nuevo imperialismo de la cultura estadounidense. En el año 2010 fue nombrada por el diario El País como una de las personas más importantes de Ibero América del año, y ese mismo año ganó una medalla de UNESCO por fundar el Festival de la Palabra en Puerto Rico. Actualmente es catedrática de la Universidad de Puerto Rico donde dirige el taller de narrativa.
Esta entrevista se concentra en su identidad como escritora puertorriqueña de ascendencia africana, su relación con EE.UU., su generación literaria y la relación de esta con las antologías y el proyecto colectivo generacional. Fue realizada a propósito de su participación en la antología Se habla español: voces latinas en USA (2000), que representó un momento de inicio para lo que se está reconociendo paulatinamente como un nuevo boom latino en los EE.UU.
Thomas Nulley-Valdés: ¿Me puedes contar un poco de tu vida? ¿Quién es Mayra Santos-Febres? ¿Y cómo terminaste viviendo y estudiando en los Estados Unidos?
Mayra Santos-Febres: Yo soy puertorriqueña y los puertorriqueños vivimos un caso de identidad muy extraño porque nuestro país es considerado como un estado libre asociado, pero, a la hora de la verdad, no somos ni estado, ni libre, ni asociado. Todos tenemos pasaportes estadounidenses. Esto me permitió irme a Estados Unidos a estudiar en Cornell University durante un poco más de tres años. Desde entonces, he estado yendo y viniendo a Estados Unidos y a otros países caribeños, europeos y latinoamericanos. Puedo decir que provengo de este país limítrofe que es parte de Estados Unidos, pero a la misma vez no lo es; que es parte de América Latina, pero a la misma vez no lo es; y que es claramente parte del Caribe. Lo que ocurre con Puerto Rico se parece mucho a lo que pasa con Martinique o Guadalupe en relación con Francia o lo que pasa con Aruba o Curaçao y Holanda. Yo no me puedo —y a la misma vez lo hago— llamar latina por migración, sino que soy latina por default, porque es uno de los muchísimos nombres que “me aplica” según las clasificaciones de censos estadounidenses. El asunto se complica aún más porque, además, soy afrodescendiente. Por lo tanto, en un proyecto como Daughters of the Diaspora (2003) que es una antología de afroamericanas o afrodescendientes, aparezco yo.
El asunto de las luchas por derechos civiles que han ocurrido en Estados Unidos también me coloca en un lugar social muy liminal. Soy latina sin serlo y afroamericana porque ser negra es transnacional. Vivo en un país que funciona perfectamente en español, pero soy proveniente de dos comunidades globales, una del norte y otra del sur. Soy caribeña en tres idiomas, y latinoamericana tan solo en uno. Por lo tanto, no sé realmente cómo contestar tu pregunta acerca de mi identidad. Digamos que es un asunto complicado. A mi me gusta definirme como Madre ejecutiva y como negra letrada.
T.N-V.: De alguna manera parte de tu generación literaria se ha definido por medio de y por su uso de las antologías de cuento. ¿Cómo se empezaron a establecer los vínculos generacionales? Y ¿qué papel jugaron las antologías? No solamente participas en Se habla español (2000) sino también en Líneas aéreas (1999), y ambas antologías dialogan con McOndo (1996), ¿cómo se relacionan estas?
M.S-F.: Yo no sé exactamente cuándo empezó todo, pero creo que fue a principio de la década de los noventa, en 1993 más o menos, cuando se celebró el I Foro Iberoamericano “Literatura y compromiso” en Málaga, España. Invitaron a sesenta escritores emergentes latinoamericanos. Un mastermind maléfico —no sé quién fue— nos reunió en un centro de rehabilitación de drogodependientes en un pueblo que se llama Molilla. Allí entablamos relación un grupo de narradores y poetas de todo el hemisferio: Fernando Iwasaki, Marcelo Birmajer, Malú Urriola, Nadia Prado. Entre ese grupo de 60 escritores escogidos, estaba yo.
Luego, se celebró otro foro que convocó Casa de América en Madrid en el año 1998. Allí conocí a Carlos Cortés, Edmundo Paz Soldán, Jorge Volpi y a varios otros compañeros de generación. Me acuerdo habernos reunido con Eduardo Becerra en Madrid donde nos propuso participar en un proyecto de antología que luego se tituló Líneas aéreas (1999).
Después de eso Julio Ortega, que es el crítico peruano que había sacado la Antología del cuento latinoamericano del siglo XXI: Las horas y las hordas (1997), convocó otro grupo para que participáramos en la feria del libro de Guadalajara. Luego, tanto Volpi, como Paz Soldán, como otros escritores empezamos a trabajar dirigiendo festivales y encuentros en ferias y en universidades. Poco a poco, se fue formando un tejido generacional.
Ya que trabajo como profesora universitaria, me interesaban las nuevas propuestas de literatura latinoamericana y caribeña. Así que llamaba a mis amigos. Lo mismo ocurría si ellos me llamaban a mí para solicitar recomendaciones acerca de la nueva literatura caribeña. Volpi me señaló a Guadalupe Nettel antes de que ella explotara, para darte un ejemplo. Todo el tiempo revisábamos nuevas voces, textos diferentes, que no eran repeticiones del realismo mágico, sino textos que conversaban con lo tecnológico, con la ciudad, con el género, con la raza. O sea que McOndo y Líneas aéreas son proyectos incipientes de lo que luego se convirtió en Se habla español y en otros proyectos de antologías. Hemos estado trabajando intensamente en muchas antologías, creando cada uno por su lado, pero a la misma vez con la misma visión: ampliar la perspectiva de lo que es la literatura latinoamericana. Yo los leo como parte de un mismo proyecto, el de presentar una cara más plural de lo que era la literatura latinoamericana —incluyendo las diásporas, a las mujeres, a los negros, a los straight, a los gays—, expandiendo e interconectando el proyecto de la literatura de nuestras regiones.
T.N-V.: ¿Y cómo concibes esta visión colectiva generacional, la de ampliar y pluralizar la visión de lo que es la literatura latinoamericana?
M.S-F.: El proyecto de nuestra generación ha sido el de abrir la cosmovisión de lo que se pensaba que era un escritor latinoamericano y de los temas que debía tratar. Estoy absolutamente de acuerdo con que los proyectos literarios no tienen que ser ideológicos. Eso sí, mi intención cuando escribo es insertarme y fortalecer la cultura de los diálogos propios de las sociedades abiertas. Yo tengo mis ideas como persona civil, pero literariamente no me da la gana de que la literatura se tenga que declarar de izquierda para que sea respetada. La izquierda también ha metido la pata y ha perpetrado mucha censura. Me interesa que la literatura explore sus límites por donde el escritor quiera explorarlos.
Tampoco me da la gana de que la literatura latinoamericana sea exclusivamente configurada por el proyecto criollo, es decir, por “representantes de la alta cultura criolla y patriarcal”. Los escritores del boom, tanto en poesía como en novela, eran todos hombres blancos. Había escritoras latinoamericanas, pero operaban en una esfera separada. Y toda esta gente que yo te menciono —Paz Soldán, Sergio Gómez, Alberto Fuguet, Iwasaki, Volpi, Rosa Beltrán, Nettel, Rita Indiana— y yo estamos bien comprometidos en incluir, en el mismo nivel a escritores y a escritoras, a negros, criollos, garífunas, nativoamericanos de todas las etnias, a gente de la comunidad LGBT, como tú lo has visto en las antologías. Me parece que, de esta manera, el proyecto generacional ha sido bien exitoso porque se ha multiplicado el rostro de lo que se conoce como la literatura latinoamericana.
T.N-V.: Entonces, ¿el hecho de que los dos editores de Se habla español, Fuguet y Paz Soldán, fueran clasificados (para bien o para mal) como escritores “McOndianos” —y todas las asociaciones negativas que eso supuestamente implicaba: ser anti-magicorealistas, parricidas de García Márquez, niños bien neoliberales— influyó en tu decisión de participar en Se habla español? ¿Qué opinas de McOndo?
M.S-F.: La necesidad de romper con el realismo mágico se dio desde distintos lugares literarios. El realismo mágico fue una fuerza de inducción importante, fue la escritura más importante de la segunda mitad del siglo veinte en el mundo entero. Tanto así que Salman Rushdie, Paul Auster y Toni Morrison llegaron a decir en un momento dado que entre sus escritores tutelares se encontraban Borges, Cortázar o García Márquez.
Sin embargo, el mundo editorial llegó a utilizar el realismo mágico como marketing y a exigirle a un autor latinoamericano que se circunscribiera a lo que luego se convirtió en una fórmula literaria. A ese punto llegó la influencia de Macondo y del realismo mágico.
Por lo tanto, las generaciones subsiguientes al boom empezamos a sentir que solo teníamos la opción de continuar con el realismo mágico o morir. Comenzó la resistencia literaria a dar sus frutos con la novela policial iberoamericana (Leonardo Padura Fuentes, Rolo Diez, Antonio García Molina, etc.). En los años 80, las mujeres atacaron fuerte con sus propuestas narrativas, que son múltiples y diversas —desde la reescritura del realismo mágico de Isabel Allende, Ángeles Mastretta y Laura Esquivel, hasta el juego con la novela histórica y el testimonio de Elena Poniatowska, las novelas experimentales de Diamela Eltit o las “fantásticas” de Carmen Boullosa.
Los y las escritoras más jóvenes de ese momento de fin de siglo XX no teníamos de otra que apostar desde el movimiento del Crack o de McOndo o el movimiento que fuera. Teníamos que romper la burbuja del realismo mágico y su “folklorización” que se nos hacía asfixiante y que no daba cuenta de las otras exploraciones literarias que siempre se dieron en la literatura latinoamericana y caribeña. Había ansias de renovación.
T.N-V.: Volviendo a Se habla español, ¿en qué medida estabas de acuerdo o no con lo articulado en el prólogo? Me refiero a las ideas de la fusión interamericana en este país y el intento a recuperar el español como legítima lengua hablada y escrita en los EE.UU.
M.S-F.: Estoy totalmente de acuerdo con el prólogo, porque la historia nos ha dado la razón. El español es una lengua importante en EE.UU. Para el 2050 el segundo país con mayor número de hispanohablantes en el mundo será EE.UU. Existen escuelas bilingües para niveles elementales, intermedios y superiores en español, programas universitarios completos de escritura creativa en español. Miremos la reacción de Trump a la inmigración centroamericana y entendamos la profunda transformación de América del Norte desde esta perspectiva. Es cierto que el español —aunque tal vez no sea de pedigrí— se va convirtiendo cada vez más en una lengua de predominancia en EE.UU. Y yo, que estoy cerca de EE.UU., estoy absolutamente de acuerdo con que así sea.
A niveles demográficos la historia nos está demostrando que Estados Unidos se está latinoamericanizando. Ahora bien, habrá que ver si se siguen creando programas bilingües y qué pasa con la literatura anglo. Te puedo contar que como directora del Programa Narrativo en la Universidad de Puerto Rico, he tenido estudiantes estadounidenses blancos de ojos azules de Texas, de Nueva York, de Chicago, que vienen a la Universidad de Puerto Rico a tomar clases de escritura creativa y que escriben fabulosamente en español. No veo ninguna razón por la que dentro de muy poco tiempo escritores estadounidenses decidan publicar primordialmente en español.
T.N-V.: ¿Qué opinas del supuesto fenómeno de globalización o como algunos lo han nombrado “la Americanización” o “Anglobalización” del mundo?
M.S-F.: A mí me parece que es casi imposible que las culturas no terminen fusionándose. También me parece que en unos cien años más, cada vez habrá menos posibilidades de encontrar “pureza cultural/racial/étnica” en algún lugar del mundo. Eso me llena de regocijo. Me fascina que haya personas con abuelos chinos, hindúes, blancos, irlandeses y negros. Creo que vamos a avanzar mucho como especie, que seguirán integrándose más componentes en esa gran danza de genes que nos fortalecerá como humanos y pensadores. Yo creo en la mezcla; por algo soy caribeña. Soy producto de estas mezclas.
Creo que la gente que demoniza la Anglo/americanización del mundo se tiene que preguntar también: “¿No existe ya una latinoamericanización de EE.UU.? Cuando caminas por cada esquina de cada cuidad de Estados Unidos, hay un restaurante de sushi, de comida mexicana, de comida boricua, de comida colombiana, peruana, y gente de todos esos países conviviendo en suelo norteamericano. La globalización supone una integración de culturas. ¡Se acabó la pureza!
Lo que yo creo que no pasa, y eso es lo que me preocupa, es una distribución de poder. Aunque todos seamos mezcla, donde se toman las decisiones de cómo se distribuye el capital y cómo se invierte, de cómo reconocemos el conocimiento médico y tecnológico, acerca de los movimientos políticos, es de nuevo en la pirámide de superioridades raciales, de género y de clase. Cada vez, somos más los mestizos con acceso a la educación, a discursos, a capital; pero, al mismo tiempo, las decisiones globales a nivel financiero y político las siguen tomando ciertos hombres blancos.
La globalización del capitalismo neoliberal es la secuela del imperialismo. Otra versión de lo mismo. Culturalmente, aplaudo la globalización. Políticamente, le declaro la guerra. El día en que la toma de decisiones y de inversión del capital se socialice, creo que al fin habremos llegado a un espacio de verdadera justicia social, equidad racial y de género. Mientras la globalización esté intervenida por el patriarcado y por las prácticas de la superioridad racial, estaremos en las mismas.
Pero tampoco hay que hacerme mucho caso en lo que digo. Yo tan solo soy una escritora.