George Henson: ¿Te llamas Carlos o Carlos Manuel? Es decir, ¿cómo quieres que la gente te llame?
Carlos Manuel Álvarez: Da igual. Tengo tatuado en mi antebrazo derecho una línea de César Vallejo: “¿Quién no se llama Carlos o cualquier otra cosa?” Un poco antes, Odiseo le había dicho a Polifemo: “Mi nombre es Nadie; y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos”. Si te pones a ver, son exactamente el mismo verso.
G.H.: Tu primer libro La tribu es una colección de crónicas, palabra difícil de traducir al inglés, primero ¿cómo la traducirías tú? o, si prefieres, ¿cómo la definirías?
C.M.A.: Un género que hace periodismo en contra de los periódicos y literatura en contra de la retórica.
G.H.: ¿Cómo te defines a ti mismo? ¿Eres periodista, narrador o no te importa la distinción?
C.M.A.: Al parecer soy lo uno y lo otro, pero todo eso viene porque no fui lo que verdaderamente quería ser, que era escribir poesía y convertirme en poeta. A mi favor debo decir que de una cosa así solo se dan cuenta los mejores lectores de poesía, gente que calla y otorga.
G.H.: En un artículo calificaste el periodismo como “una de las profesiones que más han sufrido en Cuba”. ¿Puedes elaborar eso un poco?
C.M.A.: El periodismo fue convertido en propaganda, y yo creo que incluso el propio silencio es un ejercicio más cercano al periodismo que la propaganda. Es como esos niños que antes nacían zurdos y los padres les amarraban la mano y los obligaban a escribir con la derecha.
G.H.: Figuras en la lista de los Bogotá39, ¿cómo ocurrió eso? ¿Qué ha significado para ti personal y profesionalmente?
C.M.A.: Ha difundido mis libros más rápidamente de lo que se hubieran difundido si no hubiese estado en esa lista. También me ha dado un grupo de amigos íntimos fundamental. No todos, naturalmente, pero si siete u ocho, que ya es bastante. Esas cosas están muy bien. Por otro lado, somos 39. Como lista está perfecto, una lista puede ser del tamaño que quiera darle el que la conforma, pero de ahí van a quedar tres o cuatro. Los demás nos vamos por el caño.
G.H.: ¿Crees que hay suficiente semejanza, sin distingo del idioma y de la geografía, para hablar de una literatura latinoamericana?
C.M.A.: Creo que hay suficientes diferencias, con distingo del idioma y de la geografía, para hablar de una literatura latinoamericana.
G.H.: Eres fundador de El Estornudo, una revista digital, subtitulada “alergias crónicas”. Háblanos de esa publicación y, desde luego, del subtítulo.
C.M.A.: Es una revista cubana que intenta justamente publicar crónicas que respondan a la idea de crónica que te di unas preguntas más arriba. Publicamos, por lo general, piezas de largo formato que toman tiempo de reporteo, tiempo de escritura y también tiempo de lectura.
G.H.: Cuando nos vimos en La Habana te pregunté dónde vivías y me dijiste que mantenías un apartamento en México, pero que viajabas mucho a Cuba. ¿Ves un futuro en el que vuelvas a Cuba para vivir a tiempo completo?
C.M.A.: Me pasé el último año y medio viviendo en ninguna parte, moviéndome de un lado a otro, y ahora mismo establecerme entre DF y La Habana me entusiasma mucho, o al menos más de lo que normalmente las cosas pueden llegar a entusiasmarme. Esto es así porque hay temas muy puntuales que quiero escribir, y yo estoy esencialmente en función de mi escritura. Por otra parte, no veo ningún futuro, querido George. Ni a tiempo completo ni a tiempo parcial. Lo que sí veo siempre es al pasado delante de mí.
G.H.: Háblanos un poco de tu primera novela, Los caídos.
C.M.A.: Es la historia de una familia cubana de provincias que va en picada y cuyos miembros, en ese trayecto, quieren darse amor, pero se dan otra cosa, porque la pobreza es un flagelo que desvía el destino o el propósito de las flechas que atraviesan esa atmósfera, y esta familia es pobre, o ha sido pobre, o en sus ancas lleva marcado a fuego el signo espiritual de la pobreza.
G.H.: Me dijiste que la va a traducir Frank Wynne para Fitzcarraldo y Graywolf. ¿Qué significa para ti ser traducido?
C.M.A.: Me dio tanta alegría cuando supe que iban a traducir Los caídos que me puse a llorar. No sé por qué. Pero esa alegría duró poco, unas cuarenta y ocho horas. Yo hubiese querido estirarla más y no me salió. No puedo escribir ni pueden traducirme algo cada 48 horas, así que hay un desfasaje un poco trágico entre la duración de mi felicidad y los tiempos de producción de la literatura. Eso es lo que significa, por el momento. Esperemos a que el libro se publique para ver cómo sigue el asunto.
G.H.: Hay algunos escritores que se involucran mucho en la traducción de su obra y otros que no intervienen nada. ¿Hasta qué punto o en qué medida piensas participar en la traducción?
C.M.A: No puedo involucrarme hasta ningún punto porque no sé inglés. Leí, sin embargo, el agudo y minucioso reporte de lectura que hizo Wynne, y toda mi vida he confiado en lectores así.
G.H.: Hablamos sobre la traducción en La Habana y yo te comenté mi “filosofía”, por decirlo así, la importancia de ser “fiel” al estilo y la voz del autor y también sobre la importancia de comprender la cultura y el idioma dialectal del autor. En tu caso, ¿cuáles serán los mayores desafíos para tu traductor?
C.M.A.: No lo sé, quizá delimitar el tono de las cuatro voces que componen Los caídos. No es una novela complicada.
G.H.: Ganaste una beca de residencia para escribir en Madrid. ¿Cuál es? ¿Qué piensas escribir allí?
C.M.A.: Voy a escribir algo que empieza en DF, que luego se va a Europa, y que después viaja a La Habana y a Miami. Tiene doscientas cuartillas, por lo pronto. Pero va a llevarse bastante más. Es una novela que obligatoriamente tiene que escribirse con paciencia, un estado que hasta ahora yo desconocía.
G.H.: Hablamos en La Habana sobre Sergio Pitol, autor a quien yo he traducido, en particular sobre su libro El viaje, título que para mí es la metáfora perfecta no solo para su vida sino para su obra. Lo vuelvo a mencionar porque veo un poco de Pitol en ti y en tu obra. ¿Hasta qué punto crees que la lectura y el viaje, que influyeron caudalosamente en la obra de Pitol, influyen en la tuya?
C.M.A.: El viaje es una variable que llegó mucho después de la lectura, y evidentemente mis lecturas han sido insuficientes. Pitol es un viajero extremadamente culto, cultísimo, que sabe dónde se está moviendo siempre. Yo no sé nada, o sé poco, pero he querido también aprovechar los lugares que he visitado, y estoy tratando de inventarme una poética de la ignorancia y de la soberbia, es decir, que llego a Venecia y no tengo yo que merecer Venecia, sino que Venecia tiene que merecerme a mí. La novela que voy a escribir en Madrid va por ahí. Lo que sí comparto con Pitol es la necesidad compulsiva de cifrar en palabras, desconociendo por completo esa sensación de la que habla Pierre Michon cuando dice: “Qué hermosos son los trenes en el atardecer cuando ya se ha librado uno de la carga de tener que dar cuenta de esa hermosura”.
G.H.: Última pregunta: Escribiste un post en Facebook recientemente, que me pareció una observación interesantísima, que decía:
Narrar el totalitarismo tardío, que es el que yo he vivido, no como la parábola de la destrucción absoluta de la individualidad sino, al contrario, como el proceso donde el individuo adquiere anticuerpos y engaña al Gran Hermano. No lo ama, finge que lo ama y le pone los cuernos. Pero al Gran Hermano le sirve, pues no solo se sabe engañado, sino que ha buscado eso, crear ese tipo de individuo mentiroso y escurridizo que se mueve como un adúltero de sí mismo, y cuyo anticuerpo es apenas otra expresión de la enfermedad. En el totalitarismo, finalmente, no hay infidelidad que no esté ya dentro del matrimonio.
La pregunta es esta: ¿Qué viene ahora para Cuba, el divorcio o la reconciliación? ¿O sigue el engaño?
C.M.A.: Sigue el fingimiento, porque en Cuba, el engañado es el que verdaderamente engaña, al hacernos creer que le debemos alguna fidelidad.