Hace más de una década, mientras preparaba una conferencia en Nueva York en un encuentro de investigadores indígenas, examinó fotografías que me permitieron ilustrar las paradojas de una región histórica como es la Guajira. En una de ellas podía ver las líneas curvas que como arenosos arroyos pasaban por la cara de una anciana wayuu, en la otra estaba el rostro lozano de una joven indígena que se desempeñaba como directora de un prometedor medio de comunicación escrito en Maracaibo. Son dos guajiras, me dije, una recoge la trayectoria y el conocimiento de un pueblo milenario, la otra refleja la capacidad de ese mismo pueblo para responder creativamente frente a un universo cambiante.
La última imagen correspondía a Jayariyu Farias Montiel, una joven descendiente de prestigiosos jefes tradicionales wayuu, graduada en comunicación, publicidad y mercadeo que concibió la idea original de crear un periódico que se leyera en dos repúblicas Colombia y Venezuela, que se publicase en dos idiomas : wayunuaiki y español y que atrajese a lectores del campo y la ciudad pertenecientes a diversos grupos sociales. El medio impreso, llamado Wayuunaiki, comenzó con un tiraje de solo trescientos ejemplares que luego aumentaron a diez mil y creció hasta tener veintiséis páginas a todo color y contar con corresponsales en diferentes lugares de los dos países. Poco después, con la perseverante ayuda de su progenitora y amigos pudo expandirse y tener su propia estación radial bilingüe. Sus lectores podrían encontrarlo en un elegante centro comercial,
“Los vientos no siempre soplan del mismo cuadrante ni con igual fuerza”, decía el griego Eurípides. Pronto Venezuela comenzó a ser desmantelada por una dirigencia voraz que presume de revolucionaria sin haber leído a Marx y se pavonea con costosos rolex en sus muñecas. La última vez que vi a Jayariyu no pudo disimular la angustia sobre la suerte de su vida, sus tres hijos y sus proyectos. Los visitantes extranjeros de su posada turística comenzaron a ser hostigados por los cuerpos de seguridad bolivarianos y su amado periódico comenzó a perder apoyo económico en ambos lados de la frontera. Ya lo había dicho Montesquieu: “Cuando el infortunio se generaliza en un país, se hace universal el egoísmo”.
El 21 de septiembre del año pasado llegaron devastadoras noticias de Venezuela. La valiente, hermosa y emprendedora Jayariyu enfermó en un país en donde probablemente no hay medicamentos y padeció en Maracaibo antes de cumplir cuarenta años de edad. Hoy su madre Dulcinea Montiel está al frente de su legado: una memoria y un periódico que merecen perdurar. Al traerla de regreso a través del sueño no puedo dejar de pensar en la concepción de Miguel de Montaigne sobre la amistad tal y como las interpreta Jean-Luc Hennig: “La amistad, la «fraternal amistad», es la única forma que tenemos de reconciliarnos con nuestro estado primigenio, nuestro estado de naturaleza, y de abatir al tirano que lo oprime y lo desfigura; es la única forma de vivir en libertad y de reconciliarse con la virtud primitiva”.