Luis Fernando ha dibujado historietas profesionalmente por más de cuarenta años. Desde 1979 ha publicado en periódicos como Unomásuno, El Universal, La Jornada y Milenio Diario. Nos comenta sobre la evolución del cómic mexicano y la gráfica como una manera de enfrentarse a su propio pasado.
Radmila Stefkova: ¿Cómo surgió el interés por hacer historietas?
Luis Fernando: Siempre tenía esta facilidad de representar cosas. Muy temprano se despertó un interés por algo más que lo casual, había algo especial. Empecé muy temprano mi contacto con los comics, lo que llegaba aquí, lo norteamericano y lo que producía México. Mi primera historieta la hice a los 7 años. Después me dediqué a estudiar esto y a los veintitantos años empecé a trabajar profesionalmente en el periódico Unomásuno en 1978. El periódico fue parte de la vanguardia, es decir, se publicaban fotos de desnudos, si un entrevistado decía groserías se incluían, empezaron a romper con los esquemas. Parte de su ambición era la cultura. Todos los periódicos tenían una pequeña sección de cultura y era como adorno. En este caso se dedicaban 6 o 7 páginas de cultura y se les ocurrió ofrecer un suplemento de historietas hecha por jóvenes y sus historias. El comic de autor todavía no era palabra en aquel entonces. Esa es la coyuntura en donde yo entro. Allí empezamos con el Fisgón, Sergio Arau que después dejo esto para hacer rock. Más tarde entraron Jis, Ahumada, Rocha. Después de tres años Unomásuno cambio de estilo y de directiva y los productores importantes se salieron en masa para fundar La Jornada, fue la misma gente prácticamente. Una vez que se estabiliza el periódico, vuelven a sacar el suplemento de historietas con la misma premisa. Seguimos allí publicando con otros integrantes a lo largo de más de veinte años.
R. S.: Has hecho historietas profesionalmente por ya cuarenta años. ¿Cómo ves tu propia evolución artística?
L. F.: El mismo oficio te transforma. Quizás no de manera radical, pero sí en cuanto al mejoramiento de la técnica, la manera de transmitir ideas en una página. Mi mayor cambio fue en el aspecto técnico. De los 39 años, unos 33 los pasé con herramientas tradicionales, los papeles, las tintas, los pinceles, los olores de la acuarela. Pero hace unos 5 o 6 años lo digital entra con mucha fuerza, se va formando. Antes el primer problema era pensar en lo que haces y después batallabas con las fechas de entrega, siempre brutales, los deadlines. Luego llegaba un tercer problema que era, después de realizarlo a tiempo, tenías que ir a entregarlo. El papel ha desaparecido en mi trabajo, es parte de la premisa inicial.
R.S.: ¿Cómo ha cambiado el comic mexicano?
L.F.: La industria empezó a entrar en crisis, pero no solamente la del comic, la industria de los medios en general. Hasta La Jornada empezó a cortar sus suplementos, de comic, feminismo, ciencia, ecologismo, entre otros. El impulso de creación estaba allí, pero el canal de publicación ha cambiado bastante. Industrialmente solo se publica el comic norteamericano. Los autores se empezaron a refugiar en la autopublicación y las editoriales de libros. Hace unos diez años o algo más, empieza a desarrollarse la novela gráfica tímidamente en México. Las grandes editoriales, del gobierno como Conaculta, pero también están Sexto Piso, Océano o editoriales independientes como Resistencia. Ahora hay una sección de novela gráfica en las librerías grandes. Después de la crisis empezó a ganar popularidad el webcómic, que le permitió a mucha gente joven publicar. Yo también entré en este mundo y además descubrí muchos otros autores, mexicanos y extranjeros. Estuve casi dos años en el webcómics, que me permitió seguir creando historias.
R.S.: ¿Cómo ves la dicotomía entre comic/historieta y novela gráfica?
L.F.: La novela gráfica es la entrada en el mundo de las editoriales y México no es la excepción. Es otra puerta. Ahora, el formato es muy interesante porque abre un espacio amplio. La novela gráfica permite desarrollar proyectos grandes, narraciones extensas y complejas, ya no existe el problema del espacio, propio de un suplemento. Yo veo a la novela gráfica como un formato, no como un género. Sigue siendo una historieta, no cambia nada, salvo la extensión. Lo mismo que la diferencia entre cortometraje y largometraje, o entre un cuento y una novela. No hay medidas exactas tampoco. La tira cómica breve es como la poesía en la literatura, su formato es condensado. Entre los genios de esta expresión estarían Calvin y Hobbes, Peanuts o Charlie Brown. Claro, el término “novela gráfica” pone mucho peso en la palabra “novela”, pero no hay que olvidar que el peso sigue siendo la imagen. Claro está que la historieta está formada de dos artes, la literatura y lo gráfico, lo plástico. Pero ¿cuál de estas dos es prescindible? ¿O cuál de estas dos es imprescindible? El autor Shaun Tan tiene un libro que se llama Emigrantes (The Arrival), una maravilla de novela gráfica, una obra enorme y no hay ni una sola palabra. Por fin, la novela gráfica sirvió para que la historieta se liberara de esta perspectiva como arte de mala calidad.
R.S.: ¿Cómo surgió la idea para La pirámide cuarteada, evocaciones del 68?
L.F.: Uno siempre tiene ideas que deja por allí, pero pasa el tiempo y no lo haces. Fue uno de estos casos. Obtuve la beca de FONCA, en 2014, que de alguna manera me obligó a terminar la historia. El hecho de que casi coincidió con los cincuenta años de Tlatelolco fue pura casualidad. Simplemente fue un proyecto que me interesó porque lo que quise plasmar allí fue esta sensación de un adolescente totalmente ingenuo que choca con la realidad de un momento tan fuerte. Claro, hay muchos libros de política, de historia sobre el movimiento del 68. Esto no es un ensayo, no es un espacio donde yo plasmo lo que significa el 68, sino la historia de la vida de un muchacho normal. Más allá de que era mi experiencia personal, quería representar a un muchacho ingenuo en el México de aquel entonces, cuando todo estaba limitado, toda la información muy controlada, con un gobierno de partido único. Quise mostrar cómo un muchacho de clase media se da cuenta, de una manera tan drástica, que hay otras realidades a la vista, allí en las calles.
R.S.: El personaje del adolescente en libro no tiene nombre. ¿Qué tan biográfico es este personaje?
L.F.: Cien por ciento. Los otros personajes también son retratos de mi familia, de mis amigos. No había fotos, muchos de mis amigos están como los recuerdo a la distancia. Sobre todo este último con el cual cierro el libro, es un retrato de lo que recuerdo ya que no tengo una foto de él. Salvo las apariciones de los dioses en los sueños, no hay nadie inventado. Es el único gesto onírico, pero que tiene su intención.
R.S.: ¿Cuál es el papel de este elemento onírico?
L.F.: Fue muy intencional y un poco provocador también. Fue un elemento riesgoso que puede parecer ridículo, pero necesitaba meterlo allí. Aunque fuera onírico, narra lo real, refuerza el ámbito de lo que estaba pasando. Ahora que lo pienso, yo admiro mucho a Fellini o Buñuel, directores que en una situación muy real se permiten una interrupción de lo irreal para afirmar, subrayar. Han tenido una influencia, aunque no era consciente de esto. Lo prehispánico también es una fascinación mía. De allí viene el título del libro, La pirámide cuarteada, en este caso la pirámide del gobierno que no tenía ninguna oposición. Fueron impunes por más de setenta años. El 68 no los derroca, ni era su intención, sus propuestas eran muy modestas, de pequeña escala. Pero el 68 provoco un cambio de todos modos, se hicieron ajustes. Poco a poco empezaron a darse reformas en el PRI, se legalizó el partido comunista que siempre había sido ilegal, y se bajó la edad de votación a 18 años. La gente se dio cuenta de que la movilización genera un impacto. Antes, como había represiones muy brutales a los maestros, los obreros, los campesinos, urbanamente la gente no se movía. El 68 tiene una gran diferencia, son las clases urbanas las que se movilizan, las clases medias, porque ¿quiénes estudiaban? En general jóvenes de clase media son los que formaron el movimiento. Es esto lo que quise plantear.
R.S.: Háblame un poco del aspecto documental de tu libro. ¿De dónde viene este archivo?
L.F.: Todos los documentos, las fotos que incluyo son una recopilación de volantes que yo conservé. La mayoría son cosas que conservo todavía. No tengo fotos, pero sí conservo periódicos, muchos volantes del movimiento que se repartían. Incluyo este peso mexicano, todavía de papel que ya no existe y dice “¡Pueblo despierta!”. Todavía lo tengo, es real también. Muchas de las fotos vienen de revistas que conservo, eran revistas marginales. Es real la anécdota que pongo en el libro de que yo compro estas revistas y veo las imágenes que no te dejaban ver los medios tradicionales. Alejándome a algunos pasos con mi revista, veo cómo llega el coche de judiciales y se lleva las revistas, puesto tras puesto. Estas fotos salen de la revista Life.
R.S.: Escribiste esta historia casi 50 años después de vivirla. Coméntame sobre este proceso de poner tu memoria en papel.
L.F.: Es mi primera obra totalmente autobiográfica; conscientemente, deliberadamente autobiográfica. Fantaseaba mucho sobre este libro y tenía notitas que dejaba, pero es muy distinto cuando ya te metes en serio a pensarla. Y sí fue un fenómeno muy interesante, me paralizaba. Me decía que era una historieta gráfica más de las miles que he hecho, pero había una cosa allí que es difícil verbalizar. Me causaba conflicto, un fenómeno nuevo interno. Enfrentarme conmigo mismo y cómo plasmarlo, no porque algo me lo impidiera, sino porque era muy inédito y muy desconcertante enfrentarte contigo mismo. Tú que siempre hacías personajes equis inventados por ti, aquí tú mismo te ibas a dibujar. Fue un proceso interesante como de azoro, de pasmo. ¿Y sabes cómo se resolvió? Si te fijas, al personaje principal siempre lo menciono como el adolescente, el joven. Todos los demás tienen un nombre, aunque sea una inicial. Soy yo, pero a la vez tomas distancia. Esta técnica creativa tan simple me dio facilidad, además me gustó como recurso creativo, artístico. Me permitió verme a mí mismo más objetivamente. Tal vez me costó trabajo verme a mí mismo. Me movió muchas cosas y me obligó a enfrentarme a todo esto, recordarlo, aunque nunca se me ha olvidado. Las imágenes fueron muy simples de hacer. Por ejemplo, las imágenes de cuando veo la primera marcha, fue casi como copiar una foto. Me acuerdo de los rostros, las señoras que estaban llorando de emoción, los muchachos que estaban subiendo la bandera de huelga, ¿cómo se me va a olvidar eso? Después ver las imágenes falsas en los periódicos donde hasta pusieron una imagen del Che. Todos son golpes de realidad. Todas estas escenas son bien vivas, bien vivas. No tuve esfuerzo en recrear todos estos momentos porque fueron tan intensos, están muy presentes en tu mente.
R.S.: ¿De dónde viene el impulso de hablar sobre el Tlatelolco después de tanto tiempo?
L.F.: Por mucho tiempo el movimiento del 68 fue negado, satanizado. No se investigó y aunque se reconoció se quiso olvidar inmediatamente. Hace unos meses, aunque simbólicamente, en la cámara de diputados hasta pusieron mártires del 68. Sobrevivía por la resistencia, hasta que llegó la izquierda al poder en la Ciudad de México y en una que otra gobernatura. Fue así que se empezó a reivindicar. Comenzaron los actos simbólicos, como el de un minuto de silencio, la bajada de la bandera y el reconocimiento de los nombres y apellidos de los que se sabe que cayeron ese día. Lo que era la Secretaría de Relaciones Exteriores que está allí en Tlatelolco [Plaza de las Tres Culturas], desde donde dispararon y también filmaron, ahora ya es memorial. El gobierno cedió este edificio a la Universidad y ahora es un centro cultural. Se pueden ver fotos, videos, papeles, investigaciones. Por otro lado, el lenguaje de la historieta tiene la capacidad de plasmar estas experiencias que siguen siendo imágenes tan vivas. Definitivamente tiene su lugar en esta discusión.
1 de diciembre, 2018