Jorge Carrión, en Librerías, nos explica la histórica existencia de la ciudad y sus libros, cuya topografía puede ser incorporada a las calles insertas en una biblioteca y donde estas calles existen también en los estantes, las vitrinas, y hasta en los lugares más ocultos . Cuando leímos a Borges, especialmente en La Biblioteca de Babel, nos acercábamos a una construcción del universo sobre aquellos hexágonos regulares que se multiplicaban hacia el infinito. Partiendo de ambos textos, conversamos con Carrión para dilucidar si, en el futuro, podemos coexistir sin calles que parezcan estanterías o librerías que registren nuestra existencia. Desde aquellos lugares donde siempre permanecemos los lectores, a partir de la nueva narrativa que va más allá de lo lineal, de los comics que establecen nuevas conexiones con el autor y de los relatos que superan cualquier límite de los espacios, Carrión nos traslada al poder de las imágenes y las palabras.
Claudia Cavallin: He ido siempre a las librerías —estoy en Altäir ahora— y me introduje en ellas a través del amor a los libros. Hoy, pensándolo bien, me parece que existe una conexión similar entre esos espacios y lo que trabajó Marc Augé, cuando hacía referencia a los no-lugares o espacios del anonimato, como los aeropuertos, los centros comerciales, aquellos espacios donde no necesitas decir quién eres ¿Cuando nosotros entramos a una librería, somos los protagonistas de una experiencia anónima? ¿Están desapareciendo nuestros vínculos internos con los libros y las librerías se están convirtiendo, ahora, en una suerte de museo?
Jorge Carrión: La ruta es muy compleja. Vamos por pasos. En efecto, diría que las librerías se pueden ver como no-lugares en el sentido en que se parecen todas. Igual los aeropuertos, o las estaciones, o los centros comerciales; las librerías tienen un horizonte común de estanterías, de escala humana, un ordenamiento por temas, por novedades o por orden alfabético, y te insertas en ellas muchas veces con un café. De modo que te sientes en un espacio conocido, domesticado y reconocible, pero, cuando Marc Augé menciona a los no-lugares, habla del espacio del anonimato y de la no-memoria, y en realidad yo diría que una librería, aunque tenga una dimension identificable con los lugares del mundo, también tiene una dimensión muy fuerte de la historia, del archivo y de la identidad absoluta. Es decir, hay una parte de la librería que reconoce automáticamente y te hace sentir seguro, un espacio amable, y, al mismo tiempo, hay otra dimensión que te invita al descubrimiento porque es particular. Por ejemplo, estamos en la librería Altäir de Barcelona, que tiene varias particularidades: una es un centro de conversación y reunión de los viajeros, desde hace décadas; otra es un oasis en el centro de Barcelona que ha sido invadido por las franquicias, de Zara, de H&M, etcétera; pero que sigue siendo el espacio propio, personal y tradicional. Cuando vas mirando te das cuenta de que los anaqueles de madera, de color marrón, no se parecen a los de casi ninguna otra librería en Barcelona, donde se ha impuesto, con el tiempo, la opción más económica y útil que es la de las estanterías de Ikea. Si entras ahora a las librerías, observando los detalles, observas que, por un lado, son espacios del anonimato y homologados, con muchas características comunes en todo el mundo, y, por otro lado, con una dimensión muy particular.
CC: Y si nos mudamos a otro contexto que no es urbano… ¿La realidad virtual se está transformando a las librerías en una Biblioteca de Babel online ?
JC: En el contexto de Amazon es verdad que, como abstracción, esta página se puede leer como una Biblioteca de Babel, donde están todos los libros escritos y por escribir, incluso, hay algo vinculado con ese momento en que Borges habla de los libros de la biblioteca, que son parcialmente legibles y parcialmente no. En Amazon existen libros autoeditados, que también son parcialmente legibles y parcialmente no, y lo que ocurre es que todavía existe una pantalla que tiene unos límites muy concretos, y no se ha conseguido que, en un simple vistazo, seas capaz de hacerte un panorama conjunto como aquellos que todavía podemos encontrar en las mesas de novedades o los estantes de las librerías.
CC: En todo caso, ese “Universo que otros llaman Biblioteca”, que mencionaba Borges en la Biblioteca de Babel, pierde también los límites, aunque no sean hexágonos borgianos…
JC: Claro, porque la pantalla también es donde ahora podemos conocer la bibliografía que estaba en una montaña. Ahora bien, la pantalla generalmente es superficial y en ella se pierden los estratos, se pierde la profundidad. En el libro como objeto físico ocurre algo como lo que sucedió en el enfrentamiento entre un reloj tradicional y un reloj digital. El reloj tradicional te dice la hora que es y todas las horas que no son. En la esfera están todos los números de modo que, en potencia, están todas las horas allí. En el reloj digital, solo están los números de la hora que es. Yo diría que ocurre lo mismo en un libro, o en un periódico en papel, que en un reloj tradicional. Te estás enterando de una noticia, pero estás tocando a todas las noticias, o estás leyendo una página y estás con la conexión táctil del conjunto.
CC: Es así. Ese reloj digital que cada vez se hace más liviano y fácil de mirar, es como Twitter. Esta vez no es la brevedad de los números y las horas, sino de las palabras. No existe el antes, el después, el contexto profundo, entonces ¿es saber, pero sin saber?
JC: Yo creo que es otra forma de saber. Es aquella forma del saber del collage . Es sacar del contexto, descontextualizar para llegar a un momento de transición en el que un tipo de contexto, que tenía una lógica, una secuencialidad, y que estaba distribuido y ordenado de un modo reconocible, pasa a ser ahora otro tipo de contexto, muy parecido al collage clásico del cubismo o al sistema Windows. De hecho, el zapping tiene muchos años de distancia, desde que se inventó el primer comando del televisor para saltar entre programas, y el sistema Windows ya tiene también una nueva tradición de unas ventanas dentro de otras.
CC: Volviendo al tema de las librerías, hablábamos de las ciudades donde son un valor agregado y acabamos de mencionar las redes en Internet. Podemos pensar ahora en las bibliotecas, como aquellos lugares donde no se venden los libros, sino que se adquieren en calidad de préstamo. Esa adquisición, nuevamente, se está haciendo mucho más on-line que en el espacio o el lugar. Esa fragmentación de los lugares donde antes establecíamos una conexión directa con los libros ¿Ocurre en Barcelona?
JC: Aquí no. En Barcelona, particularmente, la red de bibliotecas públicas es una red muy sólida, con muchos usuarios que, desde pequeños, se unen a los libros. A los libros se suman la música, los videos. Hay un gran tráfico y un gran público, de hecho, para mí el gran club de esta ciudad no es el Fútbol Club de Barcelona, sino son las bibliotecas que, por un euro, te haces socio y puedes ir a cualquiera de ellas, y puedes tener hasta 18 objetos en préstamo a la vez. Y cuando digo objetos hablo de películas, de libros, de comics.
CC: Si hablamos entonces de los comics, vamos a otra relación que también existe entre el antes y el ahora: el poder de la imagen. El gótico catalán tiene bichos fantásticos como el manga o el cómic de superhéroes. ¿Crees que los comics van a ser reconocidos como una parte valiosa de la literatura contemporánea, donde las palabras se imponen y, al mismo tiempo, las imágenes?
JC: Yo creo que sí. Lo hemos visto haciendo nuestro último comic Gótico, con Sagar. Las imágenes en Europa tuvieron una gran fuerza, tanto política, como social y religiosa antes de la apertura de la imprenta. Con la imprenta, se fue democratizando el acceso a la palabra escrita y a la lectura, entonces las imágenes encontraron otra vía de circulación y otro tipo de poder, de impacto. Mucho después, justamente con la emergencia de la pantalla en el siglo XX, la televisión, y posteriormente Internet, ha logrado que en nuestra época las imágenes se hayan vuelto otra vez centrales. En este nuevo paradigma, me parece muy razonable que el comic encuentre un lugar predominante, esencial, al saber conjugar, de modo armónico, el texto y la imagen. Si estamos en una época de relevo, en que pareciera que la imagen conmuta el lugar tradicionalmente ocupado por la palabra, es el comic el que es capaz de conciliar en un matrimonio feliz a las imágenes y las palabras. Creo que ahora puede, con justicia, ocupar un lugar central. Por otro lado, creo que nos estamos volviendo muy desconfiados de la capacidad de la imagen para comunicar “verdad”.
CC: Exacto, si pensamos en Roland Barthes y La cámara lúcida, el poder de las imágenes y la memoria, el modo en el que recordamos y valoramos lo que existe a través de ellas se restringe en algunas interpretaciones fotográficas, pues hay ciertas realidades que se existen fuera de lo que vemos. Cuando dibujamos un comic, nos vinculamos con todo el poder de la memoria que se traslada al poder de las imágenes dibujadas, un poco como se haría en la memoria trasladada a los textos escritos ¿cierto?
JC: Sí, con la fotografía hablamos del collage. Es eso, estamos ya dudando de la imagen documental, tanto de la fotografía como los videos, en cambio, el dibujo es, por naturaleza, honesto, porque nos remite a nuestra infancia, cuando no conocíamos la mentira, ni la maldad. El lenguaje del dibujo de los comics nos conecta con nuestra memoria emocional, y creo que puede comunicar verdades de un modo distinto, alternativo al de los telediarios o el fotoperiodismo.
CC: Ya que hablamos de esa manera de comunicar las verdades conectándonos con una memoria emocional, volvamos a la escritura. Si queremos seguir transmitiendo una certeza que se vincula con los tiempos de hoy en día, ¿tendríamos que incorporar una cantidad de imágenes e ilustraciones en los nuevos medios de difusión, en los medios de comunicación y en las nuevas obras literarias?
JC: Cada vez desconfío más en las generalizaciones a la hora de decidir cuáles son las mejores estrategias para comunicar hechos, realidades, o verdades posibles. Yo diría que cada conciencia humana, cada lector individual, en cada momento de su vida, tiene una relación distinta con los medios de comunicación y el modo en que se consume la actualidad. Ahora, vivimos un momento de rechazo de las redes sociales, mucha gente está dejando Facebook, por ejemplo, un síntoma como de hartazgo, pero, al mismo tiempo, mucha gente está descubriendo Facebook. Cada uno tiene su propia autonomía como lector y no es bueno generalizarla. Para muchos lectores, ahora es el momento de volver a “un solo texto”, para muchos otros es solo el momento de leer imágenes, ya que cada persona tiene sus circunstancias. Lo que sí es cierto es que vivimos en un momento en el que me parece que incluso, el periodismo en comic está dando frutos extraordinarios, y se está haciendo un camino muy interesante y valioso. Hay otro camino que es el de la infografía, y el de la traducción de gráficos en imágenes, es decir, hay muchas tendencias diversas que no creo que sean excluyentes entre ellas. Cada lector es un espectador, un consumidor, un usuario, que encuentra sus canales y sus lenguajes, y los recorre.
CC: ¿Y esos canales entre periodismo y literatura son también aquellos que se están conectando? En estos días recordé con tristeza a Tom Wolfe y el uso de las experiencias personales como formas de ver lo que acontece, que actualmente nutren a las redes sociales, junto al poder de las imágenes intrínsecas, como las caricaturas o los comics. ¿No se abre ahora un tercer camino a partir de un nuevo canal que compila a todos los géneros de escritura? ¿Qué une a la realidad y a la ficción?
JC: Sí, por ejemplo, el periodismo en comic tiene una gran capacidad de aglutinar lenguajes distintos. Un comic de no ficción, o una caricatura, hace que incluso el propio autor se autorepresente. Eliminas, de antemano, la necesidad de ser objetivo porque estás tú mismo mostrándote a ti mismo, subjetivamente. Después se incorpora también la cartografía, los mapas, el retrato, el relato secuencial. Se regresa a los mecanismos del cine en las imágenes, como el zoom, el travelling, de modo que se adhiere a la capacidad de escoger lo mejor en cada forma de expresión que adquiere una gran fuerza. Por ejemplo, con Sagar cuando yo escribí el guion y él dibujaba, íbamos siempre juntos a hacer la investigación, y este diálogo entre los dos nos permitió mostrar la realidad de la gente pobre que recoge chatarra en las calles de Barcelona y, al mismo tiempo, reflexionar sobre ella. Es un recurso muy viejo, que viene desde El Quijote, pero que le confiere al comic muchas herramientas a su alcance para enriquecer la narrativa de una realidad. Igualmente, Tom Wolfe, por ejemplo, en su momento lo que hizo fue incorporar la onomatopeya a las narraciones y, comparándolo con lo que hacemos, el comic sería otro laboratorio como el del Nuevo Periodismo, pero que se vincula con nuestra época.
CC: Ahora bien, si la realidad nos lleva a interpretar ciertos textos en imágenes, también las imágenes se están involucrando en los textos más aún. Estos vínculos ¿nos han llevado a perder la originalidad en ciertas historias?
JC: Durante la primera década del Siglo XXI, las series canónicas en la televisión eran todas originales, como Los Soprano o Breaking Bad, por ejemplo. En cambio, en la segunda década de siglo XXI, la mayor parte de estas series canónicas son adaptaciones literarias. The games of Thrones, House of Cards, y muchas otras están ahora más allá de lo que parecía, al comienzo, la imposición de un lenguaje autónomo. Ahora se ha revelado lo que yo llamaba un Teleshakespeare, pues hoy en día ya no se puede hablar de un origen puro de nada. La pureza narrativa ya es totalmente inexistente. A mí lo que me interesa ahora son las mutaciones que se producen entre textos diversos, por ejemplo, Gomorra, un libro de Roberto Saviano, después se convirtió en una obra de teatro con un elemento de ficción que era como un personaje que escribía la escena como un alter ego de Saviano. Luego se convirtió en una película de ficción, pero con autores no profesionales, ya que la realidad y la ficción estaban conectadas en un mismo relato. A mí me interesan mucho estas metamorfosis de los materiales narrativos que circulan en la atmósfera de una época.
CC: Pues volviendo a Librerías, también en tu escritura hay una conexión con las historias colaterales de los libros, como una suerte de rizomas donde la multiplicidad se dirige a cualquier punto, en donde el rizoma carece, por lo tanto, de centro…
JC: Pues eso me interesa mucho, en especial relacionándolo con lo que he publicado. Tanto Librerías como Barcelona. Libro de los pasajes son dos obras que no tienen centro. Es decir, era muy fácil convertir el libro en una autobiografía en la que yo apareciera constantemente, en el centro, pero opté por una estructura en donde muchos nodos tienen tanta importancia como la mía: las librerías, los pasajes, e incluso, ciertos habitantes muy interesantes de los pasajes, que son más importantes que yo. De modo que no hay protagonista, además, vivimos en una época en que las jerarquías ha sido fusionadas. Ya no hay estructuras realmente protagónicas, hay conexiones rizomáticas en donde se insertan otros tipos de relatos y de realidades del siglo XXI. Hay una cierta horizontalidad, en la escala de valores, de todas las narrativas.
CC: Tenemos la horizontalidad, pero hemos perdido la linealidad. La narrativa hipertextual, la nueva dimensión temporal de la narración…
JC: Es así. Yo intento que mis libros tengan una estructura de red. Incluso aunque no hable directamente en Librerías o en Barcelona. Libro de los pasajes de links, está claro que los dos libros no pueden existir sin Google, bibliotecas virtuales, y es obvio que si hoy en día estuviese aquí Walter Benjamín el Libro de los pasajes lo hubiese hecho con Google, donde hubiese podido conectarse a papeles de todo tipo.
CC: Entonces, las librerías serán ahora lugares de paso, podrán estar en cualquier lugar, mientras las redes nos han cambiado el sistema de lectura y nos conectan con la brevedad de las palabras, pero al mismo tiempo, las palabras, el conectarnos con ellas y a través de ellas ¿No hay ahora un retorno a la escritura y la lectura?
JC: Creo que estamos viviendo un momento posdigital. Hemos pasado unos años de enamoramiento de lo virtual y ahora nos estamos reconectando con lo material, con lo artesanal, con lo táctil. Por eso yo creo que las librerías tendrán mucho futuro porque vamos a “bailar un tango” con lo físico, con los libros, que va a durar mucho tiempo. La guerra quizás esté perdida, pero durante años, todavía, vamos a adorar la dimensión física del mundo y todo aquello que no se puede representar de manera virtual. Estamos en el momento apasionante del tránsito entre el antropocentrismo y el codigocentrismo. Hasta que en algún futuro suceda la transición que hemos mencionado, el diálogo entre lo material y lo virtual nos va a seguir caracterizando como seres humanos.