Semejante a la inspiración que José María Heredia y Joaquín Lorenzo Luaces encontraron en la guerra por la independencia griega en el siglo XIX, para establecer un paralelo con la situación colonial cubana de entonces, los poetas cubanos de las últimas décadas han usado pasajes e imágenes de las guerras médicas como referentes de la situación cubana en diversos momentos del período revolucionario, esencialmente en los años sesenta y en el cambio de siglo XX-XXI, es decir: en el auge y la decadencia del proceso iniciado en 1959.
La pregunta por los persas en la poesía cubana va de la convicción y las más claras y definidas divisiones políticas y geográficas en los sesenta, a la indefinición, la duda, la reserva, el miedo, el exilio, la distancia y la negación en las primeras décadas del siglo XXI. De un épico nosotros a la individualidad introspectiva, de la violencia y la guerra a la fusión entre lo erótico y lo marcial. Estos cambios, en directo diálogo con la situación sociopolítica insular, pueden identificarse en una serie de poemas que toman como referente las guerras médicas: me refiero en específico a “Le preguntaron por los persas” (publicado en 1964) de Roberto Fernández Retamar, un texto que representa la postura ideológica imperante en los años sesenta y setenta en Cuba, y por otra parte están “La violencia” (publicado en 1999) de José Félix León y “Los destinos” (publicado en 2003) de Leonardo Sarría.
En Los persas de Esquilo, el dramaturgo griego pone en boca de los enemigos de Atenas la definición de la democracia helena. A través del diálogo de Atosa y el Corifeo sabemos cómo los medas interpretan la por entonces nueva forma de gobierno. Los persas representan la caída y desgracia del sistema monárquico a pesar de su enorme poderío, mientras que los atenienses encarnan el auge del sistema democrático.
Roberto Fernández Retamar, sin embargo, en su poema “Le preguntaron por los persas”, da noticias de lo que se comenta, en su caso desde el otro lado, sobre los nuevos persas: el sujeto lírico habla de lo desconocido, de lo que ha escuchado sobre los medas; no se trata, esta vez, de un testigo directo, un mensajero, un informante fidedigno (típico de la tragedia ática), sino que habla de oídas: “Su territorio dicen que es enorme”. Más adelante el sujeto lírico deja de referir lo que ha escuchado y sigue informando de un modo más directo. En el poema de Fernández Retamar, a pesar del nuevo reajuste mítico-geográfico, las entidades topológicas aparecen bien definidas: los persas son el imperio invencible y monstruoso, una potencia extranjera poderosísima; y el espacio del nosotros, rodeado de un mar enorme (lo que le otorga carácter insular más cercano a la concepción bendita de Eliseo Diego que a la maldita circunstancia de Virgilio Piñera) es el entorno de los humildes, del colectivismo patriótico que defiende su tierra ante el invasor.
Retamar, a pesar de los cambios señalados, mantiene de Esquilo y de los griegos en general la visión que estos tenían de los persas: seres violentos y bárbaros, ostentosos y muy poderosos, aristocráticos y monárquicos, conquistadores sin escrúpulos; y por otra parte presenta el espacio del nosotros en que todo es más moderado, en el que se habla desde el humilde espacio de la pertenencia. Como Esquilo, Retamar describe a un enemigo innumerable y prácticamente invencible al que se enfrenta un pueblo sencillo y pequeño que solo lucha por defender lo que es suyo. Como el poema fue publicado en 1964, es difícil no relacionarlo con el ataque a Playa Girón de 1961, por lo que, si bien el poema no debe ser reducido a una sola lectura, claramente se pueden interpretar los espacios Persia-Atenas con la oposición Estados Unidos-Cuba. Con respecto a esta lectura, en la presentación de la obra de Retamar dentro del volumen Con las mismas manos. Ensayo y poesía (Ayacucho, 2008), Roberto Méndez declara que estos son:
versículos de largo aliento, donde la imagen de los persas, codiciosos invasores de Grecia, son la alegoría de los Estados Unidos, siempre listos para caer sobre América Latina y muy especialmente sobre Cuba. El escritor, que ha leído a Heródoto, a Jenofonte y Plutarco, sabe a qué atenerse en materia de guerras imperiales y la breve pero intensa vivencia de los habitantes de la Isla en revolución frente a su “vecino poderoso”, fortifica sus convicciones. La superposición de intenciones, el lienzo histórico de la antigüedad, que contiene en sí el gesto de alarma de Rubén y además la atmósfera que vive su propio país por esos días, contribuyen a dar una gravedad y densidad excepcionales al texto.
Semejante oposición entre los soberbios atacantes y los hombres de pueblo que se defienden la encontramos nuevamente en la versión de Los siete contra Tebas (1968) de Antón Arrufat, que también utiliza un referente esquileo (esta vez mítico y no histórico, aunque Esquilo maneja tanto la información histórica como la mítica de forma similar) para analizar y debatir desde el teatro el enfrentamiento de Playa Girón. Arrufat, como Retamar, también opone a los siete extranjeros enemigos opulentos y arrogantes que esperan fuera de las puertas de la ciudad, gente de pueblo, constructores de escuelas, campesinos, etcétera. Pero Arrufat no se queda en la representación colectiva de Los persas de Esquilo, en la que está claramente definido de qué lado está la justicia, y de cuyos personajes colectivos se aprovecha Retamar en su poema. Arrufat, al igual que Esquilo, individualiza y complejiza el conflicto trágico y deja entender que la culpa y la razón están tanto de un lado como del otro, del adentro y del afuera, además de que evidencia que los de afuera, que alguna vez fueron los de adentro, pueden tener derechos que no le han sido respetados. Esa individualización y complejización que se ve en Arrufat y que forma parte del desarrollo cosmovisivo esquileo anuncia el modo en que los jóvenes nacidos a partir de 1970 se acercarán a temas y motivos semejantes.
La verdadera e histórica situación de guerra entre persas y griegos es llevada en el poema de Retamar a una guerra potencial, futura, hipotética, lo cual recuerda al modo en que el gobierno cubano durante décadas ha representado la oposición entre Estados Unidos y Cuba, aunque no haya existido una guerra en el estricto sentido de la palabra. El “nosotros” en el texto de Retamar no admite tampoco un afuera, la libertad está solo del lado del enunciante: aquel que se “vende” a la potencia exterior es también un siervo: “Porque ¿qué puede ser sino siervo el que ofrece su idioma fragante, y los gestos que sus padres preservaron para él en las entrañas, al bárbaro graznador, como quien entrega el cuello, el flanco de la caricia a un grasiento mercader?”
La potencia enemiga es “enorme”, un “bárbaro graznador”, comparable a un “grasiento mercader”, con hombres “numerosos”, que “son manchas abundantes”, con “ropajes chillones”; “pesan como un fardo”, “son potentes y grandes”, con “carros ruidosos y nuevos”, con “barcos atestados” y “barcos sucios”. Por su parte y en total oposición a la descrita como inmensa y monstruosa potencia exterior, aparece en el poema el “nosotros aquí” y el “nosotros, estos pocos”: el espacio del yo/nosotros enunciante está constituido por “poblaciones pintorescas y vivaces”, entre “la música de las islas”, en una “tierra dura y arbolada, enteramente nuestra”, viviendo solo en “el lujo necesario de la verdad que salta del diálogo”, “conocedores de que las cosas todas tienen un orden”, “de que existen la justicia y el honor, la bondad y la belleza”, rodeados de un “agua enorme” y de una “gloria también enorme”. A la moderna maquinaria persa Retamar opone la humildad del otro pueblo, a la preferencia meda por lo artificial opone también las características naturales y humanas, a las pretensiones expansionistas de los persas se opone el sentido de pertenencia de los otros, de vida más sencilla, defensores de su tierra.
Pero para los poetas nacidos a partir de los años setenta ya nada parece tan definido ni claro, ni siquiera parece interesarles tomar una posición desde las divisiones ideológicas y políticas tradicionales. A diferencia de Fernández Retamar, los autores que comenzaron a publicar en los noventa y que retoman el tópico de las guerras medas toman distancia de las posturas oficialistas y del discurso político legitimado en la isla, para priorizar en sus textos emociones y sentimientos como el miedo, el deseo, el rechazo a la violencia, la incertidumbre, el trauma, la pérdida, la resignación, el espanto… Aunque no sea tan evidente y expresa como la oposición y el diálogo que encontramos entre “Nosotros, los sobrevivientes” de Fernández Retamar y “Generación” de Ramón Fernández Larrea o “Poema de situación” de Norge Espinosa, el tópico de las guerras médicas permite comparar el modo en que algunos poetas cubanos han dialogado con el poder y con la situación sociopolítica en momentos de crisis, además de que un mismo tema permite lecturas diferentes de acuerdo al momento histórico, a la experiencia personal y a los cambios sociales en Cuba durante las últimas décadas.
Opuesto al nosotros monolítico y masivo que Retamar rescata de Los persas de Esquilo, José Félix León y Leonardo Sarría hablan desde la primera persona del singular, desde sentimientos mucho más individuales y alejados de la gloria colectiva y triunfalista previa. La naturaleza, que sirve de reafirmación y contraste ante el espacio exterior y la potencia enemiga en Fernández Retamar, funciona como modo de evasión, huida y negación en José Félix León. Las fresas, el mar, las algas, los hierros, el amor, la sombra, los “escombros de mármol / y láminas que nunca volveré a mirar” o un hexámetro perdido de Teognis (mencionados en José Félix León) actúan como traza de la desposesión, del deterioro, de la pérdida inevitable a causa de esa violencia negada una y otra vez en el texto, pero que se entrevé en la descripción del entorno que se mueve entre la belleza, el sosiego y el espanto. Al agua enorme en Retamar, se opone en José Félix sus “otras aguas”. El espacio se indefine, la pequeñez destacada por Retamar para el espacio de la isla en José Félix se refleja en la rada de Falero “pequeña sobre el mapa”, pero en su texto la estrategia del poeta es olvidar al violento, no enfrentarse a él, sino encauzarse en la decadencia y el derrumbe como si todo ello fuese parte del devenir natural: “los persas no cruzaron estos valles”, “la violencia no existe”. La inconformidad en José Félix se refleja en la evocación, desde el primer verbo, de un pasado del que solo quedan fragmentos, a los que el sujeto lírico se aferra para sobrevivir.
En “Los destinos”, Leonardo Sarría convierte la “gloria enorme” que leemos en Retamar en esa “frialdad que conocemos como gloria”, reservada para los valientes de las Termópilas encabezados por Leónidas. A esa gloriosa frialdad antigua que hizo a los espartanos enfrentarse a un destino que los llevaba consciente e irremediablemente hacia la muerte, el sujeto lírico, al devolver “el volumen al estante”, opone “esa otra frialdad que conocemos como espanto”. Ante la lectura del heroísmo pasado, experimenta temblor y espanto. Si los pasos de los griegos fueron definitorios, precisos y firmes; el yo enunciante de Sarría se mueve “cabizbajo” y “torpe”, totalmente desajustado. El poema, que cuenta con dos estrofas, dedica la primera a cantar a los valerosos espartanos, y la segunda, en contraste, se centra en la primera persona del singular, alejada de todo heroísmo, movida (más que a comprender o plantearse a quién debe la sobrevida) hacia el horror y el espanto que encierran tanto la inmolación como la supervivencia. A diferencia de Retamar, Sarría divide el espacio del poema, no a partir de lo ideológico y lo geopolítico, sino entre las acciones de los héroes del pasado y el presente del sujeto, ante las cuales no experimenta admiración, sino terror y miedo. Frente a la violencia y el enfrentamiento con los enemigos, los sujetos líricos de José Félix León y Sarría toman distancia, y su empatía está con los vencidos, no por su gloria, sino más bien por su derrota, por la pérdida, por el recuerdo de la belleza y el horror que encarnaron y que representan.
El mar y el concepto de lo bello son los temas más repetidos y coincidentes en los tres autores. En Retamar se trata de mares opuestos, los de ellos y los “nuestros”, y la belleza natural a la que canta refleja la moral triunfante de los humildes frente a los invasores; en José Félix León el mar se entremezcla con los demás elementos evocadores de un pasado en que la belleza puede revelarse ya solo a través de breves ráfagas, instantes casi todos perdidos, fragmentos de lo que alguna vez fue; y en Sarría, aunque no se niega la existencia del enemigo, aunque se describe el enfrentamiento directo de griegos y medas, la belleza de los guerreros se fusiona con el espanto ante el desastre y la violencia extrema, ante la posibilidad de la destrucción en un instante de todo lo que llevó mucho tiempo construir.
Retamar conjuga la belleza a la moral revolucionaria y a la defensa de la patria; José Félix se aferra al fragmento y a las ruinas para reconstruir en el pasado una belleza perdida y añorada; y Sarría conjuga belleza y terror ante un heroísmo que no por encontrarlo en los libros de historia deja de estremecerlo.
Los modos de acercamiento y las reacciones ante el heroísmo y la gloria de los poetas más jóvenes distan mucho del espíritu tradicionalmente entendido como épico, o se acercan a la epicidad a través de la huida, el éxodo, la distancia del colectivismo, el reconocimiento de sentimientos entendidos como poco heroicos, tales como la cobardía y la evasión.
Como un giro irónico en los acontecimientos y en el análisis, el profesor y politólogo cubano Armando Chaguaceda firma un artículo publicado el 22 de mayo de 2017 en el periódico La razón sobre la actualidad política de la isla, en que (hasta comparada con los persas de hoy) Cuba parece incluso menos abierta al diálogo democrático que algunos países islámicos. A diferencia de lo que pareciera en Retamar un paralelo entre la democracia ateniense y la isla, Chaguaceda niega esa tendencia al debate y esa cercanía sana e iluminadora con el lenguaje que parece defender Retamar en su texto, y ve el sistema político cubano más cerca de los persas hegemónicos antiguos que de cualquier tradición democrática. A la vuelta de los años, la cuestionable equivalencia entre los pares Atenas-Persia y Cuba-USA, es más bien desmontada y en Cuba, más cerca de la Persia islamista de hoy, “parece que tampoco aspiramos a ser, políticamente hablando, como los persas”.
Yoandy Cabrera