1. Introducción
En la extraña Secta de Microrrelatistas nos escuchamos unos a otros con la suficiente suspensión de incredulidad —para usar la feliz frase de Coleridge— pero también con el imprescindible contacto con lo real como para enriquecer el intercambio.
Así, durante el congreso de Neuchâtel, cuando David Roas leyó su obra mínima sobre la sucesión de habitaciones 201 que le había tocado en suerte en un viaje por el norte de España, yo me sentí implicada: 201 era el número de mi habitación allí mismo, en Neuchâtel.
Y me abrí al misterio propuesto por el brevísimo cuento de David con una sonrisa algo irónica, como quien sigue un juego, sin sospechar siquiera que no era juego: era una red en la cual, como David, habría de verme muy pronto atrapada.
2. Explicación racional de un hecho insólito
En viaje de trabajo por Italia, a la tercera pavorosa reincidencia entendí que no era cosa de la mera casualidad. No. Y pude empezar a develar el misterio.
Debido a las rígidas restricciones edilicias y a causa de la constante afluencia de turistas, en los viejos hoteles de Europa se ha puesto en vigencia una solución ultra secreta. En cada uno de ellos hay un cuarto, el 201, que podría llamarse multiuso o mejor milhojas:
El desprevenido turista llega, solo o en pareja, se registra en la recepción como corresponde y allí le entregan la llave magnética en un sobrecito que reza “201”.
Segundo piso, le dicen. Y el turista sube en ascensor, o a pie, para el caso es lo mismo, pero en el acto de colocar la tarjeta en la ranura de la puerta el magnetismo del sistema ultra secreto lo transporta —sin que se note en absoluto—de este consuetudinario mundo de tres dimensiones conocidas a otro de dimensiones X.
Será un número de dimensiones distinto en cada caso. Y el desprevenido turista entra en esa habitación superpoblada y se encuentra solo o acompañado por quien lo acompaña en el viaje, y todo está en orden, y cuando pide algo al servicio de cuarto llaman a lo que él cree ser su puerta y le entregan lo que él ha pedido. Nunca una queja, nunca una falla en el sistema. Y a la mañana en el comedor, durante el desayuno, los numerosos huéspedes de la 201 se saludan apenas con un gesto de la cabeza, por cortesía, sin saber que han dormido todos en la misma cama.
3. Llamada
Ciertas confusiones se generan en esta 201 tan promiscua. Por ejemplo, el conserje me acaba de llamar a la habitación para preguntarme si yo ya me había ido.
No, sigo acá, le contesté (cosa bastante obvia puesto que respondí a su llamado). Ya parto y paso a cancelar, agregué. Aunque a decir verdad temo no lograr salir frente a la misma recepción por la que ingresé al hotel, y el conserje que me recibió volverá a llamar para preguntarme si yo ya me he ido y la respuesta será afirmativa y no podré dársela.
4. Filtraciones
Me había atrasado en Verona y llamé al hotelito en Siena para avisar que llegaría tarde, que me mantuvieran la reserva. Su reserva ya la perdió, me dijeron, y solo nos queda una habitación que tiene manchas de humedad en el cielorraso, si no le molesta mañana la cambiamos. Acepté, estaba agotada y no era cuestión de andar con finezas. Cuando me entregaron la gran llave de las de antes con uno de esos pesados llaveros que más parecen un pomo de puerta, me sentí más tranquila a pesar de que era, sí, la 201. Asombrosamente estaba en la planta baja.
Las manchas del techo debieron alertarme: en ciertos hoteles antiguos puede haber filtraciones. En cuyo caso pareciera que algún objeto menor logra atravesar la capa de las dimensiones, y fue así como en el hotel de Neuchâtel al segundo día encontré un calcetín de hombre que no estaba allí antes y ahora en el hotel de Siena, está empezando a esfumarse el papel en el cual escrib
5. Exit
Desconocedor del secreto mayor de las habitaciones 201, el pobre muchacho empezó a preocuparse. Por eso mismo alquiló una silla de ruedas. La alquiló por veinticuatro horas, alegando que debían mudar a su abuelo al geriátrico. Solo veinticuatro horas. Total, si hay retorno la devuelve mañana mismo, y si no hay… ¿quién lo iría a buscar para cobrársela? ¿Y a dónde?
Ahora está de regreso en la misma habitación 201 donde ha pasado los últimos tres días junto con su abuelo, porque la inquietud lo corroe.
Esta habitación tiene baño para discapacitados. Es lo que él necesitaba, con el nonno paralítico en su propia silla de ruedas. Pero el nonno ya no está. Está el baño, idéntico, inamovible, con el inodoro muy alto, las barandas para sostenerse, la ducha sin reborde. Y la amplia puerta sin umbral pero con esas extrañas llaves de seguridad como las de los portones de entrada a los grandes edificios modernos, colgadas, las llaves, y es lo asombroso, del lado de afuera. Le llamaron mucho la atención, y cuando se lo comentó a ese hombre tan amable con el que se había puesto a charlar durante el desayuno, el hombre le transmitió el rumor. Solo chismes de vieja, le dijo, pero al muchacho se le ocurrió hacer la prueba y cerró la puerta con llave al dejarlo solo al abuelo en el baño. Y el nonno no lo llamó a los gritos para que fuera a sacarlo de allí, como de costumbre. Silencio absoluto. Como a la media hora el muchacho empezó a alarmarse. Llamó al nonno sin obtener respuesta. Al rato decidió girar las llaves y entrar. El chisme era cierto: su abuelo ya no estaba. Ni rastros de él, ni de su silla de ruedas, ni de sus deposiciones. Nada. Como si nunca hubiese estado en ese baño.
Al muchacho, al principio, le resultó un alivio: basta de seguir siendo esclavo del nonno. Y el hombre del hotel le había dicho que en la otra dimensión el viejo estaría mejor, con sus pares y cuidado a las mil maravillas. Igual el muchacho empezó a alarmarse. No sea cosa que el nonno se sienta mal y vuelva para reclamárselo, o que algún día pretendan cobrarle el hospedaje allá en el otro lado, o algo por el estilo.
Por eso alquiló la nueva silla de ruedas con un plan ya trazado: se sentará en ella, entrará al baño, cerrará la puerta y buscará la mejor manera de hacer girar con unas pinzas esas llaves que solo funcionan del lado de la habitación. Después verá si puede traer todo de regreso: la silla de ruedas alquilada y el nonno con su propia silla, y hasta sus deyecciones.
6. Represalia de la 201
En la ciudad de las motonetas y después de haber arriesgado mi integridad física enfrentando la estampida, en el hotel Hanoi Garden elegí, sí, elegí albergarme en la habitación 201. Me propusieron ésa o la 301, en el piso superior. Por supuesto que caí en la trampa. Saqué foto de la llave magnética, se la hice llegar a mis colegas que en España y en la Argentina se habían enganchado con la serie, y empecé por sentir un leve mareo. Fue Sandra Bianchi quien me respondió con la palabra maldición. “Maravillosa maldición” me escribió a vuelta de click. No pudo imaginar cuánta. Fue la peor noche de mi vida, con el estómago dado vuelta y la cabeza a punto de estallar, intoxicada por haber develado el secreto. ¡Qué cruel venganza!
7. Nunca más
El hotel del antiguo barrio de La Candelaria, en Bogotá, estaba lejos de cumplir su promesa. Casa colonial con bellos balcones de madera por fuera, por dentro tenía todas las ventanas tapiadas. Temas de seguridad, se excusó el botones que me acompañaba escaleras arriba con mi maleta.
La primera habitación que vi me resultó claustrofóbica en extremo. La rechacé. Pedí ver más. Acepté la del final del pasillo porque tenía un leve ventanuco que daba a un cuadradito de cielo. Esa noche dormí profundamente. A la mañana siguente, al pasar ante la primera habitación del pasillo, la que había descartado, miré la puerta cerrada. ¿Me sorprendió comprobar que se trataba de la 201?
No, no me sorprendió, pero supe agradecer mi buen instinto.