Sr. _ Quintana
y el origami en su camisa
el reloj guiando su mano
para recoger juguetes del asfalto
y canarios del balcón
para recoger los hombros de los hombres
que traían las mañanas
al barrio, que traían saludos e historias
como pan calentito
para el señor Quintana:
Cayeron todos
con él
por el quiosco de la esquina.
Lo aburrían hasta la muerte , dijo mi padre.
Los ángeles de la ciudad
se han ido sin paz
y yo no estaba
para despedirme
indignado sin salida
ni para dar los buenos días la mañana anterior al último, sin saber,
por no saber, por su lado,
ni a gritar de puro susto
no estuve ni para eso
en la esquina.
Salmo
Hoy no has ido al mar.
Has vivido setenta años de tierra
para ofrecer el áspero crujido de tus dedos
y esa culpa.
Hoy, como siempre, pescador,
te has sentado de espaldas al muelle para sentir
la red pasar sobre tus hermanos,
los elegidos para morir con la palabra
colgando de sus labios, el mar moviendo las algas
hasta consumirlas por la sal.
Aceptas el blanco corroído de tu pan
como el justo precio que debes pagar por sacar
pescado del cemento para tus hijas,
y la mujer a tu lado
que, volviendo los ojos a la capilla,
comprende el error:
los restos de tul en el
sembrando el altar
pero no había tul para los ojos
no había tul para los escalones,
lo que ha sido piedra a pesar del sol
que llevas incólume en tu frente.
Solo te preguntas por qué te han olvidado si
habías escrito en tu lenguaje crudo
un paso firme en la arena.
Un paso firme.
Y pues, qué quedará de vosotros,
si nos hemos olvidado hasta de Jesús,
y si los mares se borran de la Tierra para convertirse en
arena gris que ni cae
ni sostiene.
Hoy quiero memorizar tu sol como una cruz astillada
en mi frente, quiero creer en la lengua olvidada de tu pueblo
y en el movimiento de tus manos que incansablemente repetías para sobrevivir
sobre el cemento chamuscado;
agradecer los ojos que se han quedado en el residuo salado,
despiertos ante la caída de la piel,
desenterrar el cuero arenoso de mi cabeza,
desenterrar hasta la piedra,
volver con musgo húmedo
bajo las uñas.
Oramos
por Angelo Domenico
(inédito)
Traducido por Arthur Dixon