Murcia: La Marca Negra. 2022. 202 páginas.
Con la nueva novela del escritor mexicano José Bocanegra, Zihuatanejo (La Marca Negra, 2022), podemos hablar ya de un proyecto narrativo que, junto a Corralejo (2015) y Vacas (2020), merece valorarse en su conjunto. Las tres novelas comparten un argumento similar. El protagonista abandona su vida cotidiana de rutinas y trabajos forzados para vivir unas vacaciones en las que aprovechará para hacer surf en un entorno nuevo y sugestivo, trasunto del paraíso perdido; conoce un elenco de personajes, vive una serie de experiencias, y al final del camino vuelve al purgatorio de la vida cotidiana.
Argumentalmente, las novelas de Bocanegra tienen la estructura de una película de “fuga de la cárcel” pero al revés. En esas películas los personajes pierden su libertad al principio y todo el arco argumental consiste en descubrir cuáles son los pasos que deben dar para recuperarla. Lo consigan o no, tales películas tienen siempre un punto naïf; consideran que la libertad es posible y que, de algún modo, está a nuestro alcance. Las novelas de Bocanegra son un poco más escépticas al respecto, o más realistas. El protagonista parte de su puesta en libertad, pero esa libertad es siempre condicionada, tiene fecha de caducidad y al final de cada novela caduca. El argumento, por lo tanto, tiene la estructura de una tragedia griega. El héroe está condenado desde el principio a cumplir su fatum. Pero como no estamos en la antigua Grecia, ese fatum no está determinado por los dioses. O está determinado por los dioses de nuestra época; las fuerzas productivas del capitalismo que invariablemente vuelven a hacerse con el personaje al final de sus aventuras. Tal planteamiento puede parecer pesimista, pero esconde una discreta y posible idea de felicidad. Aquella idea de Camus que nos sugería que debemos imaginar a Sísifo feliz.
“Viajar es sólo el ensayo de una fuga”, adelanta Bocanegra en Corralejo. Y en su última novela es una película de “fuga de la cárcel” lo que desencadena la trama. Zihuatanejo es el pueblo de la costa mexicana a la que los personajes interpretados por Tim Robbins y Morgan Freeman huyen al final de Sueño de fuga, la película de Frank Darabont, basada en una novela corta de Stephen King. Y es precisamente eso lo que hace que el protagonista de la novela de Bocanegra elija ese destino para vivir y relatar allí sus aventuras y desventuras.
Las tres novelas de Bocanegra no sólo se parecen en el argumento, están escritas también según la misma técnica narrativa. El autor/narrador registra los hechos vividos sobre la marcha, en el momento de ser vividos, y los plasma en la novela como un pintor toma sus apuntes del natural, en un ejercicio de work in progress que, después de pasar por la pluma de Bocanegra, acaba convirtiéndose en una especie de “en busca del presente perdido”.
Y hasta aquí las semejanzas entre las novelas de Bocanegra. Ahora, para hablar de las diferencias, me gustaría introducir la idea de distancia. Una novela puede situarnos demasiado cerca de la narración, o demasiado lejos. Cuando el autor nos sitúa demasiado cerca de lo que cuenta, de los personajes, de las ideas que pone en juego, etc., la narración se pierde en lo concreto, cae inevitablemente en el infinito por menor y se vuelve anecdótica. En ese caso, además, la narración queda tan cerca de lo que cuenta que a menudo sólo puede ofrecernos un único punto de vista. Lo anecdótico deviene dogmático.
Por el contrario, una novela puede situarse demasiado lejos de la narración. El autor abre foco y toma tanta perspectiva que tal vez pueda ofrecernos análisis amplios y con grandes ideas, pero es fácil que quede desconectada de lo que cuenta y acabe resultando una abstracción. La narración resulta entonces una excusa; los personajes títeres representan un teatro filosófico.
Corralejo está escrita con un ritmo y un pulso fascinantes. Pero está escrita en primera persona y en presente; el protagonista es también el autor y el narrador; nos lleva de la mano con él, nos hace vivir sus experiencias, compartir sus reflexiones y su enjuiciamiento de la realidad. Uno puede coincidir o no con él, pero está siempre anclado a su punto de vista. Está demasiado cerca.
Vacas es una novela experimental y, por lo tanto, paradójica. No nos sitúa demasiado cerca ni demasiado lejos. Su apuesta es arriesgada y consiste en meternos directamente dentro de las cosas. Toda la novela es un monólogo interior. Pero un monólogo que no se limita al interior del protagonista. Es un monólogo interior de la realidad. En Vacas el lenguaje penetra en las cosas mismas para descubrir su voz. El experimento que nos propone es precisamente suprimir toda distancia. Buscar eso que Barthes llamó el grado cero de la escritura.
Por último, en Zihuatanejo vamos siempre de la mano del protagonista, como en las otras novelas, pero aquí el autor relativiza a su protagonista; a veces coinciden, otras lo sanciona, se ríe de él, lo compadece… La narración ya no es un reflejo de su mundo sino un cuestionamiento crítico e irónico. Ese tipo de cuestionamiento, de problematización, ese intento de ver más y mejor que es una buena novela. Con Zihuatanejo, José Bocanegra ha conseguido la rara y difícil hazaña literaria de situarnos a la distancia justa.