Madrid: Alianza Editorial, 2022. 266 páginas.
Las tres primeras novelas publicadas de Jorge Eduardo Benavides —Los años inútiles (2002), El año que rompí contigo (2003) y Un millón de soles (2008)— parecieron colocarlo bajo la etiqueta de escritor de temas políticos o, al menos, eso es lo que se desprende del tipo de preguntas que por entonces el periodismo le hacía al autor peruano cada vez que llegaba desde España a visitar su país natal. Quizá harto de aquel encasillamiento, o dando por terminado su interés por retratar literariamente la tempestad social que se vivió el Perú en las décadas de los 70 y los 80, o inquieto y alimentado por su doble condición de ciudadano latinoamericano y europeo, Benavides se alejó de aquella temática y desplegó su talento en entregas que combinaron creativamente el diario íntimo, la novela histórica, el género policial y hasta los entretelones de la producción literaria, como puede comprobarse en La paz de los vencidos (2009), Un asunto sentimental (2012), El enigma del convento (2014), El asesinato de Laura Olivo (2018) y El collar de los Balbases (2018). Sin embargo, con su novela más reciente, Benavides parece querer sacarnos la lengua para demostrarnos, nuevamente, que es un escritor difícil de encasillar, pues Volver a Shangri-La es una novela narrada con una convincente voz femenina.
Ya en la primera frase de la novela la voz narrativa nos va envolviendo en un relato oral en primera persona, que convierte al lector en el testigo involuntario de una larga confesión a un ser querido. El recurso del que se vale el autor para que la narradora eslabone las distintas etapas y reminicencias de su vida es una caja llena de fotos que la voz va describiendo conforme transcurre el tiempo. Esas imágenes serán el pretexto para que la hija adolescente de Mariana —tal es el nombre de quien nos habla— conozca, junto a los lectores, la vida íntima de una mujer latinoamericana nacida en el siglo XX y trasladada a España en el XXI, la difícil relación con su restrictiva madre, la ausencia de un padre que partió a formar otra familia, las figuras paternas y maternas que solemos buscar para complementar las que son insuficientes, los mecanismos que condenan a las mujeres a postergar sus sueños para que sean sus parejas masculinas quienes luchen primero por alcanzar los suyos, el doloroso tránsito de la emigración y el desarraigo y, sobre todo, un inconsciente traspaso de testigo en el que algunas madres legan a su hijas una carga involuntaria. No obstante, todos estos matices en el relato y varias incógnitas nos invitan a seguir leyendo: ¿por qué Mariana le habla de todas estas cosas a su hija? ¿Qué ha ocurrido y, sobre todo, qué contexto justifica un monólogo tan visceral y sin retruques de quien oye?
Además de ejercer como escritor, Benavides es un asesor literario y para desempeñar su labor pedagógica se ha dedicado a identificar las estrategias narrativas que suelen usar los escritores para elaborar sus artefactos. La técnica que despliega Benavides en su novela más reciente habla largamente de su talento narrativo, pero es de resaltar una en particular: aquella que trata al lector como un amigable competidor que se sienta a jugar de igual a igual con el autor. No es casualidad que las nociones de “competidor” y “competente” se hayan relacionado en la idea anterior: Benavides suele entregarle al lector un rompecabezas parcialmente armado con la idea de que la lectura lo convierta en un cómplice que juega de igual a igual con el narrador.
Es casi un cliché repetir que en la literatura de calidad el lector termina siendo el cocreador del texto con su propia interpretación, y solo me resta añadir, arriesgadamente tal vez, que mientras los pedagogos señalan que en todo aprendizaje hay involucrada una emoción, en el caso de las ficciones retadoras se involucra la íntima alegría del desciframiento: entreguémosle a un niño el problema resuelto de la tarea y obtendrá rápidamente una nota aprobatoria, pero alentémoslo a que sea él quien encuentre deductivamente la llave de la salida y ese descubrimiento lo acompañará en la memoria toda la vida.
Si bien esta gestión sabia de la información es una característica técnica a resaltar en Volver a Shangri-La, no lo es menos la construcción de un personaje femenino desde su mayor intimidad. En entrevistas que el autor ha otorgado tras la aparición de esta novela, Benavides relata que el germen de la misma data de hace más de dos décadas, luego de haber entablado distintas conversaciones con amigas que le relataban su vida. El autor, pues, parece haber puesto en marcha el primigenio juego de la literatura que consiste en ponerse en la piel de otro ser y trata de entender la vida a través de ese prisma. Para construir de manera verosímil una entidad literaria, los narradores se valen de las acciones que ejecuta su personaje, de su forma de dialogar y de su manera de reflexionar. En esta novela sin diálogos activos, la clave que crea la ilusión de una corporización es la perspicacia con la que Mariana observa sus recuerdos a lo largo de la novela. Cito, por ejemplo, un recuerdo que la protagonista tiene de cuando su madre ayudaba a su padre a llenar unas fichas mercantiles de noche:
Creo que ese silencio impuesto que compartían en la mesa del comedor los fue uniendo en una confianza artificiosamente solidaria de pareja antigua, cuando lo cierto era todo lo contrario, que empezaban a alejarse sin darse cuenta, sumidos en sus propios pensamientos, equidistantes respecto a ese pacto aritmético y riguroso que obligaba al silencio y al que mi madre se entregaba devotamente, sin adivinar que papá terminaría, como suelen hacer los hombres, reprochándole la falta de ambiciones que ellos mismos exigen como cuota de convivencia y como prueba de amor.
Nótese que, extraído del artefacto impreso, este párrafo resuena como bien escrito y “literario”, pero al ser leído como parte del contexto de monólogo de la novela crea la ilusión de ser perfectamente oral y espontáneo conforme corre el tiempo entre madre e hija —y lector, obviamente—, una ambigüedad que demuestra la destreza técnica del autor para involucrarnos en la historia y en el tono reflexivo de la misma. En la novela, Shangri-La es, textualmente, un lugar que madre e hija conocieron en España y, fuera de ella, es aquella Arcadia idealizada a la que quisieran volver. Benavides ha unido ambas nociones en su última obra y nos lleva a los lectores al margen de la actualísima literatura del yo, en que los autores son capaces de inventar cabalmente un personaje y emocionarnos a través de él.