Lima: Editorial Vitaqura. 2023. 106 páginas.
Enter the Void, del director argentino Gaspar Noé, es un viaje al centro de las sensaciones de cada personaje y escenario. No interesan las tramas o las pautas de guión, sino la retahíla de murmullos, pasos, exhalaciones, pensamientos rotos, fragmentaciones por doquier, y claro, los infaltables renacimientos bajo el manto de la ambigüedad misma. Y es que existen obras de este calibre, donde lo que importa no es la secuencialidad narrativa y sus recovecos tradicionales, lo que interesa es desdoblar la perspectiva y mostrar lo que es invisible a primera vista: la poética. Un delicado temblor (2023), de Filonús Gonzáles, pertenece a esta forma de orquestación, en la cual lo experimental y su carga híbrida anteceden el rostro de cada personaje y sus movimientos en un universo dantesco muy particular. Entonces la vida se torna un ensayo filosófico digno de una bitácora nietzscheana, y por momentos, un poema épico solo equiparable al más profundo abisal.
Confieso que esta novela me ha perturbado generosamente desde la propuesta escenográfica inicial (prostíbulo decadente) hasta las contadas tramas sumergidas en este laberinto de sensaciones (la prostituta migrante y las conversaciones telefónicas con su enferma madre, por ejemplo). Ahora, si bien el tópico del prostíbulo y las relaciones entre parroquianos y musas de traseros kilométricos es un recurso manido en el género, la técnica de la secuencialidad de imágenes poéticas y la crudeza del relato convierten a Un delicado temblor en una propuesta en que lo “poético” no deslinda con lo “narrativo”; al contrario, se devoran entre sí y forman quimeras capaces de ofrecer una caricia desprevenida: “Ansiar la lluvia como se ansía a alguien, como si el amor se tratara de que miles de gotas caigan y caigan por minutos, horas o días. No hay amor en el deseo, porque todo viene marcado por la ausencia del amor, porque todo es imposibilidad, frontera”.
Y es que las quimeras o asociaciones que el narrador entreteje desde un ojo solitario asientan un idioma o cartografía que sobrepasa, con creces, el punto de enunciación. Lo dije al inicio y lo vuelvo a enfatizar, la intención en esta novela no es bosquejar una típica historia de burdel y que empaticemos con el drama de una prostituta migrante, se trata de visitar “los adentros”, “el sótano”, “el laberinto” de esa realidad inmaterial que se añeja en el cuerpo y cuyo único canal de comunicación es que sea trazado desde la nada misma.
“LO PECULIAR ES QUE LAS OBSESIONES DE FILONÚS SE TRANSMUTAN, DE FORMA CASI ALQUÍMICA, EN UN COLLAGE PICTÓRICO DE IDEAS E IMÁGENES QUE SE AMALGAMAN”
Curiosamente esta estrategia de evidenciar los fueros internos, ya sea poéticamente o con un tufillo filosófico de sentencias hilvanadas, se evidencia desde la primera página. El narrador, a modo de buen preceptor o aprendiz de Diógenes, nos señala que padece irremediablemente de sed. Sin embargo, esta no solo es una necesidad fisiológica básica, se transforma a lo largo del texto en su púlpito para hablarnos del mundo, o, mejor dicho, en su barril. Esta macro metáfora sostiene la novela, la sed es conocimiento, bendición y condena al mismo tiempo. ¿Será que solamente desde el dolor se puede acceder al mundo?
De esta manera la plaga de la sed en Un delicado temblor quiebra el orden establecido de nuestras clásicas estructuras mentales y de cómo concebimos al mundo. Somos testigos de una llamada telefónica a distancia entre una madre y una hija o una pose erótica taciturna con la misma intensidad de como cuando se apela a menciones abstractas de islas desiertas, ballenas varadas, silencios, luces, sombras, universo en éxtasis perpetuo. El tiempo y el espacio se desdibujan en el laberinto que Filonús ha creado, el horror no es el vacío, es la completitud, la generación de un universo tras otro de forma casi obsesiva.
Lo peculiar es que las obsesiones de Filonús se transmutan, de forma casi alquímica, en un collage pictórico de ideas e imágenes que se amalgaman para mostrarnos metonímicamente condones, cuerpos estrujados, bocas, mares, el apareamiento del mundo, la larva primigenia, y vuelta al ropero del burdel, al silencio, a la sed, a la poesía, a la metapoesía. Un pentagrama musical inmerso en un laberinto de sensaciones, eso es Un delicado temblor. O más precisamente, un laberinto de sensaciones inmerso en un burdel de Lima.
Pienso en esta poderosa novela que acabo de leer, no solo por las revelaciones que implica “narrar poéticamente”: creo que en realidad no existen fronteras o umbrales. Este texto es el claro ejemplo de que los géneros o encasillamientos no ayudan al momento de adentrarnos en la interpretación o acaso tímida lectura de un laberinto como este. Recomiendo no entrar a este buscando la “madeja”, muy por el contrario, seamos nosotros la madeja y que el laberinto nos encuentre. A lo mejor, el Minotauro nos espera al final del pasillo con una exquisita cena: “Nada queda del pasado. Solo así llega lo nuevo…”.