Solombra. Jorge Londoño. Medellín: Hilo de Plata Editores. 2017. 133 páginas.
La palabra como un cofre que guarda tesoros camaleónicos es lo que presenta el autor colombiano Jorge Londoño en Solombra. Se trata de un poemario en el que se pueden descubrir los diversos matices de luz que habitan en las palabras y un fluir del tiempo en los poemas que le otorga cambiantes rostros a los recuerdos. Es un libro que incita a dialogar con la luz y su eterna compañera, la sombra.
Este libro se lanza como la propuesta ganadora de la Convocatoria de Cultura y Patrimonio de Antioquia 2017. Le otorga un estatus en el ámbito regional cultural, así al abordarlo se puede intuir cierto orden definido de acuerdo a su edición. Sin embargo, lo particular de este poemario es que puede recorrerse de manera libre; esta aleatoriedad se debe paradójicamente a la precisión y rigurosidad de respetar la esencia de cada palabra, que parecieran elegidas para generar multiplicidad de significados. No por esto lo convierte en un poemario sin línea temática, al contrario, hay un hilo conductor definido que evoca atmósferas auténticas en cada poema.
Desde el primer verso se vislumbra a este autor colombiano como un pintor impresionista, armado de una paleta de luces para capturar el instante en el que la palabra le sugirió una imagen. Es una sucesión de ambientes que reflejan la danza, el diálogo entre las luces y las sombras de sus recuerdos. Aquí, unos versos de “Fotografía” para ilustrar esta percepción: “Por toda exposición / un relámpago / en el fondo / del cuadro negro / algo queda”.
Además de una indagación sensorial, no se puede pasar por alto la riqueza de sus figuras retóricas. Lejos de actuar como una fórmula predecible o innecesaria, las figuras retóricas en Solombra se evidencian espontáneas, como un rayo de luz que se amolda plácidamente en la superficie donde se refleja. No hay temor por forzar a una palabra a que encaje en otra, es más bien una destreza en el manejo del verso libre que va amalgamando sus luces para crear imágenes particulares.
Esbozando una necesidad del autor por abarcar diversos matices de la palabra, surge la sonoridad, aspecto utilizado de manera cuidadosa en este poemario e infaltable en la poesía. Gracias a la musicalidad en Solombra se puede apreciar una vocación por las palabras bien escogidas, semejando hilos de sombras que van tejiendo un ritmo auténtico en cada poema. No se puede pasar por alto cada destello de luz que logra este autor al pretender hacer fuego chocando dos palabras. Así, sonora, visual y potente es un extracto de “Margen de maniobra”: “He aquí mis cadenas / yo las abrazo / resplandecientes / tintinean / mientras escribo”.
Sin descuidar el aspecto visual del que Jorge Londoño parece ser partidario, hay una serie de dibujos elegidos por él mismo que acompañan estos poemas. Los dibujos complementan en cuanto a lo amorfo de su aspecto en algunos poemas, pero cabe preguntarse si en verdad complementan o por el contrario obstruyen la posibilidad de evocar lo etéreo, sin imponer conceptos. De todas maneras, ese trasfondo visual que el autor quiere hacer más evidente con los dibujos, se esfuma al crear ambientes tan fuertes con su lenguaje ascético: “No te hago / con tinta / sobre papel. / En el tiempo / te tejes / con el hilo / de mi voz”.
No obstante, ese ascetismo en el lenguaje puede ser un arma de doble filo para Solombra, porque incita a detenerse, a contemplar cada poema indagando qué une tan pocas palabras. Pero esta invitación a la reflexión particular podría quedar en el cofre y caer en la aparente simpleza de una palabra y no su contenido, lo que lleva a cuestionar este poemario en su aspecto de completitud; en primera instancia el título Solombra hace alusión a un poema de Octavio Paz, el cual sí genera esa sensación de completitud al poemario. En contraste, algunos poemas tienen títulos que no transmiten el peso que tiene cada verso, ni esa fuerza conclusiva que le da un cierre magistral a los poemas; por el contrario, el título en ocasiones distrae o genera una explicación innecesaria. Un ejemplo es el texto “Peso”, a propósito de lo que le quita este título al poema: “No hay viento / Sobre una señal de tránsito / doblada desde la base / completamente vencida / descansa una hoja seca”.
Migrar a esos espacios que Solombra crea es un placer, en particular para habitar en el tan menospreciado lugar común que Londoño plantea como algo inexplorado, quizás debido a que con su poesía corrió la pesada cortina que no dejaba iluminar esos lugares tan frívolamente ocupados por poemas fallidos.
Solombra sería esa alternativa de libro que genera una reacción global y no se estanca en la visión particular del poeta, y esto lo convierte más bien en un poemario que en compañía del silencio (proveniente de la contemplación) conduce a la reflexión particular. Versos como los de Londoño emiten destellos de una palabra al quemar el tiempo: iluminan hasta las sombras de los recuerdos y los trae cálidos al presente, espectáculo que se puede apreciar al descubrir la luz que guarda una palabra.
Diana Carolina Torres Ávila