Roque Dalton: Correspondencia clandestina y otros ensayos. Horacio Castellanos Moya. Barcelona: Penguin Random House. 2021. 223 páginas.
La publicación reciente de una colección de ensayos de Horacio Castellanos Moya, Roque Dalton: Correspondencia clandestina y otros ensayos (2021) representa un giro distintivo en la producción del escritor salvadoreño. En ella se encuentra una recopilación de ensayos analíticos de diversa índole, escritos y publicados a través de los últimos años. Algunos de los ensayos aquí han aparecido anteriormente en distintos sitios en línea, principalmente en la revista Iowa Literaria, perteneciente al Programa de Escritura Creativa de la Universidad de Iowa, la cual el mismo Castellanos Moya dirige como parte de su labor como profesor de ese programa.
Al tiempo que el renombre internacional de Moya aumenta, calificado como una de las voces narrativas más eminentes en la ficción de posguerra centroamericana, esta compilación se destaca por ofrecer una muestra representativa, en una sola colección, de sus cualidades como ensayista capaz de escribir sobre una amplia variedad de asuntos. Al abordar temas tan diversos como la historia y cultura literaria de El Salvador y al analizar una novela de Vargas Llosa, ofrece también reflexiones incisivas sobre la política, la historia, y el autoconcepto identitario que él mismo percibe en su patria. En otros ensayos Moya también dedica espacio a la violencia en la narrativa hispanoamericana, la novela corta como género y la importancia de su propia formación como escritor que emerge en la coyuntura histórica de la posguerra.
El enfoque central de la colección se remonta a un descubrimiento hecho por Moya de una carpeta de correspondencias de Roque Dalton, mientras buscaba el manuscrito original de un capítulo de la novela de Dalton, Pobrecito poeta que era yo, publicada en 1976. Todas las cartas descubiertas, algunas de Dalton y otras de su madre y otras mujeres con las que tenía amoríos, fueron escritas y entregadas durante la década de los setenta, y jamás habían salido a la luz hasta el hallazgo inesperado de Moya. La privacidad con la que estas cartas fueron elaboradas revelan un lenguaje cifrado bajo seudónimos y estratagemas, todos componentes claves de la clandestinidad internacional y compleja que practicaba Dalton. Interpretar su contenido exige que Moya emprenda la tarea de descifrar esta fase poco conocida en la trayectoria de Dalton. La lectura cuidadosa de Moya de estos intercambios epistolares revela la importancia de distintos aspectos de los últimos meses de su vida. Según Moya, una lectura detenida de estas nuevas cartas no solo puede iluminar las circunstancias opacas sobre el asesinato de Dalton por el ERP en El Salvador en mayo de 1975, sino que también potencia nuevas sospechas sobre el papel que desempeñaron los interlocutores en las maquinaciones y un posible contubernio, que a final de cuentas terminaron en su traición y asesinato.
De importancia particular en la colección es el ensayo “Breve historia con mi abuelo de cuando me infectó la política”, el cual revela información amplia y autobiográfica sobre la crianza de Moya en Honduras y El Salvador y divulga los detalles de las influencias claves e ideológicas que tuvo en los años antes de la adolescencia. Así sabemos que, si por un lado el impacto y el tiempo compartido con sus abuelos conservadores en Honduras y con sus padres y otros familiares en El Salvador lo marcan, por otra parte, las diferencias políticas entre estas experiencias no podrían haber sido más pronunciadas. Mientras su abuela hondureña, una poeta sin renombre, publicaba La jornada épica de Castillo Armas vista desde Honduras en 1955, su tío Jacinto de El Salvador, quien era representante del Partido Comunista Salvadoreño en Cuba, le brindaba posada a Roque Dalton en la isla en 1962. Las marcadas diferencias entre estas experiencias influirán en Moya de manera perdurable a la vez que le infundirán una ambivalencia ideológica y un distanciamiento que surgirá posteriormente como una vertiente matizada y notable en muchas de sus novelas.
En otro ensayo, “Crónica de éxodos y retornos”, Moya evoca otro tema que aparece en varias de sus novelas: la experiencia inquietante y personal del exilio y la añoranza constante del retorno. Aquí el peso del desplazamiento y la sensación de culpa, acrecentada por sus visitas esporádicas durante la década de los ochenta, iluminan una conciencia aguda sobre el costo humano de la guerra y los riesgos y compromisos de sus amistades involucradas en las filas del FSLN. Los comentarios de Moya sobre su actitud ambivalente y los peligros inherentes de sus visitas no sólo se centran en torno a la celebración de la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, sino también sobre la importancia de los espacios públicos de El Salvador en esa época. La firma de dicho tratado, como suceso clave que termina con el conflicto, impulsa una serie de recuerdos que le remiten a otros hitos que anteceden el comienzo de la Guerra Civil en 1980: la masacre de manifestantes en la Catedral el ocho de mayo de 1979 y el asesinato de monseñor Óscar Romero en 1980, ambos hechos ocurren en el mismo espacio donde se celebró la firma de los Acuerdos de Paz, la plaza Barrios en San Salvador.
El ensayo breve y punzante, “Identidad trágica,” excava con detalle algunas de las vertientes de la historia reciente de El Salvador, la cuales constituyen la base de la tragedia profunda que se perpetúa en la memoria colectiva sobre el país, y que en definitiva configuran su sentido cambiante de la identidad. Lo que perdura dentro de estos recuerdos gira en torno a algunos de los sucesos más trágicos y conocidos de los años de guerra: la violencia perpetrada contra líderes religiosos —monseñor Romero— y las masacres de pueblos enteros —El Mozote—, al tiempo que se desconocen los sacrificios épicos de tantos salvadoreños a lo largo de esos años, ocultos en los resquicios de la historia. Como corolario trágico a esta situación, advierte Moya, el deseo de superar las cicatrices de la guerra de los ochenta sigue quedando como una tarea pendiente, postergada, debido al aumento de la emigración del país en la actualidad. A raíz del conflicto prolongado de la Guerra Civil, los ciclos de emigración e implacable violencia que las pandillas han ocasionado, junto con los daños que alcanzan a afectar muchos de los valores esenciales y positivos de la sociedad salvadoreña contemporánea, han deshecho su tejido social y el orden, perjudicando su ingenio, valores y su sentido de identidad nacional.
En el ensayo “Orfandad y herencias literarias”, donde reaparece la figura de Roque Dalton, Moya indaga en los orígenes de su propia creatividad como escritor y en la manera en que éstas se insertan en la historia literaria y cultural de El Salvador. Después de citar como primeras influencias primordiales a los poetas Alfonso Quijada Urías y Dalton, Moya también profundiza en sus conocimientos extensos de la tradición literaria de su país; destaca la impronta que deja el escritor Francisco Gavidia en Rubén Darío y los aportes posteriores de Arturo Ambrogi y Miguel Angel Espino. De forma reveladora y circular, el ensayo remite al proyecto original de la colección sobre las correspondencias epistolares de Dalton. Moya, con tono elogioso, subraya la inventiva e impacto de Dalton en su propia concepción de las delimitaciones regionales impuestas a “los escritores nacionales” y de su propio posicionamiento como novelista contemporáneo. En particular, destaca cómo las obras de Dalton han dejado una huella profunda en sus propias novelas, señala cómo se identifica con su propuesta estética y observa la incidencia que ésta ha tenido en ciertos aspectos de su propio universo narrativo: el humor, la actitud irreverente, la innovación y los intercambios con escritores e intelectuales latinoamericanos. En sentido amplio, el legado de Dalton en las letras abarca varias generaciones y las repercusiones de su asesinato han resultado en un sentido de orfandad entre muchos de la comunidad literaria en El Salvador, al punto de influir en la primera novela de Moya, La diáspora, publicada originalmente en 1989. En definitiva, por insondable que sea la inmensa influencia de Dalton, quizás las propias palabras de Moya capten mejor la profundidad de esta importancia para los que han seguido los pasos de Roque: “su muerte nos dejó desamparados en aquel pozo sangriento en el que no se miraba más luz que la producida por el fuego que nos llovía. Pero su muerte también nos dejó una herencia: si no hay quien guíe, debemos buscar el camino por nosotros mismos…”
William Clary
University of the Ozarks