Room in Rome. Jorge Eduardo Eielson. Traducción de David Shook. Cardboard House Press, 2019. 102 páginas.
Jorge Eduardo Eielson (Lima 1924–Milán 2006) es un nombre imprescindible en las letras y el arte latinoamericanos de nuestros días. Autor de una obra prolífica y multifacética, cultivó con igual rigor la poesía, la novela, el teatro y las artes plásticas, configurando un rico imaginario que buscó siempre el diálogo y la integración expresiva de todas estas formas artísticas.
Eielson perteneció a la llamada generación del 50 en el Perú, un talentoso grupo de escritores del que también formaron parte Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren, Blanca Varela y Carlos Germán Belli. Gracias a ellos, la poesía peruana abandonó su impronta regionalista para ingresar a una nueva etapa de renovación y modernidad. Lector de los clásicos griegos, de los poetas del Siglo de Oro español, de Rilke y de los surrealistas franceses, la poesía de Eielson recibió merecidos reconocimientos a partir de la publicación de Reinos (1944), un libro que publica con apenas veintiún años de edad. En Reinos, una voz poética inquieta, portadora de un exquisito trabajo con el lenguaje, dialoga con las mejores voces de la tradición occidental al tiempo que se zambulle en la búsqueda de una expresividad propia. Para 1948, cuando Eielson partió a Europa, donde residiría gran parte de su vida, era ya un poeta con un merecido sitial en las letras peruanas.
Habitación en Roma (1954), que aparece ahora en edición bilingüe como Room in Rome, con una magnífica traducción en inglés de David Shook, un prólogo de Mario Vargas Llosa y un epílogo de Martha Canfield, puede ser leído no solo como un muestrario de la gran calidad poética de Eielson, sino también como una reflexión individual y colectiva sobre los avatares de su exilio europeo. En estos poemas, Roma es una ciudad de esplendores y miserias, un lugar sumido en el caos y la destrucción de la posguerra. En ellos, mientras el “yo” poético busca la vieja grandeza de la Ciudad Eterna, padece también una creciente angustia existencial ocasionada por un espacio que, lejos de reflejar los valores de la antigüedad clásica, se muestra más bien como un lugar hostil y poco hospitalario. El poema “Azul ultramar” resulta muy ilustrativo al respecto: allí el hablante poético le dirige un ruego urgente al antiguo dios del Mediterráneo para que este le devuelva a Roma su viejo esplendor y sea otra vez el lugar protagónico que antes ocupó como centro cultural y espiritual del mundo occidental. Por eso dice: “mediterráneo ayúdame/ayúdame ultramar/padre nuestro que estás en el agua/del tirreno/y del adriático gemelo/no me dejes vivir/tan solo de carne y hueso/[…]/haz que amanezca nuevamente esta ciudad que es tuya/y sin embargo es mía/[…]/esta ciudad con casas/con restaurantes/con automóviles/con fábricas y cinemas/teatros y cementerios/y escandalosos/avisos luminosos/para anunciar a dios con insistencia/con deslumbrantes criaturas/de papel policromado/que devoran coca cola/bien helada”.
Sin embargo, el pedido del “yo” poético caerá en el vacío, pues ese viejo pasado romano ahora yace sepultado bajo el estridente mundo de la urbe moderna, un mundo dominado por las luces “escandalosas de los avisos luminosos” y un consumismo galopante. Frente a ese penoso espectáculo, el “yo” poético descubre que el habitante de Roma es un ser que vive en un nivel animal muy primario, dominado solo por sus necesidades materiales y físicas, y abrumado por una gran soledad.
En más de un sentido, Habitación en Roma puede ser leída como la crónica de la enajenación que puede producir la ciudad moderna en el individuo; sus textos fusionan bien la historia personal con la colectiva, reclamando una y otra vez una comunicación humana más fraterna entre quienes habitan la Ciudad Eterna. De allí el reiterado uso del vocativo en muchas composiciones del libro. Destaquemos, asimismo, el uso de una forma de decir coloquial, de hálito simbolista y surrealista, que no deja de admirar la vieja belleza de los monumentos romanos, al tiempo que cultiva una musicalidad lúdica y reiterativa en muchos de sus versos. En pocas palabras, Habitación en Roma es un libro tan confesional como descarnado, capaz de expresar con emotividad experiencias muy humanas como el desamor y la soledad.
Así las cosas, el “yo” poético pronto será víctima de un sentimiento de alienación y desasosiego existencial, expresado en el poema “Vía Veneto” de la siguiente manera: “me pregunto/si verdaderamente/tengo manos/si realmente poseo/una cabeza y dos pies/y no tan solo guantes/y zapatos y sombrero/y por qué me siento/tan puro/más puro todavía/y más próximo a la muerte/cuando me quito los guantes/el sombrero y los zapatos/como si me quitara las manos/la cabeza y los pies”.
Esta enajenación del “yo” es llevada a su límite en “Poema para leer de pie en el autobús”. Allí el hablante desemboca en una actitud nihilista ante la existencia, esto es, en una negación del amor y del mundo material que lo rodea, así como en la claudicación de la palabra poética misma. Por eso escribe: “de nada sirve escribir/siempre sobre sí mismo/o de lo que no se tiene/o se recuerda solamente/o se desea solamente/yo no tengo nada/nada repito/nada que ofreceros/nada bueno sin duda/ni nada malo tampoco/nada en la mirada/nada en la garganta/nada entre los brazos/nada en los bolsillos/ni el pensamiento/sino mi corazón sonando alto alto/entre las nubes/como un cañonazo”.
Tiene razón Martha Canfield cuando señala que “Habitación en Roma es la crónica de un incansable peregrino por las calles de la Ciudad Eterna en busca de algo que sabe que no puede encontrar, personificando así la distorsionada confusión de nuestra época”; y una vez desmitificada la Roma Eterna, nos encontramos con un sujeto en “lucha contra la pobreza, la soledad y el aislamiento, pero sobre todo contra todas las máscaras impuestas por la sociedad, las cuales destruyen la integridad del cuerpo”, es decir, aquello que para Eielson constituye “el vehículo y la forma del alma”. En efecto, ese afán de trascendencia espiritual, a la manera de los místicos españoles, es también un motivo recurrente en toda la obra del poeta peruano.
Esta edición bilingüe de Habitación en Roma es un libro cuya aparición debemos celebrar. No solo porque permitirá que la poesía de Eielson llegue a manos de nuevos lectores, sino porque la calidad artística de este libro constituye una estupenda puerta de entrada al universo de un escritor que dejó una obra rica, expresiva y variada, aquella que solo es capaz de forjar un artista genuino.
César Ferreira
University of Wisconsin-Milwaukee