Lima: Alfaguara, 2022. 640 páginas.
La aparición de una nueva edición de País de Jauja es un hecho siempre digno de celebrar. Los motivos para esa celebración son muchos, pero lo cierto es que, luego de casi tres décadas, la primera novela de Edgardo Rivera Martínez es un libro fundamental de las letras peruanas de nuestros días, no solo por la rica temática de la novela, sino también por la gran calidad de su prosa. Por fortuna, Rivera Martínez pudo constatar en vida el reconocimiento de sus lectores a su gran talento narrativo. A fines de los años 90, País de Jauja fue elegida como la mejor novela peruana de la década en una encuesta realizada por la revista Debate. Más tarde, en el año 2013, el escritor sería galardonado con el Premio Nacional de Cultura por el conjunto de su obra.
Rivera Martínez alimentó su vocación por el arte de contar historias desde muy temprano en su vida. Nació en Jauja, en 1933, en el seno de una familia de clase media provinciana, gracias a la cual tuvo a la mano una estimulante biblioteca familiar. Al mismo tiempo, gracias a su madre, cultivó un amor por la música clásica. Desde niño, el escritor conoció muy de cerca la vida del campesinado local, especialmente en lo que concierne a los mitos, la música y la danza de esa parte de los Andes centrales del Perú. Por otro lado, es bien sabido que hasta los primeros años de 1950, Jauja fue, en razón de su buen clima, un lugar al que acudían desde el siglo XIX enfermos de tuberculosis provenientes de Lima y también de Europa. Este hecho propiciaría la formación de una sociedad culta de la que el escritor sería testigo de primera mano. Ese mundo llegaría a su fin con la aparición de la estreptomicina a fines de los años 40, pero no cabe duda de que toda esa experiencia vital sería fundamental para la configuración del universo narrado en la novela.
Durante mucho tiempo, los primeros libros de Rivera Martínez —relatos notables reunidos en libros como El unicornio (1963), El visitante (1974) o Azurita (1978)— fueron una suerte de secreto exquisito para más de un lector en el Perú. Todos ellos fueron libros publicados en ediciones modestas y con una circulación limitada. Sin embargo, leídos con detenimiento, dan cuenta de un imaginario que, fiel a sus postulados artísticos, se construye con rigor y gran solidez narrativa. En 1982, la revista Caretas organizó la primera versión de su concurso “El cuento de las mil palabras”. Entre cientos de participantes, Rivera Martínez resultó ganador con uno de sus relatos más emblemáticos: “Ángel de Ocongate”. El premio lo recibiría de manos de un antiguo compañero de aulas sanmarquinas, Mario Vargas Llosa. Ese relato—acaso el más antologado de toda su obra—servirá para darle título a su siguiente libro, Ángel de Ocongate y otros cuentos, publicado en 1986.
La difusión de la obra de Rivera Martínez dará un gran salto cuando en mayo de 1993 el escritor dé a la imprenta País de Jauja. Publicada bajo el sello de La Voz Ediciones, la primera edición de la novela se agotó en pocas semanas en medio de grandes elogios críticos. Hoy, casi tres décadas más tarde, es posible afirmar que, gracias a este libro, Rivera Martínez ocupa un lugar protagónico en la historia de la novela peruana de nuestros días. Sin duda, la idea de escribir un relato sobre la adolescencia de un joven que vive a caballo entre el mundo andino y el mundo occidental se estuvo gestando en la conciencia creativa del escritor a lo largo de muchos años. Lo cierto es que, a principios de los años 90, Rivera Martínez se entregó de lleno a la tarea de contar la vida y avatares del joven Claudio Alaya Manrique. Claudio es una suerte de artista adolescente, un escritor en ciernes que es también un gran amante de la música. En el verano de 1947, con la ayuda de un diario íntimo, Claudio irá observando con más cuidado todo lo que forma parte de su mundo más inmediato: me refiero a asuntos personales como el amor y el sexo, la toma de conciencia de sus raíces andinas, así como todos los vínculos que esas raíces son capaces de establecer con el mundo occidental. El resultado de esa feliz comunión forjará a un sujeto con identidad propia, capaz de adoptar una mirada armoniosa y genuina sobre los diversos mundos que alimentan su perfil como individuo. Esa mirada de vasto alcance le permitirá a Claudio retornar una y otra vez a sus raíces más íntimas, provenientes del mundo andino, y valorar con nuevos ojos su lugar de origen y su identidad.
Rivera Martínez siempre se refirió a País de Jauja como una novela sobre “un mundo feliz”. Su definición es muy cierta: País de Jauja es una novela que se aleja de la mirada dura y dolorosa del mundo andino que nos propusieron los escritores indigenistas de la primera parte del siglo XX (Ciro Alegría, José María Arguedas, entre otros). Bajo la pluma de Rivera Martínez, Jauja no solo es un espacio de descubrimiento amoroso para el joven Claudio; es, sobre todo, un lugar de encuentro entre el Ande y el mundo occidental; un idílico espacio donde conviven en cordial armonía personajes de variada procedencia. Dicho de otra manera, en Jauja la leyenda de los amarus comparte un mismo escenario con los mitos clásicos, y la música de Mozart y las fugas de Bach se escuchan junto a los ritmos andinos. Asimismo, las letras de los yaravíes se pueden recitar junto a la poesía de César Vallejo o de Jorge Eduardo Eielson. En medio de este mestizaje nuevo y renovador, la voz de Claudio abre el paso a un diálogo intenso y enriquecedor entre los muchos personajes del libro. Añádase a ello el fino lirismo del relato, matizado con finos toques de ironía y humor.
Con País de Jauja, Edgardo Rivera Martínez forjó lo que todo gran escritor anhela construir: un universo propio. Gracias a esta novela, cuya nueva edición incluye agudos comentarios de Jeremías Gamboa y Françoise Aubès y un vasto dossier fotográfico, Jauja es un espacio mítico en el imaginario peruano de nuestros días. Al mismo tiempo, es una novela que nos interpela sobre nuestro origen, pues en su mirada nostálgica del mundo andino subyace también el reclamo de la configuración de un mestizaje nuevo para el Perú. Se trata, en verdad, de un libro que desde la utopía y la celebración vital de todo lo que somos, apuesta por un país posible.
Edgardo Rivera Martínez no solo logró escribir e inscribir a la ciudad de Jauja en nuestro imaginario gracias a su primera novela, sino que su obra toda es una apuesta por el Perú como un país multicultural; un país capaz de reafirmar sus raíces andinas y, por ende, ser dueño de un mestizaje nuevo y necesario. El favor del que goza esta propuesta entre sus muchos lectores nos recuerda que en el Perú de nuestros días esa es todavía una tarea pendiente.