Lima: Sol negro. 2021. 62 páginas.
Noema se define como el “resultado de pensar”; en cambio, lo primero que surge en el poemario, es la memoria que desaparece. Dice la autora: “poco a poco voy olvidando el nombre de todas las sustancias”. Un viaje imaginario conduce la lírica de Irkalla a desbordarse de manera sencilla. Consigue des-pensar las demarcaciones, no como algo dilemático, sino con la certidumbre de que hay que hacerlo para avanzar. Y lo hace en espacios que construye en las sensibilidades del sueño, el ensueño y la vigilia, por un lado; mientras por otro emerge el camino como un sendero más bien con “aroma del desierto”. Esta es su contraparte más exacta. En este primer momento, las relaciones con el medio ambiente serán espejadas dentro de un tiempo abstracto, un tiempo que, si bien “aún se sostiene”, termina por “tragar infinito”.
La facultad imaginativa será por instinto constitutivo, ajeno a ese otro espacio que representa el devenir. El inconsciente está albergado en esta naturaleza creadora que, a medida que avanza, invita a explorar el afuera, aún en su imposibilidad. Un ejemplo es el poema del mismo nombre, “Exploración”. Tocar la superficie es des-albergar el inconsciente creador, se nos estimula a salir de nosotros mismos a recorrer un paisaje insólito. La invitación es el pretexto. Pues, en lo sucesivo, casi sin percibirlo, volvemos a habitar lo onírico. El salir se representa con esta verticalidad que resuena como un llamado a la consciencia: “Tarde / me despierto en el sopor / doblo las ramas con los puños / miro hacia abajo”. El llamado hacia un centro nos remite al epígrafe de Juarroz: “Adentro de un abismo siempre hay otro y si no hay diferencia habrá distancia”. ¿Incluso el soñador va a soñar racionalmente? ¿Qué implica deshabitar, es mirar hacia abajo? Quizá, citando a la autora: “pueda olfatear la ruta del peligro y advierta el estruendo oculto que rueda en la pendiente”. Aparece la necesidad de la experiencia, puesto que solo ella reaviva el olvido. Dice la autora: “En su ritmo todo se olvida / excepto los garabatos que traza la caída”. El olvido se sugiere, además, como principio de todo. No hay un empezar de nuevo, sino una suerte de fenomenología de la imaginación. Entonces la semilla vuelve a florecer por dentro, se imagina hacia adentro.
La gravedad encuentra un punto de apoyo en la creación. De este modo se transita de imágenes interiores a imágenes exteriores. En cambio, hay que maniobrar. La sinapsis entre lo íntimo y lo externo se despliega sobre la imagen del cuerpo a través de la coreografía. Es esta danza quizá la que nos conduce a olvidar, que también es des-conocer, a no hacerlo: “Me he dejado ir sin paracaídas”. Se invierte la perspectiva, puesto que no es la búsqueda la que conduce a algún acierto. Es la caída la que engendra dicha búsqueda y esta a su vez engendra palabras que trazan geometrías. La representación entonces sigue dominada por la imaginación creadora, pero de manera consciente. Lo que permanecía velado desde el exterior, ahora puede ser descrito: “Pero no estoy afuera”, apunta Irkalla.
No basta una dialéctica elemental. Si existe una serpiente que se muerde la cola, este uróboro necesitará atravesar sus propios límites. Y utilizo esta palabra necesita, porque el último espacio que recorre la autora es el “despertar”. Un despertar sobre el papel que edifica otro universo. No tengo que confrontar una realidad objetiva: “Y entonces comprendo una verdad: no seré ave / no seré pez / nunca seré elefante”. Voy a ratificar lo dicho por el poeta Gérard de Nerval: “Yo creo que la imaginación humana no ha inventado nada que no sea cierto en este mundo o en los otros”. Despierta entonces el yo que nombra, recordando un poco el epígrafe de Dickinson: “A word is dead / When it is said, / Some say. / I say it just / Begins to live / That day”. Despierta de la manera más evidente: re-nombrando. En estos poemas finales el tiempo pasa de prisa, conduce a una situación límite, puesto que tiempo y espacio están dominados por el papel. No es casual que el último título sea “Metamorfosis”. No solo hay que abandonar las formas del decir o del cuerpo, sino de la existencia. Y es aquí donde, finalmente, los cambios de espacio confluyen con un cambio de naturaleza.