Mírame. Antonio Ungar. Barcelona: Anagrama. 2018. 190 páginas.
Al apartamento del quinto piso del edifico de enfrente, que puede verse desde la ventana con unos buenos binoculares, ha llegado a vivir una familia. Son “oscuros”, “hindúes o árabes o gitanos”, tres hombres ‒uno mayor y dos jóvenes‒ y una hija ‒de diecisiete años, con las piernas muy largas. Del otro lado, aunque ellos aún no lo saben, un hombre los mira. A ella, sobre todo. Así empieza Mírame, la tercera novela del colombiano Antonio Ungar, una historia tan envolvente como inquietante.
Ese hombre que observa a sus vecinos escribe un diario, una serie de breves entradas en donde anota lo que ve y lo que piensa ‒sus idas y venidas a la tienda, sus paseos por el barrio, la decadencia de la “antigua república”. Anota la vida de sus vecinos inmigrantes: lo que hacen esos tres paraguayos ‒a quienes apoda “los salvajes”‒ y más aún los movimientos de la hija por la casa, la ropa que viste, las cosas que cocina, la forma de sus senos. Y aunque en un principio parece escribir, según dice, para su hermana muerta, también lo hace, al mejor estilo del diario íntimo, a modo de confesión, de soporte a su soledad, como una suerte de paliativo espiritual a su estado de desazón y congoja.
A través de ese diario ‒que es la novela‒, el lector asiste a los recorridos físicos y mentales de un hombre profundamente perturbado, xenófobo y racista hasta la médula, obsesivo, neurótico, automedicado y lleno de odio y rabia hacia el otro: indio, rumano, pakistaní, a todos detesta por igual. Seguro de que los tres paraguayos traman algo y sobre todo obsesionado con la hija, por la que rápidamente empieza a sentir una atracción desmedida, en un arrebato de ansiedad mezclado con Clonazepan, o Diazepam, o Colpromazina, o Serotax, logra escabullirse en ese apartamento y llenarlo de cámaras de video. Desde entonces los espía en su computador, a todas horas, consumido hasta la fiebre por su obsesión. Eventualmente, su mente y su cuerpo se vuelven un campo de batalla cuando por fin empieza una relación amorosa con Irina, la hija de “los salvajes”, objeto de desprecio y deseo y adoración.
En todo esto hay, por supuesto, una puesta en escena de problemáticas contemporáneas muy serias: la inmigración, el racismo, el desprecio por la otredad, la situación del migrante, el crecimiento alarmante de la derecha radical y los viejos nacionalismos. Para representarlo, para dar luces sobre todo ello, Ungar se ha decantado por una forma original ‒una opción narrativa valiente‒ al optar por el punto de vista del agresor, construyendo su novela desde los ojos del racista.
En ello reside uno de los mayores méritos de la novela: la construcción de un personaje a todas luces despreciable por el que, sin embargo, el lector puede llegar a sentir algo parecido a la empatía. Un personaje matizado, detestable, no hay duda, pero humano. Aunque su mirada patética y el desprecio enfermizo que siente por todo lo que no se parezca a él despiertan el rechazo instantáneo en el lector, en la intimidad de su día a día ese mismo narrador alcanza momentos de ternura, presentándose sensible, casi tierno, casi paternal y dejando al descubierto su dolor, sus temores, toda su vulnerabilidad. Más que un gran personaje, lo que hay aquí es la gran construcción de un personaje. Donde habría sido fácil hundir al xenófobo en el barro de la infamia, despojándolo de toda humanidad, Ungar avanza hacia la exploración de la psiquis de un facha, por medio de un narrador complejo, acumulando capas de sentido, página tras página. ¿Qué pasa o qué puede pasarle por la cabeza a uno de estos racistas que ahora afloran por todo el mundo? Acá hay una novela que se atreve a entrar en ese problema.
Con un estilo distinto al de sus novelas anteriores, una prosa sobria, un tono contenido y oraciones pausadas, Mírame conserva dos de los mejores rasgos característicos de la narrativa de Ungar. Por un lado, su capacidad de crear obsesiones trágicas donde, sin embargo, asoma el humor ‒porque en la buena literatura no hay tragedia sin comedia. Por el otro, su dominio de esa forma literaria hecha de suspenso, velocidad y tensión: el thriller ‒que en esta obra se desarrolla en torno a la confluencia de las subtramas en la inminencia de una serie de hechos violentos.
Después de ocho años de no publicar ‒su última novela, Tres ataúdes blancos (Anagrama, 2010), fue finalista al Rómulo Gallegos‒, el colombiano Antonio Ungar ha vuelto con esta novela absorbente y perturbadora. Ahora que medio mundo pide a gritos muros y hombres armados en las fronteras para frenar lo irrefrenable, no debe ‒no puede‒ pasar desapercibida una novela como esta.
Rodrigo Mariño López
Universidad de Cincinnati