Buenos Aires: Editorial Marea SRL. 2021. 298 páginas.
En el prólogo de esta valiosa compilación de la obra periodística de Luisa Valenzuela, Marianella Collette detalla un vasto material que perduró por mucho tiempo alejado de los lectores, como una escritura recubierta sobre la pátina amarillenta que solo otorga el paso del tiempo. Sabiamente, muchos de los escritos de Valenzuela han vuelto al renacimiento en sus lecturas.
La mirada horizontal. Textos periodísticos (2021) establece algunos rasgos históricos que curiosamente coinciden con lo que actualmente sucede en América Latina. La estructura político-social en la escritura periodística permite que semblanzas como “¿Groucho Marx en la Argentina?” (Revista Gente, 1974), remuevan los colorines de la personalidad de quien conversa con Valenzuela, mientras describe cómo se mueven los luchadores en el ring. Pasando por otras miradas detalladas que allí aparecen, bajo el nombre de “Sí, Martín Karadagián”, “La vida, los dichos y los enigmas de Karadagián” o “No hay que copiar, hay que inventar”, en la cronología de la memoria de un luchador se destacan los sentimientos, las riñas, las reglas en el juego, las máscaras, bajo el ritual de entrar en escena. La descripción de este hombre enaltece cierta similitud con los personajes literarios ya que, para Valenzuela, la literatura y el periodismo siempre han sido sus extremos, vertical y horizontal, que se cruzan para contarlo todo.
Partiendo de esta comunión en su escritura periodística, al detallar lo que aparece en “Filloy del derecho y del revés” (Suplemento Gráfico, La Nación, 1968), Valenzuela vuelve a dar el giro a la literatura. Allí, Juan Filloy habla de una escritura imaginaria que describe como dos pautas sagradas: “los personajes del alma jugosa y el odio total al eufemismo”. Vale decir, las palabras de un escritor pueden ser tan duras como las verdades de un periodista. En el caso de Valenzuela, una periodista también puede describir al escritor como aquel que, para escribir y para ser leído, debe aceptar un axioma. Hay un juego pendulante en este verdadero mundo del periodismo cultural que se enuncia en cada una de sus líneas.
Y va más allá. Cuando una escritora-periodista entrevista a otra escritora-periodista nos movemos al intercambio complejo de las miradas. En “Encuentro con la mexicana Elena Poniatowska. Libros como espejos” (La Opinión, 1977) se inicia ese maravilloso juego del escondite, que menciona en sus primeras líneas. Allí, Poniatowska describe a la Elena escondida que se asoma y camina con sus pasos más allá de la artillería pesada de una familia de abolengo. Cuando hace referencia a su hermano Jan, al mutismo de su madre o a la incapacidad de expresar los sentimientos heredada de los europeos, los lectores volvemos a contemplar, muchos años después, ese juego de espejos donde se ha reflejado siempre cierto silencio compartido.
Porque, en la obra de Valenzuela, las palabras siempre vuelven a la movilidad del compartir. Pensando en lo que significa entrevistar a una escritora, que también fue filósofa y ensayista, quisiera mencionar el diálogo que tuvo con “Susan Sontag. La amante de los amantes” (El Cronista Cultural, 1992). Allí Valenzuela detalla una conversación amistosa que sostuvieron en la casa de Sontag, donde charlaron sobre sus vidas como protagonistas “contaminadas de literatura”. Ese placer de compartir una visión, una forma de interpretar al mundo, se muda luego al valioso poder de las palabras. Allí, ciertas fascinaciones móviles e independientes, como los volcanes y la policromía, confieren fascinantes formas de poder descriptivo que, en el caso de Sontag, nos trasladan a ciertos dramas de conciencia.
Movámonos ahora a ese lugar oculto donde se ubica a Salman Rushdie, con quien Valenzuela coincidió de manera urgente. En “Encuentro con Rushdie” (El Cronista Cultural, 1992), aquel llamado Mr. Versos Satánicos protagoniza un texto que ella escribe bajo el desencanto de una narrativa “cortada” por la tiranía del periodismo escrito. No obstante, detalles de lo que sucedió, de aquel botón que querían compartir con la audiencia que decía “Yo soy Salman Rushdie”, o de la intranquilidad de los aplausos, ilustran y fortalecen sus palabras. Luego, en el post scriptum donde William Styron y Peter Mahiessen se unen con Valenzuela, alejados del tirano tiempo, se narra una charla final que anima a cuestionar personalmente todo lo anterior (como sucede actualmente en las redes, donde las conversaciones después de lo formal crecen con más fuerza que lo que realmente ocurre en los eventos).
Destacando ahora sus crónicas, como una valiosa forma de escribir la historia, en “Homenaje a las madres de Plaza de Mayo” (El Cronista Cultural, 1991) Valenzuela hace referencia a una represión que puede llegar a ser cíclica. Volviendo a la linealidad con la que se titula esa mirada horizontal, “aquellos que quisieron, quieren y seguirán queriendo hacer callar u olvidar pregonan la linealidad, la recta, que no es sinónimo de rectitud sino todo lo contrario”, como la triste paradoja del recuerdo de los desaparecidos, de las siluetas blancas, de las madres. Las madres de Plaza de Mayo no se olvidan, y releer lo que aquí se describe con detalle ayuda a que la memoria sigua siendo una responsabilidad compartida.
Este archivo de la memoria se multiplica en la obra compilada en el libro. Retomando todo lo que Valenzuela menciona sobre la escritura de Julio Cortázar y Carlos Fuentes, o su visión política acerca de Hugo Chávez, los lectores podemos volver a lo ya acontecido, pero con el valioso aditivo de los giros y los cambios en el tiempo. Hay una relectura histórica, abierta, como las interpretaciones posibles de quienes hemos sobrevivido a lo más duro. Es un libro que nunca termina de cerrarse.
Para finalizar, vale la pena volver a las “Palabras nuevas y Cristóbal Colón” (El Cohete a la Luna, 2020), pues, partiendo de la zoonosis al acecho, Valenzuela detalla cómo el Covid-19 se fortalece en los afroamericanos, no por sentido genético, sino por razones cruelmente sociopolíticas. Luego, menciona el caso de George Floyd para puntualizar que el racismo silencioso también se aplica a los indígenas. En un contexto sociopolítico patológico e injusto, como el que hemos tenido la tristeza de presenciar en los últimos años. ¿Vendrán más batallas en contra de nosotros mismos? La respuesta a la ansiedad que los lectores sentimos al cerrar esta obra seguramente estará en los próximos escritos sobre lo que sucede, bajo la valiosa mirada horizontal de Luisa Valenzuela.