La historia de Eva. Verónica Gallego Mengod. España: Ayuntamiento de Baños de la Encina. 2019. 85 páginas.
Cuando el visitante da pasos breves, baja las armas y su poder se amilana hasta convertirse en el gato sucio que pasea entre mis piernas todas las mañanas. Es ahí cuando yo tengo que tomar el control y deshacerme del visitante, pero no puedo, porque estoy dejada. Desmanejada. Rota.
La historia de Eva, Verónica Gallego Mengod
Con estas y otras imágenes, la escritora venezolana radicada en España, Verónica Gallego Mengod, plantea los tres ejes de su novela breve La historia de Eva: el silencio, la soledad y la consecuente imposibilidad de pensarse como un todo que marca la vida de sus personajes. Se trata, pues, de una obra narrativa en la que un grupo de identidades escindidas o a medio hacer circulan por los pasillos de un hospital y/o de una casa familiar donde, pese a las comidas compartidas y las fiestas celebradas, los vínculos intersubjetivos parecen irremediablemente rotos.
Los personajes que construye la autora deambulan desarraigados, tratando de encontrar algún referente atávico desde el cual definirse, bien porque la historia familiar resulta ininteligible, como en el caso de Eva; porque han decidido abandonar el país de origen, como le ocurrió al venezolano; o bien porque han preferido callar, como el padre de la protagonista. Este “no decir” por una razón o por otra, increíblemente, va a inscribir a estos personajes en una misma comunidad de sentido, que se irá descubriendo a medida que se desenvuelve la trama.
Las peripecias que deben enfrentar la encargada de organizar unos archivos, un grupo de médicos, un par de ancianos que ven partir, una a una, a las mujeres de su familia y las madres que aparecen en el relato como una serie de fantasmas que exigen ser reconocidos derivan, en todos los casos, de la reconstrucción de una identidad perdida. La vista que se nubla, el nombre que queda extraviado con el cambio de residencia, el secreto que atormenta son parte de estas cosas no dichas que van buscando y encontrando sus códigos, sus canales y hasta sus emisores a lo largo de los doce capítulos que componen el libro.
Es claro que Verónica habla desde su experiencia como mujer migrante, como estudiosa de la literatura y también como psicóloga, porque a las quejas, los reclamos y los lamentos silenciados se unirán una serie de sueños que darán cuenta de lo que ocurre en el inconsciente de sus personajes. Por medio de este recurso, quienes leemos la obra podemos conocer (con más precisión que los hombres y las mujeres que pueblan la novela) qué los conduce a actuar de cierta manera frente a una comunidad que no los conoce más allá del simulacro.
Se podría decir entonces que La historia de Eva se inscribe en una larga tradición de textos escritos por autoras venezolanas del siglo XX, como “Nuestra señora de la sombra”, de Blanca Rosa López (1935); Anastasia, de Lina Giménez (1954); los cuentos incluidos en Entre cuatro paredes, de Helena Sassone (1969); o Vieja verde, de Alicia Freilich (2000), en los que mujeres incompletas, incomprendidas y silenciadas deciden viajar hacia sí mismas para encontrar su propio lenguaje y, por extensión, su lugar en el mundo. En la formulación de estos tópicos que hace Verónica Gallego Mengod se siente, además, una renovación de los problemas que implican descubrir quién se es. Dar cuenta de uno mismo ya no es, necesariamente, un proceso gozoso ni satisfactorio, por el contrario, este tránsito suele estar lleno de dolor y de ausencias.
Finalmente, es claro que la estructura lúdica de la novela, basada en la brevedad, los intertextos, las inserciones y el solapamiento de puntos de vista se termina convirtiendo en un soporte perfecto para transmitir todas las experiencias contenidas en la obra, que no son codificables en el tiempo prospectivo ni en las relaciones causales. La temporalidad se suspende porque así lo exige la historia, porque la existencia se muestra a puntillazos, al menos hasta que las manecillas del reloj, esas “lenguas que avanzan en sentido contrario”, dan permiso para que se rompa el ciclo y el silencio que se ha extendido por años y que, en más de un sentido, acompaña a cada uno de los personajes de esta obra o, lo que es lo mismo, hasta que el silencio comienza a hablar.
Mariana Libertad Suárez
Pontificia Universidad Católica del Perú