Havana Year Zero. Karla Suárez. Traducción de Christina MacSweeney. Edimburgo: Charco Press, 2021. 256 páginas.
Nota del editor: Havana Year Zero, traducido por Christina MacSweeney, ya está disponible en el Reino Unido por Charco Press y estará disponible en Norteamérica en noviembre de 2021. Una nueva edición en lengua española de Habana año cero también saldrá por Charco Press en noviembre de 2021.
En Cuba, en 1993, la vida cotidiana era una serie de cálculos matemáticos. Existían los cálculos de las raciones: si a un adulto le corresponden cuatro huevos cada diez días y una persona quería consumir proteína más allá de chícharos todos los días, ¿qué fracción de un huevo podían consumir cada mañana? Existía el conteo constante de seres queridos que habían emigrado, el cómputo del porcentaje de los amigos que se quedaban (por ahora), y más que nada, el cálculo de las probabilidades de que algún día las cosas mejorarían.
Tras el colapso de la Unión Soviética, que puso fin a los subsidios que habían brindado apoyo al país frente al bloqueo estadounidense, la economía cubana entró en una profunda crisis, una época que el Gobierno vino a llamar el Periodo Especial. Para enfrentar la crisis, el Gobierno instauró una serie de medidas drásticas para la reestructuración económica, entre ellas, las raciones estrictas de alimentos, ropa, combustible y medicamentos. Llegado el año 1993, fue necesario implementar medidas de austeridad aún más dramáticas para mantener el país a flote. Los estantes de las tiendas permanecían vacíos, los apagones ocurrían diariamente y el transporte era prácticamente inexistente.
“Era como si hubiéramos alcanzado el punto crítico mínimo de una curva matemática —afirma Julia, la narradora en Habana año cero de Karla Suárez (Charco Press, traducido al inglés por Christina MacSweeney como Havana Year Zero)— ¿Tiene presente una parábola? El cero de abajo, el hueco, el abismo. Hasta ahí llegamos”. Para Julia, una licenciada en matemáticas atrapada en un trabajo poco satisfactorio sin ninguna posibilidad de encontrar otro, este era el año cero; el año en que la vida se convirtió en una dificultad constante, los cubanos estaban desesperados por encontrar cualquier excusa para sentir que las cosas estarían mejor al otro día. Así, al menos, le ocurrió a Julia y a las otras “variables” en una ecuación de la cual también eran parte un italiano, un documento perdido y la interrogante de quién realmente inventó el teléfono.
El misterio central de la novela —y el destello de esperanza que persiguen Julia y los otros personajes— es la identidad del dueño de un documento que pudiera probar que el teléfono no se inventó en los Estados Unidos por Alexander Graham Bell, sino en La Habana por un italiano llamado Antonio Meucci que construyó el prototipo mientras vivía en la ciudad.
La primera vez que Julia oye hablar de Antonio Meucci fue mientras cenaba con algunos amigos. Era tarde en la noche y llevaban horas bebiendo, conversando y bailando, así que cuando Leonardo, un escritor, menciona que el italiano es el verdadero inventor del aparato, Julia inicialmente ignora sus palabras tildándolas de disparates de borracho. Al otro día, cuando se lo cuenta a su amigo Euclides, descubre que él ha estado secretamente obsesionado con corregir el registro histórico. El entusiasmo y la convicción de Euclides de que la prueba existe —¡él incluso ha tenido personalmente el documento con los diagramas en las manos!— convencen a Julia y ella decide unirse a la misión detectivesca. Se imagina a sí misma publicando un artículo en una prestigiosa revista científica, viajando por todo el mundo concediendo entrevistas y logrando finalmente avanzar en su carrera. “Ese simple papelito podía tener el poder de sacarnos de nuestro anonimato y darle un sentido a los días de aquel año cero”. En su mente, el documento se convierte en un boleto dorado para salir de las dificultades del Periodo Especial. Ella tan solo necesita encontrarlo.
Lo que comienza como una misión sencilla, rápidamente se torna compleja a medida que una gama de personajes cada vez más amplia se inserta en la ecuación, cada uno con sus propios motivos para encontrar el documento y para mentir sobre su relación con él. Por si fuera poco, el amor y el sexo entran en juego, y con ellos, las emociones humanas que desafían los intentos de inscribirlas en fórmulas calculadas.
Habana año cero es, en parte, una comedia de errores que se despliega según la lógica fractal en la cual las relaciones y los acontecimientos se reproducen a escalas cada vez más pequeñas. Según el desenlace de la novela, hasta la búsqueda de Julia se adhiere a la lógica macro del propio Periodo Especial, donde los políticos elogian la unidad social del país al tiempo que hacen caso omiso a las divisiones creadas por los mercados negros, la emigración masiva y un sistema de doble moneda.
La prosa ingeniosa y cautivadora de Suárez crece de forma orgánica desde una voz narrativa clara y única. La perspectiva de Julia está profundamente arraigada en cada palabra que pronuncia, en cada acontecimiento que relata, todo ello marcado por su formación en razonamiento matemático. Se pone del lado del lector en nuestro cansancio de las coincidencias hasta que la investigación científica resuelve sus dudas (y las nuestras) e incluye observaciones perspicaces que se extienden hasta la selección léxica y la dicción cuando relata lo que los otros personajes le han contado. La traducción de Christina MacSweeney recrea hábilmente el discurso y estilo narrativo de Julia con tal destreza (al igual que las muletillas de las conversaciones de los otros personajes), que se le podría perdonar a un lector anglófono por olvidar que Suárez no escribió la novela en inglés. Julia existe de manera natural en la página como hablante del inglés, a la vez que conserva los toques culturales que la identifican firmemente como una mujer cubana que narra el cuento de un momento particular en la historia de ese país.
Al final de la novela, mientras Julia reflexiona sobre su misión para localizar el documento Meucci, dice lo siguiente acerca del efecto del año cero en los cubanos: “Estábamos viviendo un delirio, un sueño más, un estado del caos y el caos es una vorágine que todo lo arrastra”. Ella es una mujer de ciencia para quien la lógica constituye el fundamento de su razonamiento, pero crisis como las que los cubanos sufrieron durante el Periodo Especial debilitan la capacidad hasta del matemático más serio para discernir entre lo real y lo ficticio. “[D]ame una situación de crisis y te diré de qué ilusión vas a agarrarte”. Al cumplirse el primer aniversario de la pandemia de covid-19 y al celebrar a los trabajadores de la salud y a los ciudadanos de la tercera edad que reciben la vacuna, Julia podría preguntarse si el deseo de que las cosas puedan volver pronto a la “normalidad” no es más que la ilusión a la que debemos aferrarnos para resistir la crisis actual.
Gillian Esquivia-Cohen
Traducción de Gabriela Zayas Alom