Gente en las sombras. Jaime Collyer. Santiago de Chile: Lom Ediciones. 2020. 202 páginas.
Jaime Collyer, con una potente trayectoria como narrador, fue parte de la generación de escritores de la transición, los testigos y voces de un momento muy particular en la historia de Chile. En su obra va y viene la temática política cruzada con la referencia meta literaria, siendo su última novela, Gente en las sombras, una nueva revisión del ajuste de cuentas con el paso de la dictadura a la democracia.
Su protagonista, Álvaro Larrondo, es un licenciado en historia con ínfulas de escritor de ficción, al que se le encarga una investigación donde entrevistará sobrevivientes de un campo de detención de la dictadura, incluyendo al coronel en retiro Efraín Prada, en esos tiempos a cargo del llamado Campo D. Una joven arquitecta, Svetlana Braun, está nominada para rediseñar este centro y convertirlo en un memorial abierto al público, cuya apertura coincidiría con la aparición de la crónica de Larrondo: “un libro de unas cien, ciento veinte páginas, que llevará imágenes. Será una memoria fotográfica, que distribuiremos luego por los canales oficiales (…) tiene usted experiencia en estas cosas (…) libros institucionales, memorias de empresas… Y es además historiador”, como le señala Beregovic, el funcionario de gobierno a cargo de esta transformación en que Svetlana será la encargada del diseño visual.
La tarea le significa a Larrondo relacionarse con el coronel Prada en un vínculo ambiguo donde Prada se tentará ante la posibilidad de un libro autobiográfico, las memorias de un centro de torturas. Todo esto en el año 2005, terminando el gobierno de Ricardo Lagos.
Tras la mirada de Larrondo, Collyer va colocando la del escritor que se pregunta por su tiempo y su era, por la relación con las palabras y la política, con el secreto, la memoria y el olvido. No en vano la novela arranca con el atentado contra Efraín Prada y luego retrocede para seguir el proyecto de remodelación y lanzamiento de este memorial, el campo D.
Efraín Prada resulta ser un sujeto seductor, complejo, que lee los cuentos de Larrondo y tiene sus propias ambiciones pseudoliterarias: “con sus cuentos pasa lo mismo, no hay que pensar mucho al leerlos. De repente el asunto da un giro, como cuando salta uno al vacío y solo queda seguir en caída libre hasta que se llega al desenlace (…) me pareció interesante su estrategia (…) lo felicito”. Así envuelve Prada a Larrondo, que va sintiendo el tejido de influencias a su alrededor. El comentario del ex coronel describe también, en un juego de espejos, la novela de Collyer.
Larrondo entrevista además a tres sobrevivientes que elige del dossier que se le entrega para enriquecer el texto del memorial, pero la figura de Prada se impone con toda su peligrosidad y su tono amenazante. Discute con Svetlana ante la presión de Beregovic, quien le sentencia: “Nos interesa que nuestro libro, el que usted prepara para nosotros, sea algo serio, ¡equilibrado! (…) un relato sin apasionamientos, algo austero, sin faltar por ello a la verdad. Un libro que venga a reforzar la reconciliación-país que todos anhelamos”.
¿Cómo se escribe un libro así ante la presencia de sujetos como Efraín Prada o el oscuro personaje de Godofredo Ruy Díaz, quien ha conocido y maneja, y representa a, la “trama civil” de la dictadura? ¿Qué significa realmente “reconciliación” para todos estos personajes?
Esa parece ser la mayor dificultad que Larrondo experimenta cada vez que entrevista a los sobrevivientes y sobre todo cuando se enfrenta con el otrora poderoso Efraín Prada, quien sabe tal vez demasiado y eso podría costarle caro.
Las preguntas sobre lo que significa la relación entre memoria y paz, entre cicatriz y herida abierta, entre olvido y aceptación, entre resignación y esperanza, son las evidentes preocupaciones de Collyer y su alter ego, Álvaro Larrondo.
Dueño y señor de su trama, Collyer, narrador sagaz, dará las vueltas que la novela necesita para ganar en suspenso y convertirse en un thriller oscuro, con un incómodo desenlace que evidencia las habilidades del autor.
El Chile que vivió la dictadura no queda muy bien parado. Ruy Díaz lo declara: “¡Un país libre, déjeme que me ría! Este país nunca ha sido libre, Beregovic, ni se lo merece. Un país resentido es lo que es. ¡Un país ingrato, incapaz de valorar la obra titánica que todos realizamos! Ni usted ni sus colegas de partido estarían sentados en estos sillones si no fuera por la labor que nosotros asumimos y que ahora buscan enlodar (…) ¡Estaríamos todos en el gulag, mi amigo, detrás de las alambradas, en algún campo de trabajos forzados, usted y yo incluidos! Custodiados por la misma gentuza que Prada detenía por las noches. No parece que entiendan ustedes de lo que nos libramos…”
La tensión generada por la ambigüedad de la trama, los dobleces de los personajes más cercanos al poder, van haciendo que el lector no suelte el libro, esperando saber en qué terminará la relación de Larrondo con Prada y entender la primera escena que hemos leído: el atentado.
Dividida en cuatro partes, la novela se agradece pues interroga la duda más brutal de todo paso de dictadura a democracia: ¿puede la memoria ser algo más que un memorial? ¿O es el memorial del campo D una forma sofisticada del olvido? ¿Cuál es el límite entre memoria y traición? ¿Cuánto hay que olvidar para rescatar la libertad del peso de la historia?
Todo este debate transformado, gracias a la pluma hábil de Jaime Collyer, en un relato ágil y capturador, donde Larrondo y Svetlana sufrirán un descubrimiento doloroso acerca de cómo y quién escribe la historia. Y para qué debe escribirse y seguirse escribiendo.
Marco Antonio de la Parra