Función del diálogo en la narrativa de Ernest Hemingway. Alfredo Bryce Echenique. Lima: Universidad Ricardo Palma, 2018. 98 páginas.
En octubre de 1964, un joven abogado limeño llamado Alfredo Bryce Echenique abandonaba Lima rumbo a París, probablemente con algunas interrogantes pero también con un saco lleno de ilusiones. Poco antes, había terminado sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, acaso más obligado por la presión familiar que por una vocación genuina para ejercer la abogacía. Al mismo tiempo, sin embargo, Bryce había seguido estudios de Literatura, teniendo como profesores de aula a distinguidas figuras del mundo intelectual peruano de la época como Luis Alberto Sánchez, Estuardo Núñez y Alberto Escobar, entre otros. Para recibir su título, Bryce había leído y releído las páginas de uno de sus primeros maestros literarios, Ernest Hemingway, y había escrito la tesis que el lector ahora tiene entre manos. Me atrevo a pensar que durante todos esos años formativos en las aulas sanmarquinas Bryce había dejado madurar la leyenda del Hemingway aventurero y bohemio en París y para 1964 su consigna era una sola: llegar hasta las orillas del Sena como antes lo había hecho el célebre escritor norteamericano para vivir intensamente y tentar suerte en el viejo arte de contar historias.
Los resultados del viaje de Bryce a París y de una vocación genuina para escribir son harto conocidos. Bryce no solo es uno de los autores más leídos de las letras peruanas de nuestros días, sino que ha dejado libros fundamentales en nuestra historia literaria como Un mundo para Julius (1970), La vida exagerada de Martín Romaña (1981) o No me esperen en abril (1995). En ellos, el humor y la gran oralidad de su prosa constituyen dos elementos fundamentales de su escritura, ya sea para narrar las grandezas y miserias de la clase alta peruana o para explorar los vaivenes del desarraigo y las aventuras y desventuras amorosas de sus muchos personajes peruanos en Europa.
Bien es sabido que todo escritor, antes de ser un creador, es un lector atento, probablemente dotado de un gran ojo crítico para aprovechar las lecciones de viejos maestros en el oficio. De ello da cuenta con creces este estudio. En él, Bryce revisa con detenimiento la importancia de la función del diálogo en los cuentos y novelas de Ernest Hemingway, señalando su evolución hasta convertirse en un elemento clave de su estilo narrativo. Así, Hemingway dejará para la posteridad obras maestras en el género del cuento como “Campamento indio”, “Los asesinos” o “Las nieves del Kilimanjaro”, por citar tres ejemplos. A estos se sumarán grandes logros en la novela como Fiesta (1926) o Adiós a las armas (1929). En todos estos relatos, el diálogo cumple una función capital a la hora de narrar y, como bien demuestra Bryce, su técnica evoluciona a lo largo de toda la obra de Hemingway con el paso del tiempo. El diálogo está instalado en medio de una prosa cuidadosamente trabajada que, en medio de su frialdad y laconismo, pretende ser siempre una prosa objetiva y directa para retratar la realidad. El lenguaje narrativo de Hemingway está hecho de palabras simples y precisas y hace gala de una gran economía de recursos expresivos. Es así cómo se forja la llamada tećnica del iceberg, un estilo para narrar que opera bajo la presunción de que, instalado en un terco laconismo, el lenguaje siempre será capaz de sugerir mucho más de lo que a simple vista se pretende decir. Para Bryce, Hemingway no solo “es poseedor de un oído que coge, como una trampa, todos los acentos y expresiones del lenguaje coloquial” (27), sino que, unido al diálogo, reduce “el lenguaje a un patrón esencial de expresiones, preguntas y respuestas características del hablante produciendo… una ilusión de realidad superior a la que la realidad misma nos daría”. Y es precisamente en este trabajo meticuloso y paciente con el lenguaje donde radica la gran originalidad de Hemingway en el arte de contar.
Por otra parte, al tiempo que revisa los aportes técnicos y artísticos de Hemingway, el estudio de Bryce sitúa su obra en el debido contexto de las letras norteamericanas y europeas de su tiempo, dos mundos que se conocen poco a principios del siglo XX. Bryce subraya, por ejemplo, la importancia que tuvieron en el desarrollo de las letras norteamericanas figuras como Nathaniel Hawthorne, Herman Melville, William Dean Howells, o Henry James, pero sobre todo Mark Twain, un escritor admirado por Hemingway por el uso coloquial del lenguaje y la oralidad de su prosa. Asimismo, señala la influencia en Hemingway de escritores inmediatamente anteriores a él como Sherwood Anderson, Ring Lardner y, por supuesto, Gertrude Stein, a quien el autor de El viejo y el mar empezará a frecuentar poco después de arribar a París en la década de 1920.
Junto a todos estos precursores, Bryce también comentará el papel que cumplieron en la renovación de la literatura norteamericana otros compañeros de la generación de Hemingway como William Faulkner, John Steinbeck, Erskine Caldwell y John Dos Passos en la primera mitad del siglo XX. De todos ellos, afirma Bryce, “Hemingway fue… el más popular entre los que llevaron la novela norteamericana a un primer plano… Fue el más imitado, dentro y fuera de su país, y su estilo fue mundialmente reconocido”. Así, con Hemingway a la cabeza, la literatura norteamericana se abría un espacio importante ante un nuevo público europeo, propiciando un diálogo rico en influencias artísticas y posibilidades expresivas a ambos lados del Atlántico.
En más de un sentido, esta tesis es una invitación para releer la obra de Hemingway y luego releer también al primer Bryce, aquél escritor en ciernes que está en busca de una voz para narrar. Por eso, al revisar estas páginas, recuérdese que estamos a comienzos de los años 60 durante los años formativos del futuro escritor. Bryce está inmerso en una etapa de lecturas y de aprendizaje del oficio y, en ese contexto, la figura de Hemingway será crucial para él. Acaso la mejor prueba de ese proceso de búsqueda es su primer libro Huerto cerrado (1968), un puñado de cuentos donde la impronta de Hemingway marca su presencia en el estilo conciso y hermético de algunos de sus relatos. Muchos de ellos narran diversas experiencias de aprendizaje en la vida del personaje único de Manolo, un muchacho limeño inspirado en el modelo de Nick Adams, el protagonista de los cuentos de In Our Time (1925) de Hemingway, una obra que Bryce comenta con atención en este estudio. Si la lectura de Hemingway le sirve al joven Bryce como un aliciente para tentar suerte en el género del cuento, también le da pie para descubrir una voz propia para contar, pues Huerto cerrado también contiene un relato de gran factura, “Con Jimmy, en Paracas”, uno de sus cuentos más celebrados. En él se exhibe por vez primera la gran oralidad de la prosa de Bryce, un elemento que definirá su quehacer literario en el futuro, sobre todo en el ámbito de la novela.
Ernest Hemingway es, pues, uno de los primeros maestros literarios de Bryce, así como una primera puerta de ingreso al universo del escritor peruano. A lo largo de su carrera, Bryce evocará repetidas veces la compañía de su viejo maestro norteamericano en sus inicios como escritor. En ese sentido, este libro es un buen testimonio de cómo nació esa amistad literaria y una oportunidad más para reflexionar sobre los alcances de dos autores que, tras forjarse cada cual un camino propio en la literatura, dejaron su huella en el arte de contar historias.
César Ferreira
University of Wisconsin-Milwaukee