Nueva York: Sudaquia Editores. 2021. 158 páginas.
Parte de la mejor literatura argentina se ha escrito en el exterior: Julio Cortázar, Manuel Puig, Copi, Juan Rodolfo Wilcock, Sylvia Molloy, entre tantos otros autores, forman una diáspora que coquetea con una mirada internacional cruzada con la vernácula, la que incluye el desenfado, la experimentación y cierta malicia criolla. Lejos de padecer la condición de expatriado, los escritores argentinos generan que esa descolocación se vuelva un patrimonio cautivador, personal al extremo. A través de los años esa tradición sigue vigente.
Pablo Brescia vive en Estados Unidos desde 1986. Llegó en la adolescencia y aquí entonces estudió en la universidad y desarrolló una carrera como profesor, crítico y escritor de ficción. Brescia, consecuente a esa tradición argentina, es un desubicado, alguien fuera de lugar, ya que pese a los años y la vida transitada en tierra extranjera, es un autor que, sin rechazar la cultura norteamericana, también echa raíces con la de su país natal. Como prueba está la prosa que, a diferencia de otros autores hispanos, es clara, limpia, no produce una barrera entre el lector y la trama. Muchas de las historias de su nuevo libro se afincan en Estados Unidos, aunque el autor no juega a ser el escritor Daddy Yankee; no se hace el latino ni abusa de lugares comunes o estira la lengua entre el español e inglés hasta hacerla un chicle lingüístico que seguro puede hacerle ganar becas y paneles en universidades de prestigio, pero que sería una afectación artística, una operación que muchos en este país actúan: trabajan de autores de minorías. Brescia, en tal caso, es minoría de una minoría: hispano y argentino, proviene de una comunidad que, aun cuando ha tenido en Estados Unidos figuras de talento en la cultura, siempre es como que se mantiene al margen por elección propia.
Los personajes de Fuera de lugar padecen esta condición aunque sin quererlo, es el sistema el que decide relegarlos sin piedad. Así lo muestra la primera historia del libro, “Realismo sucio”, en que las mujeres de limpieza son las protagonistas. El personaje llamado Marina en cada habitación de hotel que trabaja se le va la vida y, en unos muchos casos, hasta peligra, ya que los viajeros que depositan sus huesos en esos colchones duros de sábanas húmedas son tipos peligrosos, marginados sin ética, también desubicados por más que sean anglosajones y ciudadanos estadounidenses. Esas mujeres de limpieza que escuchan cumbia y muestran sonrisas de pocos dientes se sumergen en la cotidianidad de un país de pies de barro, que deja a sus trabajadores al costado de una vida precarizada y donde ganarse un magro cheque solo es un eslabón más en la cadena de infortunios y desigualdades. Son trabajadores pobres: América Latina en Estados Unidos.
El hotel, que es una postal que acompaña las carreteras pavimentadas de sueños y amarguras del imaginario norteamericano, se entremezcla con otras historias en que el espectro del desencanto pasa rápidamente a la aventura como quien va de un cuarto a otro. En esos desplazamientos podemos advertir el tema del exilio como eje temático, clave para adentrarse en la literatura de Brescia.
La descolocación se mueve a otros escenarios como Tánger, México y Europa, pero se amalgama con personalidades que ya son marcas culturales: el “Che” Guevara, Augusto Monterroso, Italo Calvino, Gabriel García Márquez. Fuera de lugar tiene dos secciones: “Lugar” y “Afuera”. En ellas los relatos oscilan entre el realismo y lo fantástico —el Río de la Plata es fecundo en este género—, como bien lo muestran “Lapivideo®2”, “Frank Kermode” y “Para llegar a D.F.W.”. Sobre este último, un fantasma irreverente, con la marca de Borges con sus juegos entre la vigilia y el sueño y la figura de escritores, hace travesuras para fatalidad de los vivos. “Frank Kermode” pone de relieve a una pareja de intelectuales que se muda varias veces mientras crece, como una enfermedad mortal, un secreto impune entre ellos.
En Fuera de lugar el escritor Pablo Brescia ejerce un proyecto narrativo que toca la sensibilidad del lector atento a los mundos crueles e imaginarios, en un puñado de historias que son de aquí, de allá y de todas partes. Sabe muy bien la lección de Borges inculcada en su mítico ensayo “El escritor argentino y la tradición”: “debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo; ensayar todos los temas, y no podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos: porque o ser argentino es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara”.