Venezuela: Sello Cultural. 2023.
El libro Feroces, compilación de autoras jóvenes venezolanas, reúne cuentos que buscan desestabilizar lo considerado femenino, historias que señalan una herida, relatos reactivos que posan preguntas. Con selección de Jacobo Villalobos, diseño de Juan Mercerón y edición de Luza Medina, Tibisay Guerra y María Esther Almao, reúne el trabajo de las jóvenes autoras venezolanasAndrea Leal, Verónica Flórez, Sofía Pereda, Gabriela Vignati, Verónica Albornoz, Clara De Lima, Yoselin Goncalves, Natasha Rangel y Ana Cristina Frías. Temas como el legado de la tradición por línea materna en interesante diálogo y contraste con lo subversivo y el reto a lo establecido, el despertar sexual y el descubrimiento del placer, las distintas formas de la periferia y la minoría, asuntos como la identidad, los roles y la violencia de género, ondulan, permean las páginas, y acercan a las autoras, cada una autónoma en su voz y dando compañía a las demás.
De acuerdo con Simone de Beauvoir, no existe un discurso específicamente femenino. Para ella el o la escritora auténtica es esa persona que universaliza lo individual, que se opone a la noción de que las mujeres escriben sobre cosas distintas a los hombres, o la idea misma de una escritura de mujeres. Así mismo, indica que las mujeres sí contamos historias particulares y que lo hacemos en respuesta a la carga histórica opresiva que aún llevamos. Es nuestra manera de decir: existo. Y de rebelarnos. Historias como las de Feroces piensan eso silenciado, generan espacios para la discusión, el acompañamiento y la toma de posición. Como fuere, la literatura no debe nada a nadie, se escribe lo que se ha de escribir, el qué y el cómo es algo que la autora alcanza a través de la búsqueda de su voz y a partir del rack de ingredientes, la caja de herramientas, el bagaje a cuestas, materiales que infiltran la página o la pantalla, y que va más allá del género.
Cada vez que una autora pone un pie fuera del territorio de lo que “lo femenino” se supone es o debe ser, reta el orden establecido. Citando un poema de Patmore, Virginia Woolf se refirió en un discurso ante The Workers Society sobre el día en el que comprendió de no asesinar al ángel de la casa, esa visión de lo femenino angelical, dulce, complaciente y sacrificada, no lograría escribir crítica literaria, o nada, realmente. Killing the Angel in the house requiere mirar con distancia, plantarse, declarar posición, y sí: ser feroz.
Escribir con independencia, sin deber nada a nadie, sobre o desde el descontento, la rabia, la tristeza, el deseo, y en contra del control, los prejuicios y las expectativas de roles, solo es posible manteniéndonos atentas; el ángel de la casa es un espíritu, no muere, vive solapado y al acecho. Puesto que lo femenino ha estado supuesto a complacer lo masculino, una autora que ejerce libremente su trabajo literario termina siendo feroz.
“Si toda compilación es piso y techo, arraigo y resguardo, este libro es un territorio protegido para la libre circulación”
“Smart”, de Ana Cristina Frías, es un cuento sobre la migración, el acompañamiento virtual, la experiencia diaspórica, una etnografía distanciada de Miami en la que una mujer cansada de complacer, acceder y callar, pone fin a la depredación. El cuento “Las piedras”, de Sofía Pereda, es una historia en la que la magia, el erotismo, la imaginación y los distintos planos de lo real se dan la mano con desparpajo luminoso, y en el que el deseo es elemento central. Andrea Leal, en “La Ninfa de Villa Ruselli”, acerca lo fantástico a lo oscuro, lo prohibido, una mujer con una vagina sobrenatural enloquece al joven no iniciado que de tanto pedir obtiene lo deseado para encontrarse ante un bosque. En “Maizales” Verónica Flórez relata un encuentro furtivo y al atardecer que en este momento liminar deja un enigma por resolver. En el cuento la magia, será cuestión de la bisagra entre la noche y el día, se respira a cada párrafo. También Gabriela Vignati cruza el espejo: en “Casa de muñecas” la protagonista halla en el empleo recién estrenado como acompañante y asistente doméstica en una casa de puertas intercambiables la pérdida de su autonomía: se vuelve una muñeca más de la colección de su empleadora. En “Cambio de fase o cómo corromper a tu prima”, Verónica Albornoz imagina una comunidad sin hombres, controlada por las mujeres mayores, en el que el placer es tabú y se cuenta con una mínima libertad de elección: solo tienen derecho a visitar la ciudad quienes han decidido procrear. El erotismo, la masturbación y el despertar sexual son la otra cinta transportadora. En “No es un caracol gigante africano”, Clara de Lima se acerca a lo post-humano y sobrenatural, y construye un puente entre especies. En la historia el cuerpo asumido como defectuoso es susceptible de eliminación física o simbólica. Por su parte, en “La bruja nos trae de vuelta” Yoselin Goncalves escribe sobre la enfermedad en tanto posibilidad y pasaje al otro lado, a lo invisible. Traslada a lo mágico desde la cotidianidad, lo inasible e inexplicable se ofrece a la vuelta de la esquina. Finalmente, Natasha Rangel en “Jaula para zorros” escribe sobre gemelos identificados en el deseo, la sangre como herencia y calor, en un relato en el que lo uncanny, eso familiar ya la vez atemorizante por desconocido, cuestiona la frontera entre géneros.
La compilación Feroces conecta con la noción de literatura venezolana global, con una estética de la diáspora, en palabras de Alirio Fernández Rodríguez, y una cierta manera de producción, lectura y circulación de textos indisociable de la crisis nacional. Un fenómeno que Gustavo Guerrero ha llamado literatura diaspórica venezolana, que ofrece oportunidad para el intercambio y la proyección cultural. Si toda compilación es piso y techo, arraigo y resguardo, este libro es un territorio protegido para la libre circulación. Es una casa a la que se vuelve sin importar dónde habite el cuerpo, porque se escribe con lo que se trae a cuestas, con el idioma y el peso cultural del idioma, la tradición y la manera de ser y hacer las cosas, las referencias, los olores, las tragedias y la fiesta que identifica al punto de partida que siempre ancla.
La escritura está más allá de las circunstancias coyunturales, no requiere de una circunstancia u otra para manifestarse. Las personas escriben porque no tienen opción, porque la escritura es su voz, su pulmón y su latido, la manera de encontrarse a sí mismas, de descubrir quiénes son y de hablar a los lectores con punzada y despertar. Dice Gloria Anzaldúa en Borderlands:
Why am I compelled to write?… Because the world I create in the writing compensates for what the real world does not give me. By writing I put order in the world, give it a handle so I can grasp it. I write because life does not appease my appetites and anger… To become more intimate with myself and you. To discover myself, to preserve myself, to make myself, to achieve self-autonomy. To dispel the myths that I am a mad prophet or a poor suffering soul. To convince myself that I am worthy and that what I have to say is not a pile of shit… Finally I write because I’m scared of writing, but I’m more scared of not writing.
Las autoras de Feroces buscan en esta compilación a crear su propia cartografía, desordenar lo que debe cuestionarse para intentar reordenarlo, buscar autonomía, su propia voz y un espacio compartido y libre. Se acompañan y nos acompañan.