El vuelo fractal de la mosca. Juan Martins. Maracay: Ediciones Estival. 2020. 109 páginas.
Los 30 relatos del escritor Juan Martins (Maracay, Venezuela,1960), reunidos en el libro El vuelo fractal de la mosca, sugieren una disposición particular para su lectura. La escritura de Martins comporta una inmersión de un lenguaje con otro significado. La palabra y su posterior efecto porque ella, la palabra, no nombra. Se fragmenta en un nuevo sentido del alfabeto, el de la ficción. En tanto es una sustancia compuesta por niveles de interpretación en donde no existe un tiempo y un espacio definido. No es contradictorio porque así lo exigen los personajes-actantes. En cada uno de los relatos se edifica el lector. Estos personajes se movilizan desde una realidad, que no es la del escritor. Este, el escritor, se aleja del entorno creado para que el personaje y su circunstancia se sumen a un deseo imposible. Es más, esa realidad sólo está dada para ese ser que habita en lo extraño, pues en estos relatos no existen ni afirmaciones ni negaciones; son, en todo caso, acciones que van apareciendo con giros verbales que producen un ritmo y una impronta en constante desarrollo hacia otro espacio: la inconsciencia.
Los personajes con sus evocaciones, sueños, situaciones disímiles, extrañas y hasta fantásticas le son impredecibles al lector porque están envueltos en un universo en donde la metaforización prevalece. La contemplación toma fuerza. Estas situaciones metafóricas sitúan a los personajes en una supuesta realidad diferente al resto de los ocupantes de un espacio definido. La lectura de los relatos invita a jugar con un código distinto, no se imponen límites en el imaginario del lector; por el contrario, quien asume el riesgo de confrontarse con ese universo llegará a encontrarse con la nada, como lo es el ensueño: fragmentaciones, secuencias y microsecuencias como luces incandescentes que explotan en las pupilas de quien lee. La exploración será el único convenio entre relato-lector. Personajes con una naturaleza que no es uniforme a lo preestablecido; por consiguiente, veremos un entorno que alucina con una densidad suprema en el pensamiento de quien lee. Los personajes van adquiriendo una transformación constante como la larva, la crisálida, luego el vuelo. Se visualiza ante lo extraño de lo que está en el afuera.
Las palabras darán sentido a la frase. Será la oración contenida que baraja la inconsciencia del personaje. La necesidad de la existencia de un cuerpo estará movida por el dolor, la ausencia y la presencia del otro en la memoria de los actantes. Digo actantes porque se regeneran casi sin movilidad, es la memoria, el pensamiento y su inconsciente el que moviliza el encanto de lo innombrable, el otro ser, aquel que sabemos que está pero no se visualiza. Este accionar es como los puertos de Pessoa en su Oda marítima: “¡La sangre abierta, la carne abierta y destripada, la sangre corriendo!”. Es la lucha del renacer en la imagen del otro. En el relato “La cucaracha es pulcra”, leemos: “Él, aquella barriga blanda y de entrañas pegajosas, con el único fin de estar cerca de ella, amándola en celo”. ¿Amar para quién o para qué? ¿En dónde está la verdad? ¿Es una sensación, es una perspectiva o es la imaginación? Entonces, el personaje y el lector cambian en el devenir de la lectura. ¿Será más extraña, más esclarecedora?
“Los cuerpos de los otros” (esa mosca martinsiana) corroen los latidos, los labios y la memoria. El lector no ignora esta situación, aparentemente extraña, pero que sucede a cada momento en las pulsaciones. Es la mosca que se da contra el espejo porque ella misma desea traspasar su otra humanidad donde no existe ni el bien ni el mal. Nos sobrecogemos con la palabra y en ella no existen los extremos, pues el léxico del autor es otro por cuanto el significado se recompone al instante del cuerpo y su movimiento con la sustancia hacia un estado de la escritura. El gesto de la mosca va en su ojo, en su aleteo o en lo efímero de su existencia como en la vida de los otros. Ahora, cabe preguntarse, ¿la mosca tiene labios, tiene sexualidad o sólo nos alimentamos de sus micropartículas de excrementos posadas en los alimentos? Son dudas como las disertaciones de la vida hecha de fragmentos de sueños: “El sueño es acaso la condición concreta de ese deseo”, dice el autor en “El perro de la rata”; mientras que en “El beso de Truman” la eternidad estará dada por la presencia de la literatura, no por contratos con la felicidad.
Los matices del habla en los personajes-actantes son múltiples porque las palabras están dispuestas con un orden para sugerir una visión o influencia diferente a la acostumbrada en cuanto a su significado. Se produce una resonancia que lleva al lector a una articulación del lenguaje con una abstracción en el momento de la experiencia lectora. Martins podría acercarse a Pessoa por la pertinencia idiomática o geográfica, en cambio no por el sentido histórico generacional. Quizás para Martins las palabras “puerto y saudade” lo acercarán a una manera distinta para transmitir algo y no sabemos si igual a Pessoa: sería repetirse, pero no es esa la intención, pero sí cuando lo escribe en sus relatos. Sin dejar de ser eso que es, lo diferente. La historia contenida en un relato sugiere igualmente un matiz poético, lo vemos en el relato “Pessoa evade mi fracaso de imitarlo”, que comienza así: “Leer una vez más sobre aquellos escritores que desaparecen y no quieren ser reconocidos”. La substancia se evidencia en la escritura, aunque no lo dice, tampoco lo niega. Lo despliega. Es su inmanencia de ese algo, una imagen, un sentimiento, un recuerdo, una despedida.
La performance de la escritura va orientada a una abstracción materializada en la palabra. Crea una nueva realidad, por lo tanto, no me adelanto a un conocimiento anticipado de los hechos (prognosis). De modo que existe una estructura que registra el pensamiento del escritor y se representa con la obra, entonces se adjuntan imágenes y las palabras —verbo, sustantivo y adjetivo— ponderan el espejo, se descubre una suerte de encantamiento. Un dejarse llevar por las réplicas de las imágenes en el espejo que en apariencia son iguales, pero sabemos que no lo son (la sonrisa, el ademán, la postura del dedo meñique y lo imperceptible de un gesto). Todo esto es poético en el ámbito de una lectura del “otro” que propone el autor: lo hace porque no tiene tiempo para ordenar el mundo de su desván. Sin embargo, el otro marco de la ventana era diferente… Se produce una identidad inmediata con el ser o se circunscriben espacios distintos y, por qué no, poéticos. Dicho esto, los relatos no son iguales, existe un registro diferente en cada lectura.
José Ygnacio Ochoa