Miguel Ángel Asturias. El señor presidente: Edición conmemorativa. Barcelona: Alfaguara/Real Academia de la Lengua/Asociación de Academias de la Lengua Española, 2020. 437 páginas.
La decisión de la Real Academia Española y de la Asociación de Academias de la Lengua Española de incorporar El señor presidente (1946) a su exclusiva colección de ediciones conmemorativas —que incluye hasta la fecha obras de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Augusto Roa Bastos, así como recopilaciones de Jorge Luis Borges, Rubén Darío, Pablo Neruda y Gabriela Mistral— es un acierto digno del mejor aplauso. Miguel Ángel Asturias no solo fue un pionero del Boom latinoamericano, sino también uno de los primeros cultivadores de un género muy fecundo en la literatura latinoamericana de nuestros días, la novela del dictador. A este importante aporte, cabe añadir otros más: su reconocimiento del mundo maya-quiché como una presencia central en la cultura de Guatemala, el retrato de la situación neocolonial que vivían Guatemala y otras naciones de América Latina cuando la novela apareció en 1946 y la creación de un lenguaje nuevo para la novela latinoamericana surgido a partir de las lecciones de la vanguardia europea.
En ese sentido, el viaje del joven Asturias a París en 1923 sería determinante para su futuro como escritor. Su descubrimiento de la cultura europea, marcada entonces por grandes acontecimientos históricos y por el pujante experimentalismo de la vanguardia, le permitió unir el legado de la cultura maya y la dura realidad guatemalteca para forjar una estética propia donde se refleja el encuentro de la mitología indígena y la mirada occidental. En Francia, Asturias forjaría amistad con el cubano Alejo Carpentier, cuyos empeños por hacer dialogar lo moderno y lo primitivo eran similares a los suyos. Bajo la tutela de Georges Raynaud, profesor de la Escuela de Altos Estudios de La Sorbona, Asturias realizaría estudios antropológicos sobre la cultura maya y emprendería la tarea de traducir el Popol Vuh. Así, mientras hurgaba en su identidad guatemalteca, también se daba tiempo para descubrir la propuesta surrealista de intelectuales como Michel Leiris, Henri Michaux y Georges Bataille, quienes cuestionaban el concepto occidental de civilización y expandían su mirada sobre mundos considerados marginales. Todo ello haría que el escritor no solo tomara conciencia de la importancia del sustrato cultural indígena como parte esencial de la identidad guatemalteca, sino que también buscara nuevas formas expresivas para darle voz a esas raíces.
Asturias regresaría a Guatemala en 1933 trayendo consigo el manuscrito de El señor presidente. La novela, que tenía como punto de partida su propia experiencia con la dictadura de Manuel Estrada Cabrera, quien gobernó Guatemala de 1898 a 1920, la había trabajado durante mucho tiempo en Europa. Y aunque su intención era darla a conocer inmediatamente, la nueva dictadura de Jorge Ubico que encontró a su regreso, y que se extendería de 1921 hasta 1944, hizo que El señor presidente recién viera la luz en México en 1946. A esa primera edición le seguiría una segunda edición, publicada en Buenos Aires en 1948 por la editorial Losada, que tendría una mayor difusión internacional y lo consagraría como escritor.
Como es típico de toda novela de dictador, el universo de El señor presidente recrea el mundo pesadillesco y cruel del poder absoluto. Lo notable es que el texto de este relato nos sumerge inmediatamente en un lenguaje narrativo audaz y libre de ataduras para recrear un mundo farsesco y esperpéntico en el que la desmesura y la hipérbole abundan. Tal expresividad es evidente desde el célebre comienzo de la novela: “¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre…!”.
En este mundo lúgubre y oscuro, cargado de temor y de zozobra, el Señor Presidente, más que un ser humano, adquiere cualidades divinas. Sin embargo, a diferencia del miedo que infunden las jerarquías teológicas maya-quichés, su poder es producto de una crueldad impredecible y caprichosa, propiciando castigos y catástrofes sobre cualquiera de sus súbditos, sean éstos miembros del pueblo o miembros de su círculo más íntimo. De alguna manera, el dictador es la reencarnación de Tohil, el dios maya-quiché del fuego, quien, según el escritor, sería un dios destructivo cuya furia solo puede apaciguar el sacrificio humano. Así, demostrando una gran imaginación y expresividad verbal, Asturias logra fusionar elementos ancestrales mayas con la actualidad más inmediata de Guatemala, hasta lograr una alegoría esencial sobre el poder absoluto en toda la novela.
El mundo deshumanizado y represivo de la novela se confirma a través del hecho de que gran parte de los personajes —salvo Camila— carecen de nombre. Es más, su identidad se sustenta enteramente en un apodo (Cara de Ángel, el Mosco, el Pelele, etc.). El mismo Señor Presidente solo es conocido como tal. No obstante, su presencia no puede personificar otra cosa que no sea el mal. Como bien apunta Vargas Llosa en uno de los ensayos que acompaña a esta edición: “Todos los personajes que aparecen en el libro, militares, jueces, políticos, ricos y pobres, poderosos y miserables, son la encarnación misma del mal, ladrones, cínicos, aprovechados, mentirosos, inescrupulosos, borrachos, serviles y violentos; es decir, unos seres repugnantes”. Y luego añade: “Lo que es bello y transforma este libro demoníaco de atroces episodios en obra artística y le ha dado la vigencia que tiene es su estructura formal y, principalmente, su lenguaje. En esto El señor presidente dio un salto cualitativo a la novela en lengua española”.
Además del texto del escritor peruano, conformado por tres ensayos escritos en distintos momentos a lo largo de más de cincuenta años (el primero está fechado en 1967, cuando acompaña a Asturias en Londres, el segundo en 1978 y el último en 2020), esta edición incluye semblanzas y estudios a cargo de Arturo Uslar Pietri, Sergio Ramírez, Luis Mateo Díez, Darío Villanueva, Gerald Martin, Mario Roberto Morales, Lucrecia Méndez de Penedo y Anabella Acevedo. A estos valiosos aportes se suma una vasta bibliografía crítica en torno a la obra de Asturias, así como un útil glosario.
El señor presidente es una novela que marcó una época en el devenir de la novela latinoamericana de nuestros días. Por ello, aunque el Premio Nobel de Literatura le llegó a Asturias algo tardíamente en 1967—el mismo año que apareció Cien años de soledad—, éste tuvo la virtud de darle vigencia a su obra en un momento crucial para la narrativa de América Latina. Asturias emprendería la creación de una escritura que mucho le debe a los movimientos de vanguardia y al movimiento surrealista, pero que, en definitiva, destaca por su rica imaginación y su gran osadía expresiva. Releer las páginas de El señor presidente en esta estupenda edición no solo es comprobar estas virtudes, sino también constatar que su novelística le mostró un camino por explorar a los escritores latinoamericanos de generaciones venideras al otorgarle carta de ciudadanía a la novela del dictador. Los frutos de ese camino son más que elocuentes. Si alguna duda cabe al respecto, allí están las grandes novelas de García Márquez, de Vargas Llosa y de tantos otros para corroborarlo.
César Ferreira
University of Wisconsin-Milwaukee