Díptico de la frontera. Luis Mora-Ballesteros. La Castalia: Mérida, Venezuela. 2020. 205 páginas.
La literatura actual atraviesa un momento difícil. Por un lado, pareciera estar obligada a representar la profunda crisis que sacude al mundo en todos los órdenes y, por el otro, se ve influida por cierta necesidad de evasión que le permita desahogarse de tantas coyunturas juntas. Los escritores se debaten entre enfrentar los signos de la crisis o evadirse completamente de ella, aunque esta elección no sea más que un espejismo. En Venezuela, por ejemplo, la literatura parece dividirse en dos grandes grupos: uno externo y otro interno. Aunque en rigor ambos son expresión del mismo desastre político, económico y social, el primero se caracteriza por una visión heterodiegética y el segundo, por una intradiegética. O lo que es lo mismo: el primero tiende a representar viendo desde fuera, mientras que el segundo representa desde dentro. Hay quien prefiere elevarse por encima del caos y meditar sobre la tragedia y hay quien se involucra como un personaje más dentro de ella. Es, por supuesto, una perspectiva ilusoria, pero no por ello anula la intención. Díptico de la frontera, de Luis Mora-Ballesteros, aspira a estar en ambos grupos.
Divida en dos libros que funcionan como partes de una misma historia, Díptico de la frontera es una ópera prima en la que se combinan memoria, crónica y poesía en prosa, para retratar, a mitad de camino entre la ficción y la autobiografía, unos eventos atrapados en el olvido y la indiferencia. En este sentido, esta novela es un viaje que parte desde afuera rumbo al interior de un territorio, una sensibilidad y una historia familiar, en los que las conexiones son tan estrechas que el lector no sabe cuándo termina uno y empieza el otro. Es un mosaico de personajes, circunstancias, eventos y emocionalidades, que obligan a aceptar la guía del narrador, si se desea conocerlos.
En rigor, el argumento de Díptico de la frontera trata sobre un hombre, licenciado en periodismo, quien vuelve a su tierra natal, un pequeño pueblo en la frontera colombo-venezolana, para realizar un reportaje sobre una banda de paramilitares que controla el contrabando transfronterizo y cuyo dominio ha podido establecerse por medio de una guerra rural, en la que murió un viejo conocido del licenciado. Al mismo tiempo, este viaje servirá al personaje principal para esclarecer algunos hechos fundamentales de su historia familiar. De la confluencia entre estos eventos, surgirá el retrato de un espacio humano, la frontera entre Colombia y Venezuela, en el que bullen dinámicas sociales de una terrible crueldad y de una marcada hermosura. Dinámicas, sea oportuno decir, que son reflejo y resultado de un caos político, económico y social que lleva muchos años desarrollándose, pero que en las últimas dos décadas ha cristalizado en un perverso y abigarrado cuadro de costumbres cotidianas.
De esta manera, Díptico de la frontera es una novela sobre personajes extraños y al mismo tiempo muy cercanos. Es una vuelta a la representación de lo humano sin prejuicio, sin concesiones. La voz narrativa nos adentra en una tierra que parecía superada, que parecía invisible, luego de que lo urbano devorara con su fastuosidad decadente el relato de la tierra del boom. Aquí emerge un realismo, sin magia o maravilla, caracterizado por las dolorosas huellas de una modernidad fallida, de un capitalismo netamente comercial y de una democracia deforme y monstruosa. Son los desplazados de la guerra que han echado raíces de este lado de la frontera; son los paramilitares desmovilizados que ahora fungen como caudillos del crimen organizado al frente del contrabando y el tráfico de drogas; son los hijos de la segunda o la tercera generación postinmigración colombiana hacia Venezuela atrapados en el desastre económico, en la decadencia social, en el callejón sin salida de lo político, intentando sobrevivir sin hundirse completamente en la barbarie absoluta.
Díptico de la frontera está escrita en un registro melancólico, en el que las voces cantan o se lamentan, sin excesos dramáticos. La pulsión de la belleza humana, de la nobleza de espíritu y de la esperanza como último recurso ante el horror, brotan como un canto al pasado perdido, que no por oscuro deja de ser paraíso. Un paraíso en el que la memoria, el amor y la muerte se mezclan para dar lugar a la crónica de una tierra en la que no se puede entender lo humano sin tierra que lo sostiene:
Esta es una época lejana, un momento amargo, endulzado por el olvido cuya sombra se propaga de este lado del río Umuquena o que vierte sus aguas sobre los ríos Jabillo, Arenosa y Escalante, en las riberas y poblados de la zona norte del estado Táchira. Por aquí aún se escucha decir que Andrés Luis Ballesteros se enfiló a pasos firmes hacia la cornisa y tras persignarse se dejó caer. Piensan que en el camino Andrés Luis ha de haber dibujado en su mente la última sonrisa de Alba sentada en la playa al rayar el día en Taganga; allá, en el Magdalena colombiano (29).
De este registro también surge la certeza de que Díptico de la frontera es una novela sobre los pequeños seres, sobre la intrahistoria que mantiene en funcionamiento los grandes engranes de la historia. No es una jactancia de los antihéroes, sino una mirada necesaria a esa parte del mapa en la que la vida humana parece carecer de valor o de importancia. Por eso, la historia no se detiene demasiado en los detalles de la vida y sí en la trascendencia de su resonancia. Podría decirse que el autor, Luis Mora-Ballesteros, ha configurado un coro de vidas como quien pinta un fresco sobre la comedia humana.
Y esta es quizás la fórmula que sostiene los grandes aciertos de esta novela. Primero, en una época en la que los grandes temas son la inmigración, los personajes históricos, las identidades emergentes o los retos de la humanidad de cara al futuro y a la tecnología, Díptico de la frontera nos convida a ver las anclas de un pasado que no se resuelve negándolo o repudiándolo. Segundo, el autor nos enseña el contraste que hay entre quien escapa de sus orígenes para, desde la atalaya de su refinamiento o su superioridad moral, representar a seres que le son ajenos y quien, a pesar de su evolución y su identidad, es capaz de volver sobre los pasos de su herencia y ver cara a cara y hablar de igual a igual con las voces de su pasado y de su presente, para construir el relato de una realidad negada o ignorada adrede.
En resumen, Díptico de la frontera es una novela que cabalga entre la tradición y la vanguardia para construir una literatura necesaria, en la que narración y representación son el vehículo de una búsqueda personal, tanto de la propia identidad como de los territorios y los sujetos que pueblan el espacio en blanco con el que pretenden llenar el riquísimo paisaje de las fronteras.
Bernardo Navarro Villarreal
Universidad Simón Bolívar