Crude Words: Contemporary Writing from Venezuela. Edición de Montague Kobbé, Katie Brown y Tim Girven. Londres: Ragpicker Press. 2016. 496 páginas.
Tal como sostiene Alberto Barrera en la presentación de este libro, Venezuela es un país que se escribe desde las heridas, un país que ofrece más preguntas que respuestas y que, sin embargo, continúa escribiéndose a sí mismo y sobreviviendo a sus propias tragedias. Estas frases han cobrado una contundencia inesperada desde abril de este año, mientras Venezuela ha estado atravesando por una de las crisis políticas más agudas de su historia reciente. Por eso no cabe duda de que este libro, que reúne textos de treinta autores venezolanos traducidos al inglés, está circulando en el mejor momento posible.
No se trata, entonces, de una mirada retrospectiva que pretenda mostrar la historia de la literatura nacional en orden cronológico. Como se anuncia tempranamente en el prefacio, el empeño de los compiladores está puesto en construir una visión lo más completa posible de los textos que circulan en la Venezuela contemporánea. De lo que se trata es de presentar un panorama relativamente amplio al lector que se acerca por primera vez a la escritura venezolana traducida al inglés. El libro está dividido en cinco grandes temas que van desde el amor hasta el estado de la nación, pasando por la muerte, el exilio y la onmipresente ciudad de Caracas.
La antología incluye textos de los grandes nombres de la literatura contemporánea. Eduardo Liendo, Federico Vegas, Ednodio Quintero, Leonardo Padrón, Victoria de Stefano, Francisco Suniaga, Gisela Kozak, Miguel Gomes, Héctor Torres y Rodrigo Blanco Calderón, por ejemplo, figuran con textos de variados géneros. Pero el logro más notorio de esta compilación consiste en incorporar voces menos conocidas, particularmente las que provienen del campo periodístico. Los compiladores reconocen la falta de una mayor representación de voces femeninas en la antología, atribuyéndola a “la distribución demográfica” de los textos recibidos. Sin embargo, algunas ausencias resultan sorprendentes. Entre ellas las de autoras de la talla de Ana Teresa Torres, Carmen Vincenti, Elisa Lerner o Krina Ber, o periodistas del calibre de Milagros Socorro, cuyas crónicas se han vuelto legendarias.
El inmenso trabajo de traducir estos treinta textos, incluyendo la introducción, recae sobre los tres editores y un grupo de traductores de variada trayectoria. Esta pluralidad permite que a la variedad de los textos originales se una la diversidad de tonos y aproximaciones de los distintos traductores. Sin embargo, se echa de menos cierta consistencia en los criterios de traducción. Tal es el caso de la preservación de algunas palabras idiosincráticas del habla venezolana. La palabra “malandro”, por ejemplo, se mantiene en español en uno de los textos y en otro se traduce como “reprobate”, un sustantivo que está bastante lejos de cubrir el significado del vocablo original.
Pero, más allá de algunos desencuentros entre las traducciones y los textos originales, como algunas inexplicables omisiones de frases o párrafos enteros, el gran logro de esta antología es el amplio registro de miradas, posiciones, tonos y estados de ánimo que abarca. Entre los textos compilados y traducidos se encuentran cuentos, reportajes periodísticos, crónicas y fragmentos de novelas. Esta mezcla, que desdibuja los límites entre la ficción y la realidad, parece responder a un proyecto muy acorde con el escenario de la academia del primer mundo, donde las literaturas periféricas se leen como material más antropológico o etnográfico que estético. La imagen del país que resulta de ese escenario en el que se cancela la distancia entre lo que se vive y lo que se imagina, resulta valiosa precisamente por mostrar el modo como la realidad preña la ficción. Una imagen en la que prevalecen historias de violencia y desintegración social, pero donde también están presentes el humor, la ironía, el deseo y la nostalgia.
Entre los mejores textos de la antología están sin duda las crónicas, porque es allí donde se fusiona de la manera más eficaz lo que sucede con lo que se elabora ficcionalmente. Es en las crónicas donde se ve con mayor claridad el país que se debate entre la esperanza y el absurdo, el persistente abandono y la aspiración a una vida mejor. Las crónicas de Willy McKey, Albinson Linares, Maye Primera y Carlos Sandoval, están entre las mejores. Pero el texto que puede resultar más útil para los lectores que se acercan por primera vez a la temática venezolana es el reportaje de Boris Muñoz titulado “A country poles apart”/“Un país en las antípodas”. Es el texto que cierra la antología y ofrece una mirada analítica y al mismo tiempo íntima de los últimos años del siglo XX y las primeras décadas del XXI.
Los mejores textos ficcionales del conjunto también logran esta cabal representación de las contradicciones de un país que estalla en pedazos, como es el caso del cuento “Christina Cries at Three O’Clock”/“Cristina llora a las tres”, de Miguel Gomes, o el texto de Jesús Miguel Soto titulado “One of many potential short cuts”/“Uno de muchos posibles atajos”. Lo mismo sucede con los cuentos “Passion”/“La pasión” de Gisela Kozak y “The Villagers”/“Los pobladores” de Carolina Lozada. En estos textos se muestra la fortaleza de la narrativa breve venezolana, que ofrece al mismo tiempo un claro impulso experimental junto a una evidente preocupación por contar historias bien contadas.
Tal vez la selección de fragmentos de novelas es la que resulta menos afortunada en toda la antología. Aun cuando la sección elegida de Historias de la marcha a pie, de Victoria de Stefano –en una excelente traducción de Christina MacSweeney–, se sostenga por sí misma y ofrezca una muestra relevante de la escritura de la autora, no se puede decir lo mismo de otros fragmentos seleccionados. Tal es el caso de las páginas extraídas del prólogo de Liubliana, de Eduardo Sánchez Rugeles, o del fragmento de Los Maletines de Juan Carlos Méndez Guédez. Ambos autores quedan en desventaja en estos textos, no sólo con respecto a la calidad que demuestran los cuentos más redondos de la compilación, como los de Federico Vegas y Liliana Lara, sino frente a su misma obra, que incluye sin duda muestras más representativas de su importante trayectoria. En este caso, la estrategia de pedirle a los mismos autores una selección de sus textos tal vez no haya sido la más eficaz.
El ingreso de la literatura venezolana al escenario global depende en gran parte de la circulación en otros idiomas y el inglés es sin duda la puerta de entrada a ese mercado. Vista en su conjunto, la antología muestra, no sólo la calidad indiscutible de esta literatura, sino su enorme potencial de cara al mercado internacional y a futuros proyectos de traducción. Son esfuerzos como éste los que van a impulsar esa circulación global a la que por diversas razones no ha tenido acceso la literatura de uno de los países más complejos y contradictorios del continente. En este momento en el que Venezuela necesita con urgencia la solidaridad y la atención del mundo, estas “palabras crudas” pueden ayudar a mostrar las diversas caras de un país que está hoy forjando en la calle su futuro.
Raquel Rivas Rojas