Cocodrilos en la noche. Gisela Heffes. Santiago de Chile: RIL editores, 2020. 107 páginas.
“Muchos de nosotros veremos cumplirse uno de los mayores miedos que tenemos, que no es el miedo a la muerte, sino a la organización social de la muerte. Muchos de nosotros moriremos en una cama de hospital, después de días, semanas o meses de haber sido privados de los más simples derechos humanos”, escribió el autor argentino C.E. Feiling, que falleció a los 36 años de leucemia, en una cama del hospital británico. Uno de los protagonistas de Cocodrilos en la noche, la nueva novela de Gisela Heffes, padece esa organización social de la muerte: se le extrajo todo el páncreas y pasa sus días convaleciente en una clínica del centro de Buenos Aires. Sus hijos han arribado a la capital sudamericana desde esa mitología llamada “Primer Mundo” donde residen desde hace años —uno en Estados Unidos; otro en Europa— alarmados por la enfermedad que devora lentamente aunque con voluntad sádica al mayor de la tribu.
Pese a todo, ese hombre mantiene una lucidez inquebrantable. Son los otros, en este caso las enfermeras a su cuidado —a veces de una practicidad que lastima—, antiguas y nuevas parejas, los familiares y el doctor Casabilla, de cordialidad burocrática, los que están envueltos en una cotidianidad abrumadora.
Para contar esta historia, Heffes decidió elaborar una tercera persona distante que en algunos pasajes se volverá primera. El cambio de registro es otro de los aciertos de esta novela personal y abierta. “Hagamos de cuenta que el aeropuerto del que parte la protagonista no es el Bush Intercontinental de la ciudad de Houston sino el Aeropuerto Internacional de Orlando. Que la compañía aérea en la que viaja no es United (exContinental), sino American Airlines. Que la protagonista de esta novela no se llama Gisela sino Vera. Que su apellido no es Guerenstein sino Heffes. Vera Heffes”, afirma la autora. El procedimiento confecciona un mundo en apariencia alternativo que produce una tensión artística seductora. La distancia ahonda más el plano de la narración, el conflicto en el que están los personajes de la obra.
Otra característica estética de Cocodrilos en la noche es su tramado: separada por breves capítulos que informan las jornadas en que sucede la historia —DIA 1, DIA 2, etc.—, cada una de esas entradas incluyen un “Cuaderno de notas”: son apuntes personales donde Vera a veces se cansa de su personaje y el mundo alternativo, y regresa a la normalidad. Ahora Vera es Gisela:
“Miré a mi hermano y a mi cuñada, interrogándolos. Sí, está despierto. El enfermero se introdujo en la conversación. Está bajo los efectos sedativos, pero te puede escuchar. Mi padre asiente. Yo le agarro la mano. Se la agarro fuerte. Siento su fuerza en mi mano, como si esa fuerza, ese encuentro de fuerzas nos comunicara. Me acerco y le hablo al oído: le digo que todo salió bien, y que pronto muy pronto va a salir del sanatorio y todo va a regresar a la normalidad. Asiente. Le digo que mis hijos le mandaron unos dibujos y quieren hablar con él. ¿Mis hijos? ¿Cuándo me convertí en madre y mi padre, en abuelo? ¿No soy acaso yo la hija, la niña, la más chica que mi padre cuida y lleva al colegio todas las mañanas? ¿No soy yo la que necesita que la besen y cuiden?”.
Lo que nos dice el autor en esta historia narrada desde el dolor, el recuerdo y cierto escepticismo es que la enfermedad es otra forma literaria. Y también, en ese cuaderno de notas amarillo, se ubica una novela del regreso: es la percepción de la hija nuevamente en su ciudad natal donde ahora sus calles están minadas de mierda de perro, suciedad y violencia. De esta obra, entonces, emerge un panorama social, el argentino, que se desintegra como la salud del padre capítulo a capítulo y establece una novela que, como señala Ana María Shua en la solapa del libro, es “valiosa, atractiva e interesante”.
Hernán Vera Álvarez