Lima: Intermezzo Tropical. 2021. 100 páginas.
Ciudad satélite (2021) es el tercer libro de poesía de los cuatro publicados hasta ahora por Carlos Villacorta Gonzales (Lima, 1976). La obra está estructurada en cuatro partes, “Fuerza de gravedad”, “Acerca de la entropía”, “Fragmentos sobre la velocidad” y “En una oscura estación del Greyhound”. El poema inicial del libro, “El mundo no se va a acabar con un disparo”, es marcadamente distinto del resto del conjunto, pues tiene un tono casi profético, reforzado por el uso del futuro y una voz plural, acorde con el intertexto del poema de Eliot “Los hombres huecos”. Este tono les confiere a los poemas que le siguen un carácter de fatalidad. La procesión que marcha ahí no es muy diferente de la que desfila por las calles de Londres en otra obra del Eliot, cifrada en el verso “I had not thought death had undone so many”. Los textos abordan en su mayoría los desplazamientos de la familia del poeta en distintas ciudades satélite durante su infancia en Perú, al tiempo que nos presentan algunos personajes relevantes y entrañables. Los últimos dos versos de “Ciudad satélite”, el poema que cierra esta primera parte, son una variación de la frase dialogante con Eliot ya anotada, con una pequeña diferencia. El imperfecto del verbo sitúa los eventos en el terreno del hecho consumado, a modo de constatación: “el mundo no se iba a acabar con un balazo”.
La segunda sección, “Acerca de la entropía”, se ubica ya en ciudades estadounidenses: Nueva York, Boston y la pequeña localidad de Waterville, Maine. Si el proceso termodinámico de entropía en su acepción popular se asocia con la idea de pérdida, puede aplicarse metafóricamente a la imposibilidad de la memoria de restituir cabalmente un recuerdo. También puede pensarse con relación a la dinámica de los espacios urbanos. En “Park Street”, el primer poema, se formula una pregunta fundamental: “¿Dónde empiezan las ciudades satélites?”. La respuesta es contundente: “Yo te diré que las ciudades satélites/ se desprenden de nuestra oscuridad/ y giran y revolotean entre los muertos”.
Una diferencia notable entre las primeras dos partes del libro es que en la segunda no aparecen espacios domésticos y apenas hay interiores. Es como si la existencia se jugara su suerte en la intemperie y la posibilidad de un espacio doméstico se hubiera quedado en el primer enjambre de ciudades satélite, las del natal Perú, asociadas a la infancia. De allí el epígrafe de Enrique Lihn: “Todo lo que vivimos lo vivimos / ya a los diez años más intensamente”. Las imágenes que acompañan cada sección refuerzan esta diferencia. En la primera, hay fotografías familiares de la propia infancia del poeta, mientras que en la segunda él no aparece y lo que se advierte es la despersonalización de la gran urbe moderna.
“Fragmentos sobre la velocidad”, la tercera parte del libro, está conformada por veinte textos breves, pequeños poemas en prosa que colindan con el aforismo. Para la poética especulativa que define esta sección, a diferencia de lo que ocurre en el resto del libro, importa menos la marca geográfica o temporal. El carácter fragmentario, explícito en el título, no solo atañe a la forma sino a la modalidad de la conciencia operante. El primer fragmento descansa en una idea central del autor: la memoria como fuerza motriz. De allí esta afirmación: “Cada tren que parte de esta ciudad se aleja impulsado por nuestra memoria”. Otros textos parecen parte de una intención instructiva, con verbos en infinitivo incluidos, pero sus instrucciones rayan en lo absurdo: “Hundir la cabeza sobre la misma garganta, hasta que esté seca, ya sin cabeza, ya sin garganta” o “Colocar un nombre, un pedazo del lenguaje en el que nadie pueda reconocerse”. La invitación a la quietud del último fragmento, “Estate quieto y observa. Entonces, el gran ojo de la tormenta abrirá su boca para besarte”, tiene resonancias de Pizarnik y su mirada pulverizada por la rosa o del mundo que se entrega extasiado y retorcido en el célebre aforismo de Kafka.
El tema de la ciudad es, evidentemente, central en el pensamiento y obra de Villacorta. En Ciudad satélite, sin embargo, los procesos más significativos no ocurren en el espacio demarcado por las ciudades, ni en su precaria estabilidad, sino en el tránsito entre una y otra. Se sale siempre de algún centro urbano o suburbano para ir a otro. Es por ello que el título de la última sección, “En una oscura estación de Greyhound”, paráfrasis del poema de Pound, no podría ser más acertado, pues nos sitúa, efectivamente, en la antesala del siguiente viaje o en la reciente llegada a un nuevo lugar. En el último poema, que lleva el título de la sección, se da un proceso fascinante. El plano de la ciudad narrada se confunde con el de la ciudad desde la que enuncia la voz poética. Al final, ambas ciudades parecen desintegrarse en pura incertidumbre. La presente en la del destino errante del sujeto poético; la de la memoria en el olvido que termina por borrarlo todo. Sin embargo, contra lo que pudiera esperarse, las últimas líneas del libro tienen un tono de afirmación casi desafiante: “¡Yo te saludo pasajero incierto!”.
Me gustaría señalar, a modo de observación paralela, que, sin ser el recurso dominante, aparecen en el libro giros metalingüísticos que nos recuerdan que, más allá de los temas que el libro aborda, un poeta se distingue por la atención que le presta al lenguaje. Así, en los versos “El silencio-Magritte que se va a quebrar/ que se va a quebrar de tanto especular”, el plano de lo referido opera también como materialidad a nivel segmental. Lo especular, característico del pintor belga, tiene su correlato en la reiteración de la frase “que se va a quebrar”, replicada como eco o reflejo. Así, constatamos que Villacorta practica también el oficio de orfebre, consustancial al ejercicio poético, como quedó consignado en la dedicatoria de The Waste Land.
Es imposible predecir la suerte de un libro. En todo caso, ella no depende de la intencionalidad del autor. En la mejor poesía, el poema sabe más que quien lo escribe y que cualquier crítico. Lo que sí es posible afirmar es que los libros de Villacorta no viajan solos. Son como esos enjambres de ciudades satélite antes aludidos. Y si bien es cierto que las ciudades se desdibujan y terminan por sucumbir ante la entropía, también lo es que en los poemas quedan cifradas las claves de una resistencia ante el olvido. La nueva geografía que emerge del libro no es ya la de las ciudades de la infancia en Perú ni la de las grandes metrópolis estadounidenses de la adultez, sino un espacio autónomo que se actualiza cada vez que una mirada lectora se asoma a él. Así, Ciudad satélite se suma a esa cartografía imaginaria, hecha de memoria, experiencia y lenguaje que el poeta Carlos Villacorta viene elaborando con una fidelidad sostenida y admirable.