Caracas muerde / The Relentless City. Héctor Torres. Traducción de Kolin Jordan. Chicago: 7Vientos, 2021. 135 páginas.
Jorge Luis Borges, un referente citado por Héctor Torres en Caracas muerde / The Relentless City (7Vientos, 2021), solía desdibujar la frontera entre realidad y ficción. Proclamaba no la realidad de la ficción sino la ficción de la realidad, como si el mundo se pudiera contar mejor a través de la imaginación. Insistía en proponer que nuestra percepción temporal (nuestra realidad) es ficticia, y precisamente por este motivo anula las diferencias entre lo real y lo irreal.
Lawrence Weschler, en sintonía con ese plano de pensamiento borgeano, plantea que los mecanismos de la ficción son válidos en la narrativa de no ficción. Eso lo sabemos desde A sangre fría o, un poco antes, desde Operación Masacre de Rodolfo Walsh. Pero Weschler va mucho más allá y sostiene algo en lo que no estarían de acuerdo muchos cronistas apegados a una manera rigurosa de concebir la no ficción: aquella en la que no se puede inventar y los hechos deben ser verificables. Weschler enseñó en la escuela de periodismo de NYU una cátedra llamada “La ficción de la no ficción”, a partir de un singular precepto: “Todas las voces narrativas son ficciones. El mundo de la escritura de no ficción está dividido entre aquellos que están conscientes de esto y aquellos que lo niegan o no están conscientes”.
Cuando a un librero en Estados Unidos le llegue Caracas muerde / The Relentless City a sus manos, tendrá tal vez dudas sobre si el libro debería ser incorporado en la sección de Ficción o No Ficción, tan claramente definidas en las librerías estadounidenses, a diferencia de las de Hispanoamérica. El dilema reside en el hecho de que, a pesar del uso transversal de la ficción en Caracas muerde / The Relentless City, las historias se perciben como reales. Lo que nos lleva a la pregunta de qué es más eficaz: ¿la realidad contada en su mayor aproximación a hechos verificables o una en la que se utiliza el recurso de la imaginación para hacerla más real? Todo dependerá de la habilidad del narrador. El propio Torres en un artículo del portal web Prodavinci, en respuesta a un comentario de un lector, en el 2010, nos dice:
No hay ninguna verdad verificable en estos textos. Son ficciones. Y como ficciones, no pretenden ofrecer realidades tangibles sino posibles, alimentar imaginarios a partir de historias ficcionales.
Ese desenlace imaginativo puede ser precisamente el efecto de goce que logra la lectura de las historias que ocurren en una Caracas descarnada. Relatos reales. Cuentos reales, como se los quiera llamar. El que es caraqueño y conoce los males de la ciudad, y aunque Torres use con frecuencia un narrador omnisciente que cala en los pensamientos de los personajes —siempre señalados con un nombre de pila—, sabe que no exagera; usa la imaginación, pero no exagera.
Caracas muerde / The Relentless City llega al mercado de habla inglesa gracias a la iniciativa de una editorial independiente con extraordinario ánimo. 7Vientos publica la edición bilingüe, traducida por Kolin Jordan, de un libro que se ha mantenido presente en Venezuela durante una década, seguido de su lanzamiento en España en el 2019. Un perro que muerde su cola, una recámara de un revólver con una sola bala adentro y una calavera cuyos dientes son los edificios de una ciudad, concatenan las portadas de las ediciones venezolanas, española y estadounidense.
En Caracas muerde / The Relentless City ocurren robos, asaltos, violaciones, despojos, asesinatos, sembrados a su vez con referentes literarios como Carver, Bukowski, Poe, Chéjov, Homero, Adriano González León, Alfredo Armas Alfonso, Borges, Rilke, Guillermo Cabrera Infante, Thomas Lynch, Paul Auster, Bolaño, John McNally y Rómulo Gallegos (en los agradecimientos iniciales menciona a Oscar Marcano, que como cuentista, ejerció una influencia sustancial en la narrativa de Torres).
El lenguaje utilizado es depurado —lo que suena sencillo siempre es más difícil de lograr—, y a menudo acude a lo coloquial venezolano: “Esta vaina tiene una protección muy arrecha, mi pana [This thing must have some kind of powerful spell on it, dude]”. Torres, además, enriquece su propuesta con el uso de metáforas certeras: “alambrada de reproches [wire fence of veiled reproaches]”, “hambre afilada [razor-sharp hunger]”, “mirada desterrada de su cuerpo [gaze divorced from his body]” o digamos una que sintetiza lo que ha sido la instauración del proceso político en el país: “El striptease más demorado que se conozca en los anales de las dictaduras [the most delayed striptease known in the annals of dictatorships]”.
Torres tiene la capacidad de resumir los acontecimientos que suceden en la irónicamente llamada hace mucho tiempo “ciudad de los techos rojos”, con una prosa sobria, precisa, que borda en la picardía y el humor. Es ingenioso a la hora de inventar juegos de palabras que dibujan una sonrisa en el lector: “Los cerveceros de mibloque”, en alusión a los Cerveceros de Milwaukee, la lotería “Balaperdida [Lostbullet]”, o al mencionar a una tal “PoliMatraca”, que no es otra que la Policía de Caracas.
Se podría decir que Caracas muerde / The Relentless City es una suerte de cédula de identidad del valle de balas y sombras (hay, por supuesto, realidades luminosas paralelas a las que no tendría sentido centrarse esta obra). Cierto que algunos referentes han cambiado en una década, y no se trata solo de los Blackberries, que aparecen en varios relatos, o la consola Wii. La Caracas que se cuenta ha cambiado porque todo se ha agudizado, dramatizado, radicalizado, es más surrealista aún, pero su esencia está intacta en los treinta relatos breves con sus sugestivos títulos.
Uno de esos lugares que son más jungla que nunca es el metro. En Caracas muerde / The Relentless City hay muchas escenas en el metro, uno de los lugares preferidos del narrador. Sus personajes van y vienen en metro, cometen fechorías en el metro, se podría decir que el Metro muerde. La nocturnidad es también un elemento que hilvana las historias para construir un cuadro interconectado de la ciudad. Casi todas las acciones violentas ocurren en horas de la noche o de madrugada. No debe ser simple coincidencia, sino una intención creativa intencional, que algunos de los referentes filmográficos que encontramos sean precisamente Pulp Fiction, Dominó, La redención de Shawshank, Secuestro Exprés, Matrix y hasta una cita de Emir Kusturica. La ficción del celuloide se confunde con el retrato de la realidad caraqueña. Y aunque no aparece en el libro —su temporalidad es posterior— no es fortuito el hecho de que un capítulo de la serie Homeland recree a la Torre David (un rascacielos convertido en el hogar de personas de bajos recursos que ocuparon sus instalaciones). Caracas, en esa serie y en otras referencias televisivas recientes, se torna en el epicentro de la representación del mal.
En la estructura narrativa de los relatos de este libro casi siempre hay una primera parte con una historia y luego una segunda parte con otra historia, un recurso utilizado por Jerry Seinfield o, amplificado hacia una novela, por Alberto Barrera Tyszka en La enfermedad. Ambas luego se conectan dando sentido al título del relato, para llegar a una escena final, transcurrida la acción, que pinta momentos de la realidad de Caracas. Son historias paralelas de la fauna malandra de la ciudad en contraste con las de los ciudadanos comunes que tratan de labrarse una vida en medio de las amenazas persistentes; los segundos víctimas de los primeros.
Aunado al inicio de los relatos con frases que asemejan aforismos e inducen a un estado reflexivo, al uso de metáforas y al dominio de los mecanismos del cuento, se agregan dos recursos adicionales que Torres emplea con frecuencia, y que dan una idea de que estamos ante un producto literario que pareciera sencillo, por lo digerible de su lectura, pero que es más bien sofisticado. Por un lado, está el uso frecuente de las notas a pie de página, a manera de ensayo o juego borgiano o, más reciente, vilamatiano; algunas agregan información factual, otras son observaciones que bien podrían haber permanecido en el cuerpo del texto pero que son parte del juego literario propuesto. El segundo recurso es que, ante un determinado escenario, con frecuencia se plantean hipótesis a, b y c de lo que podrían significar determinadas situaciones. Todo ello ensambla la banda sonora de Caracas muerde / The Relentless City, una banda sonora en la que surgen referentes musicales como Roger Waters, Black Sabbath, AC/DC, Yordano, Desorden Público, Juan Luis Guerra, Sabina o Fito Páez.
El lector de América Latina y Estados Unidos tiene en sus manos un libro que le dará un retrato de lo que ha llegado a ser considerada, por varios medidores estadísticos internacionales reconocidos, como la ciudad más violenta del mundo. Y así, a manera de abreboca, es difícil escoger entre tantas buenas historias, pero si se tuviera que seleccionar una auténticamente memorable, aquella que a veces merece la sustentación por sí sola de un libro o ser parte de una antología, sería sin duda, “Como en un Aleph de pesadilla”:
Al hacerlo, como en un Aleph de pesadilla, Juan Ernesto vio (descubrió) calles oscuras, infinitos recovecos invariablemente sucios, sexo escondido y sexo forzado, algo detrás de un árbol que no se ve bien pero que asusta, medio perrocaliente en un pipote, unas ratas robustas comiéndose vivo a un cachorrito de gato, una cartera vacía tirada en la cuneta, caras tensas que evaden proximidades, los escondites que guardan los tesoros robados a los transeúntes, dedos que amenazan, patadas sobre la cara, un palo haciendo swing, tipos de azul acercándose con caras de risas torvas, tipos llamando detrás de un rincón con caras ávidas, un tambor retumbando en los oídos queriendo decir no vayas, manos hurgando entre bolsillos, batidas a puñal que no siempre se ganaron… Y los curiosos dibujos que hace la sangre sobre la acera.
Caracas es feroz y deja las huellas de los dientes de un animal salvaje sobre la piel y el alma de sus habitantes. Abrir las páginas de Caracas muerde / The Relentless City es viajar, desde la seguridad del lugar de lectura, a un mundo de peligro donde solo el instinto y el sexto sentido llevan a sus moradores a presenciar un nuevo amanecer.
Pedro Plaza Salvati