Estados Unidos: Chatos Inhumanos. 2022.
La novela Campus, del autor chileno Antonio Díaz Oliva, puede ubicarse en el tradicional género de la novela académica. Se centra en la figura del profesor y las contradicciones e incongruencias que la maquinaria y el funcionamiento institucional universitario de estudios avanzados le impone como retos (no a superar esos “retos”, porque no existe tal esperanza, sino a sobrevivir). El libro abre nada más y nada menos que con un epígrafe de Virginia Woolf: “¿Acaso no ha quedado demostrado que la educación, la mejor educación del mundo, no enseña a aborrecer la fuerza, sino a utilizarla?”. Desde esta pregunta y dibujando un vector en el que la sátira y el thriller policial empalman con la ciencia ficción, construye a lo largo de sus 5 capítulos y valiéndose de recuerdos, narraciones en tiempo presente, directorios académicos, páginas webs e emails, una historia de ironía punzo-penetrante. Cuánto es real y cuánto imaginado, cuánto es denuncia y cuánto mero juego, dependerá de la interpretación de cada lector o lectora. Como fuere, la novela muestra el lado oscuro e incómodo de la vida universitaria en los programas de doctorado de estudios hispánicos o de español en los Estados Unidos. Expone y ridiculiza personajes sin proponer salidas o soluciones pues ese no es el objetivo. Una voz tácita sugiere al oído que nada puede cambiarse o arreglarse y que Campus es, ante todo, catártica.
La narración transcurre principalmente en la voz de una segunda o tercera persona, y se enfoca en dos personajes principales: Salvador Allende y Wanda Rodríguez. Él, un académico especializado en la “pornostalgia” (término que se refiere a machacar interminablemente el pasado) en la literatura chilena, y que pronto empezará a trabajar a raíz de un evento desafortunado (desafortunado para alguien más, y pronto desafortunado para él mismo) como profesor en Pepsodent University. Ella, una investigadora privada de asuntos académicos, marihuanera y medium para más señas, quien luego de abandonar su propia carrera como candidata a PhD terminará investigando a Salvador. Lo que resulte de su pesquisa tocará descubrirlo a quien lea la novela.
Campus comienza desde la mirada de Allende, el académico chileno entregado a la desidia, depresivo, insomne y además con el corazón roto después de que Anselmo, su pareja, también académico, lo ha abandonado por una nueva vida: ha cambiado de rama y es ahora entrenador deportivo para guerrilleros en Chiapas. Además de mudarse de país, lo ha hecho con un nuevo amante. De su historia, quien lee sabrá poco; es solo relevante en la medida en que genera el clima de desasosiego y desquerer necesario en Salvador, quien en su insomnio y sensación de enajenamiento, sin mayores expectativas e interpelado por la muerte de su antiguo profesor Javier La Rabia, decide atender a una cita en Pepsodent University y eventualmente aceptar un puesto como profesor en esta universidad.
Salvador y Wanda se enlazan en el insomnio o la sensación de irrealidad, en el consumo excesivo de alcohol o de hierba, en un pasado que los une al profesor La Rabia, quien en vida fuera profesor de Salvador (en Waindell) y de Wanda (en Princeton). Si tal como dice el narrador de la historia, “A veces la muerte de alguien no es más que la excusa para recordar a la persona que alguna vez fuimos”, quizás esta novela “de campus” no es más que la excusa para mostrar con cinismo los hilos tras el desánimo contemporáneo. Desde la novela académica y el noir, desde el misterio y las preguntas que rodean la muerte del profesor Javier La Rabia, la sátira trasciende los muros universitarios para referirse a la vida misma.
Esta es una novela que usa las universidades como campo de juego, y que podría usar otro paisaje humano si lo quisiera pues ofrece una mirada al absurdo que rodea la existencia (¿o la supervivencia?, ¿o la decadencia?) de la vida contemporánea. Pronto Santiago Allende formará parte de esta institución, será contratado no tanto a raíz de su brillo académico sino gracias al nombre que lo acerca al devenir político de su país natal y a la historia de un padre revolucionario preso (falsa, claro, la “historia”) que lo convertirá en “súper estrella” o quizás más bien en tonto conveniente. Con el origen caprichoso de un nombre y la manifestación fortuita de un puesto académico, las costuras del sistema universitario quedan a la vista.
Es así que en esta historia todo lo que desde un inicio parecía dudoso, in-creíble, insólito, al final se va mostrando, además, escabroso. Desde el momento de la oferta empiezan a ir de la mano recuerdos de su experiencia como alumno del ahora fallecido La Rabia, antes su profesor de teoría literaria y ahora presencia fantasmal en la novela, y las vicisitudes absurdas del presente que lo llevan incluso a ser utilizado sexualmente por la Dean de la universidad y su marido. Si el nombre Salvador Allende o La Rabia parecen proponer un guiño a quien lee, la sensación es justificada. Cualquier nombre sospechoso en esta novela trae cola. Son todos intencionales e informativos. En efecto, Campus no solo se vale de nombres como estos, con sus resonancias y su historia particular detrás, sino referencia a estudiantes reales de una que otra conocida maestría o programa académico en español de los Estados Unidos. Quien lee al tanto de ciertos intríngulis de la vida real no puede evitar sentirse así mismo en una fiesta, una fiesta en el que el bullying amistoso (que evoca el institucional) lleva la batuta. Si los nombres son medianamente falsos, ¿la historia contada es medianamente real? En un giro, lo irónico y el sinsentido ocurren tanto en las páginas del libro y fuera de ellas. Queda la crítica velada y la desesperanza, y la certeza de que no se está nunca a salvo: toda persona puede ser personaje y para alguien lo es, manejadas por los hilos afilados de un buen sentido del humor.