Wërra. Federico Jeanmaire. Barcelona: Anagrama. 2020. 399 páginas.
En abril del 2018, un narrador sin nombre que comparte todas las características autobiográficas de Federico Jeanmaire, revive íntimamente, una batalla de marzo de 1942, la operación Chariot, mientras pasea por un pueblo en Francia. “¿Acaso no nos ocurren las guerras que ocurren lejos de donde dormimos o de donde tomamos café?”, se pregunta en la primera página del libro para, unas líneas más adelante, responderse: “Definitivamente creo que no ocurre aquello que no nos ocurre.” Inmediatamente, lo que se abre ante nosotros es una voz: probablemente con mucho del autor, definitivamente argentina, algo burguesa pero también comprometida, autobiográfica, sumamente informada y, a la vez, intensamente personal. Jeanmaire se plantea exorcizar el relativismo berkeleiano con que se tratan las guerras, hacer que ocurra lo que no nos ocurre, que nos ocurran las guerras que ocurren lejos, y lo logra.
Wërra es, fundamentalmente, un ensayo acerca de la guerra en forma de ficción, con cuatro líneas narrativas superpuestas para acercarnos a la idea central de lo que es la guerra para el autor. Primero, está el relato de la operación Chariot, en la que un obsoleto destructor inglés, decorado para parecer un barco alemán, se estrella en el único dique seco que los alemanes tenían sobre el Atlántico. Chariot, en francés, es un carro, un vehículo que puede acarrear algo, y es un nombre ideal para esta famosa acción inglesa porque ese barco es en verdad un moderno caballo de Troya que lleva en su interior tres bombas que eventualmente estallan destruyendo la habilidad de la armada alemana para reparar sus barcos sin tener que regresar a Alemania. El ingenio de la operación sirve como hilo conductor de la acción, le agrega suspenso e imaginación a la trama, pero es, en sí, solo un chariot, un vehículo con el que Jeanmaire transporta a sus lectores a la experiencia de la guerra, a todas las guerras, a lo que no les ocurre.
En su segunda línea narrativa, Jeanmaire propone personalizar, de algún modo salvar, a los caídos. Jeanmaire, organiza su libro en 287 pequeños capítulos basados en los nombres de los 287 soldados y residentes aliados caídos en Saint-Nazaire que aparecen inscriptos en el pequeño monolito en conmemoración de los caídos en la operación. Se empeña en rescatarlos del monolito, “Cada vez me cuesta más descubrir lo que se esconde detrás de cada uno de los inscriptos en esa escueta placa ubicada en la base del monolito que recuerda la batalla cerca del Vieux Môle”, en otorgarles una narrativa personal más allá de la dialéctica exitosa de los sobrevivientes y los historiadores, en observar sus fotos y pensar simplemente “parece un buen tipo”. Si la historia la escriben los que ganan o la sufren los que pierden, Jeanmaire da voz aquí a las ausencias, a sus miedos, a esas muertes.
Como la mayoría de los lectores, Jeanmaire nunca estuvo en una guerra. Tal vez por eso, su narrador también se empeña en revivir lo que vivieron esos hombres que nombra el monolito, en hacer que le ocurra. Jeanmaire nos lleva a caminar por los lugares de la guerra con su narrador, siente el miedo de esos hombres, intenta meterse con nosotros en la piel de los que en realidad vivieron el acontecimiento para que sintamos, junto con su narrador, que no podríamos abrir la puerta de alguna de las habitaciones por “temor a que por allí puedan meterse dentro, alguna noche, los soldados fantasmas alemanes”.
Finalmente, Jeanmaire nos propone acceder a su relación personal con la guerra, a los soldados de plomo que producía su abuelo, a las horas enfrente de un televisor mirando la serie Combate con su padre, a su Argentina y esa otra guerra que no ocurrió para nadie en Argentina salvo para los que estuvieron ahí y para sus familias, la guerra de Malvinas. El foco no es aquí la guerra que relata, sino la trama que une a esa guerra con otras guerras, con los juegos de niños, con los productos idealizados de la guerra en la televisión, lo que hace de ese relato de una guerra, la Guerra.
De alguna manera, Wërra es mi novela de guerra favorita en español. Si la guerra es el tema de grandes construcciones míticas, como en el caso de La Iliada, y de complejas evaluaciones sobre el significado de la historia, como en Tolstoi, en la nueva novela de Jeanmaire pude disfrutar enormemente la simpleza y la originalidad con la que Jeanmaire desmitifica la guerra. Homero, probablemente imaginaba la épica de su Ilíada como un resultado natural de la guerra, de la necesidad de exaltar a sus héroes y explicar los motivos de los dioses, sin preocuparse, como sugiere Jeanmaire, porque la épica realimenta las guerras, ya que para esas próximas guerras “se volverán a necesitar hombres con deseos de convertirse en héroes”. Tolstoi, vio su monumental La guerra y la paz como una oportunidad de la novela para explicar la historia, como un intento de responder a la pregunta que “surgió en cada alma: ¿Por qué, por quién, debo matar o morir?”, como una manera de terminar con la idea hegeliana de que son Napoleón y los otros grandes hombres quienes guían a la humanidad a las guerras y determinan su destino. A Jeanmarie le preocupa menos la historia que el hecho de que a Angelo Zallio, el último nombre en la placa del monolito, como a tantos otros, “Lo mató la mierda de la guerra real cuando acababa de cumplir quince años”. Simplificando a Tolstoi, Jeanmaire solamente propone que todas las guerras son una mierda. Wërra, el “grito con el que se lanzaban a la batalla los alemanes primitivos” pierde así el signo de exclamación que exalta los espíritus y los arrastra a la batalla, y se convierte en un susurro íntimo pero a la vez universal sobre el valor necesario para resistirse a la guerra.
Carolina Sitya Nin
Oklahoma State University