Poemas humanos (1923-1938). César Vallejo. Edición facsimilar de la prínceps de 1939 y prólogo de César Ferreira. Lima: Universidad Ricardo Palma, 2019. 190 páginas.
Al morir en 1938, César Vallejo dejó sin editar su poesía escrita desde 1923. Cuando estos papeles quedaron con su viuda, excepto por los de España, aparta de mí este cáliz (publicados póstumamente en 1939 e incluidos en este volumen), los poemas no tenían título general ni otro orden que el del azar. Estos, además, eran disímiles en forma, tema, tono y fecha. Así, la intención editorial del autor solo puede plantearse como hipótesis, especialmente cuando sus versos (excepto los del mencionado poemario) no recibieron, además de las correcciones, la atención que el autor puso en otros proyectos. Por todo ello, editar este último tramo de la producción de Vallejo es problemático y cada intento constituye una propuesta de lectura, expuesta a la adhesión o al cuestionamiento de la crítica especializada. César Ferreira, responsable de esta edición facsimilar, lo sabe así.
Volver a los orígenes de los poemas de Vallejo es siempre una labor necesaria. Hacia 1939, Georgette de Vallejo dio orden y título a este volumen. Asimismo, asumió el trabajo de pasar en limpio los papeles con reescrituras de la complicada letra del autor. Ese es su mérito indiscutible. Lo refrenda Ricardo Silva-Santisteban, cuya edición de 1997 recurre a los manuscritos. Sin embargo, los editores de este volumen —Georgette de Vallejo y Raúl Porras Barrenechea— acusan su arbitrariedad, que no se disimula en absoluto, pues un epílogo de Porras delata la imposición del nombre y la manera en que se fecha los poemas sin que estén en orden cronológico. Otro es el criterio de editores posteriores de la poesía de Vallejo quienes consideran que la secuencia más coherente es la cronológica. Esta se procura desde la edición de Juan Larrea (1978). Por otro lado, se tiende a omitir el adjetivo “humanos” del título (algo que no hace la edición de Ricardo González Vigil, 1992) y España, aparte de mí este cáliz se separa.
Entonces, ¿por qué reeditar el libro de 1939? Puede sostenerse, como hace Ferreira, que es la versión que se leyó durante tres décadas y a partir de la cual se escribió la crítica inicial del libro. Así se defiende la edición póstuma de los versos de Francisco de Quevedo (1648), ordenada al criterio del editor, porque el poeta tampoco determinó la dispositio de su obra. El caso de Poemas humanos (1923-1938) es similar, aunque más complejo. Sucede que la edición de Georgette reviste interés porque presenta una imagen particular de la poesía de Vallejo, cuyos tópicos perviven acertadamente en la crítica actual: la de su humanidad.
Esta imagen se construye desde el título, pero también en los epílogos. Luis Alberto Sánchez precisa como valores principales de la poética vallejiana la “sensibilidad incomparable” y la vitalidad. En contraste con la poesía “literaria,” nacida de la elocuencia fija y capaz solo de sentimentalismos, el crítico define el lenguaje de Vallejo como “des-estilo”, “a-oratoria”, es decir, pura expresión del sentir humano arraigada a su experiencia personal y ligada a su origen indígena. Para Sánchez, la obra de Vallejo es unitaria en esos términos. El epílogo de Jean Cassou la presenta como una poesía de acento personal, americano; una poesía “libre de las tradiciones españolas y de las modas europeas” que constituye, al fin y al cabo, una solución artística al conflicto entre lo indígena (su sensibilidad) y lo español (su lengua). La “Nota bio-bibliográfica” de Porras Barrenechea se detiene en la “dulzura hogareña en su rincón serrano” que habría formado su perspectiva. La humanidad de Vallejo yace en la afectividad propia y espontánea de su lenguaje, nacida de la experiencia personal (familiar, telúrica) y no de la impostación literaria. La finalidad de esta crítica es resaltar claramente la autenticidad de la lírica de Vallejo, cuando en España se consagraban poetas como Cernuda y Hernández, y en el Perú aparecían nuevos nombres y una crítica que se preguntaba por la tradición poética nacional.
Que esa autenticidad absoluta es intencionalmente construida se nota cuando Sánchez omite la evidente filiación modernista de Los heraldos negros (1919). No obstante, él mismo confronta la carencia de sentimiento humano en los formalismos vanguardistas (recuérdese “Contra el secreto profesional”, 1927) y, en sus ensayos europeos, reflexiona sobre la personalidad del artista y concluye que una obra expresa los contenidos comunes a todos los hombres solo cuando el artista ha indagado antes en sus sentimientos más íntimos, lo que conduce al verdadero lenguaje (El arte y la revolución). En ese sentido, acierta Cassou cuando caracteriza la lírica vallejiana como compuesta de instrumentos “no pulidos por el uso poético”, esto es, su uso de palabras cotidianas, de gusto personal, como ocurre en “Los desgraciados”: “Ya va a venir el día; da/cuerda a tu brazo, búscate debajo/del colchón, vuelve a pararte/ en tu cabeza, para andar derecho./ Ya va a venir el día ponte el saco”.
Aquí, palabras como “colchón”, “pararte” o frases como el mecanicismo corporal “da cuerda…” muestran el amanecer del hombre común a las necesidades insatisfechas en su vida cotidiana.
Pero donde mejor se observa el “des-estilo” de estos Poemas humanos es en su renovación respecto de la producción anterior. Estos poemas son los de un poeta maduro, que modula atinadamente los experimentos de Trilce (1922) e integra solo aquello que aviva la intensidad del sentir. Por ejemplo, debe resaltarse que por primera vez Vallejo cultiva las propiedades de la prosa expositiva, las sutilezas de la cohesión y las progresiones temáticas; favorece un lirismo que se obtiene del análisis centrado de un tema. Así, los poemas adquieren un tono reflexivo y desarrollan la universalidad de sus temas cotidianos (“El buen sentido”).
Como señala Ferreira, en estos poemas confluyen los motivos y tonos propiamente vallejianos: el intimismo familiar, las tribulaciones personales, la justicia, el amor. Todos se conciertan en torno del gran tema del drama del hombre, visto en todas sus dimensiones y que, incluso deshecho de estas, completamente solo, nunca deja de ser irremisiblemente un hombre que siente. Ese gran núcleo hermana estos textos con España, aparta de mí este cáliz, donde la faceta política es un sufrir corporal y una esperanza de “frenética armonía” entre los hombres (“Himno a los voluntarios de la República”); no son, pues, mera propaganda política, porque Vallejo no ve posible un arte sujeto a consignas exteriores. Quizá por ello Georgette los reunió bajo un mismo título en la portada.
Necesaria edición facsimilar y muy cuidada, esta de César Ferreira. Estos Poemas humanos (1923-1938) son indispensables para comprender el arte de Vallejo. Es más: acaso sean lo mejor de su obra. Escritos cuando su consciencia de artista es más aguda, nos muestran una humanidad y singularidad más acendradas que en Los heraldos negros o Trilce.
Renato Guizado Yampi
Universidad de Piura
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