Lyric Poetry Is Dead. Ezequiel Zaidenwerg. Traducción de Robin Myers. Dibujos de Carmen Amengual. Arizona: Cardboard House Press, 2018. 128 páginas.
Por varios años se trató de definir lo que en la poesía latinoamericana contemporánea se ha conceptualizado como neobarroco, puesto que las tendencias atípicas dentro de este concierto de voces últimas se han constreñido a manifestaciones extrañas o contracanónicas. En este breve comentario no voy a incidir en este dilema y voy a enumerar algunos derroteros por los que transitan los poetas contemporáneos como el que aquí nos convoca.
Lyric Poetry Is Dead, en la cuidadosa traducción de Robin Myers, es un libro polémico desde el inicio. ¿A qué tipo de poema se refiere Ezequiel Zaidenwerg? Aunque mi intuición es parcial, puedo decir que una de las tendencias más fuertes de la poesía latinoamericana es ese ultralirismo heredero de cierto Octavio Paz. Los seguidores de esta tendencia son innumerables y no es mi intención hacer un catastro consensual de aquellos. Pero sí diré que este tipo de poema se postula desde un inmanentismo apolítico y atemporal y esa es la diferencia con este libro. Lyric Poetry Is Dead se compone de dos secciones. La primera es homónima del título y abarca trece poemas y la segunda sección, en realidad un solo poema, se llama “Lo que el amor les hace a los poetas”. El conjunto viene con notas explicativas a la manera en que un investigador de novela policial deja rastros para engañarnos o clarificarnos el asunto, y también puedo pensar el libro como “asunto” antes que camino, porque habría que preguntarse si existe un único camino o si hay la presunción lógica o jurídica de asistir a un juicio y no a un libro de poemas.
El no camino se inicia con la mostración de un cuerpo enfermo, moribundo (la lírica), pero que se le vincula con “ofensivas oficiales” (12), “sentencia firme” (12) y “liquidación definitiva del acervo hereditario” (12). Ese cuerpo muerto, monstruoso, hace hincapié en que se lo rechaza como herencia. Tal vez también es el rechazo de cierto tipo de poema político a la manera de Neruda o Gelman. El segundo poema “El matadero” es una perífrasis de uno de los textos fundacionales de la literatura argentina (“El matadero” de Esteban Echeverría) y también de otro texto que le hace un homenaje velado a este (“El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini), mezclado con otras referencias al softporn argentino. En Zaidenwerg el uso de todas estas referencias no es de manera libresca ni apropiación de la cultura de masas, sino que tal si fuera un script va pautando las acciones de una violación y uno no puede dejar de pensar en cuerpos desaparecidos, torturados, guerra sucia, guerra del sentido, policía del sentido que siempre fuga, una fuga musical. Pero también palabras, arpegios, expedientes que desaparecen, aunque vibran en esa pátina del texto, texto oblicuo, que no por ello menos certero o transparente dentro de su opacidad. Otros cuerpos aparecen y fingen que nos ven sin que los notemos: un mafioso, Perón, el Che Guevara. Paradoja: estos dos últimos cadáveres sufrieron la amputación de sus manos, es como si estos muertos vivientes pudieran regresar y esas manos son símbolos de la acción y la escritura potencial y del temor de esa acción y/o exacción. Sobre el texto “Dr. Pedro Ara” se nos dice en las notas al final del libro que “es una mera versificación en endecasílabos de un pasaje del libro El caso de Eva Perón”. Doble restricción: llevar la prosa al verso medido y cambiar el cuerpo/cadáver de Evita por la lírica. De nuevo, habría que preguntarse por este cuerpo/cadáver que discurre por el texto, Zaidenwerg está utilizando tópicos de la poesía tradicional y los está quebrando en el sentido de un hurgador, de un poeta investigativo. Antes de seguir avanzando, conviene decir que hay un verso que se repite en todos los poemas “la lírica está muerta”, y que esa lírica son los cadáveres y a su vez la descomposición social. Las citas y notas explicativas podrían pensarse como un guiño a Eliot, puesto que también se mezclan los personajes y los tiempos acorde con el método mítico del poeta de La tierra baldía. Zaidenwerg se aleja de esas versificaciones de imágenes quebradas, pues esto no es mero culturalismo o mosaico cultural. Al final del poema décimo tercero la poesía lírica está muerta, pero “No murió como Cristo, la mataron/ como a Abel” (100). Un Abel que también podría pronunciarse Babel, que es la muerte de lo diverso y la presencia del castigo divino.
La segunda sección, que es apenas un poema, se trata de un centón que “no es trágico es atroz” (104), a pesar de que se puede leer ese inicio como catastrófico, al igual que la muerte de la lírica, lo que provoca es lo contrario, convoca la hilaridad o el descreimiento. El amor como una cirugía o siguiendo la imagen del poeta investigativo “como Hansel y Gretel esparcían migas” (106). Esas migas que son las pistas discordantes del caso o expediente Zaidenwerg. Al final del libro, como si se tratase de una película de zombis caníbales, uno puede pensar que la historia se los comió a todos. ¿A quiénes?, Zaidenwerg parece responder “a los cuerpos/cadáveres”.
Paul Guillén
Universidad de Pittsburgh
Paul Guillén (Ica-Perú, 1976) es poeta, ensayista y editor. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, tiene un Master en Escritura Creativa por la Universidad de Texas en el Paso y actualmente finaliza el doctorado en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Pittsburgh. Dirige la revista Poetika1 y el blog y editorial Sol negro.