Los animales por dentro. Pablo Paredes. Santiago: Ediciones El Mercurio. 2020. 91 páginas.
Los animales por dentro es La raza chilena (MAGO editores, 2012) diseccionada, es un “nosotros” por dentro; la miseria de Chile en forma de fábula-poética. Es El poema de Chile despojado de la mujer fantasma, con un reiterado huemul mudo y un ausente cóndor horrendo cuando lo vemos desde cerca; tan horrendo que no es descrito por dentro porque quedó suficientemente desprestigiado como parte de la “raza”.
El libro de Paredes, ganador del 28º certamen del “Premio Revista de Libros” de El Mercurio cierra en su contratapa con tres desconcertantes notas de los que fueron su jurado: Óscar Hahn, que solo alcanza a decir de él que es original y lo desvincula de las tradiciones de la poesía chilena; Elvira Hernández, que lo visita a través de una imagen algo más cercana a su centro cuando dice que “percibí esa clave que tiene la poesía de presentarse como algo inocente y arrastrar hacia un pantano” y Adán Méndez, quién tampoco alcanza a vislumbrar la metáfora y solo atisba la técnica fabulesca de Paredes.
El poemario, dividido en siete capítulos precedidos de un inusitado “Coro”, canta a “Los zorros”, a “Los perros”, a “El zunzuncito”, a “Los gatos”, a “Las polillas”, a “Los osos” y a “El huemul” y está dedicado a Manuel Paredes Parod, padre del poeta.
De extensión variable cada uno y en total verso libre, pero con una melodía candente, lenta y apesadumbrada, los textos de Los animales por dentro se presentan como diálogos con un/a otro/a y monólogos interiores que se van intercalando.
El “Coro” es un texto prenunciativo por donde desfilan la Cordillera, el concepto de hogar, los terremotos, los choroy, el desierto y los cerros en un lenguaje-dialecto que entronca con la etno- y geografía de Chile, donde la voz poética parece ser al principio la de cualquier progenitor/s de cualquier especie animal que trata de enseñar, mostrar y advertir a la cría (hembra) de los peligros y de la historia, pero que en los últimos versos nos da una clave con forma de alas: “por eso corre, hija, debes cruzar la cordillera/ aunque se te raje la guatita/ por dentro / y por fuera” (16). Su tono apocalíptico es evidente y su drástica separación del mundo urbano y rural había quedado patente ya cuando nos había dicho versos antes: “ustedes son los autos/ ustedes nos reventaron por dentro” (16) (autos-país-política-desmembramiento, dolor, desamparo).
Los zorros y los perros no pueden convivir en la obra de Paredes, los de arriba y los abajo no lo hacen en el país porque la patria es fría, de nieve, y el zorro hijo trata de enmascararse para parecerse al perro de la ciudad; pero la madre, que sabe que “mentir en el frío es un acto de amor” (20) le hace “jurar por ella que nunca más” volverá a decir que él era un perro (22), a pesar de “su carita de perro” (25). Pero los perros tampoco lo tienen fácil, quieren ser llamados “Cholo” y arrastrar su pelo incapaz de sentir por las calles de la ciudad asfaltada y se autoengañan con que la quema de garrapatas es una protesta al cielo y “Que una perra es una barricada” (34).
Con el “Pajarito de Dios” se soporta la angustia; con un “caraj” se evade el hambre; con un zunzuncito se logra la reconciliación rabiosa de una sangre mestiza; con un “bigote chicano” se muestra la desventura y como “la lengua de los pájaros es seca y lisa” (46) se grita “Amén” cuando se ve un colibrí cayendo. La rabia regurgita en los versos de Paredes y se alcanza a leer aún: “Estos creen que porque somos los pájaros más pequeños del mundo nos vamos a meter en sus bocas y dormir en sus lenguas” (45) con un desafiante tono heroico y “aperrado” que retoma con fuerza en “Los gatos” cuando afirma: “Pienso que un día matará/ y que bendito sea que lo frágil/ un día pueda matar” (53).
“La polillas” por su parte, son un “bichito de témpera negra,/ vuela y mancha como si la cargaran unas hormigas del cielo” (64). Animalitos de sustancia indecible, son también un reflejo del espíritu engrandecido de todos estos animales retratados, “creyéndose piedra contra el vidrio” (64); así como la nobleza de “Los Osos” es corrompida desde adentro y “un oso sin corazón devora el corazón de un venado”, que va a ser “El Huemul”, el único de todos los animales retratado en un profético número singular; el gran huemul silencioso que, cual mistraliano afantasmado, nos sirve de alucinógeno y nos obliga a decirle “huemul a la morfina y su estrellita roja” (87) y que “enredada en la manguera de la sonda” (91) cierra un volumen de dolor familiar y nacional con el que Paredes se atrevió a retratar angustia, sufrimiento, “choreza” y supervivencia de un pueblo que lo habita en el núcleo familiar de una madre-padre-hermana-hermano donde estamos todos los que, alguna vez y en algún momento nos hemos podido identificar, desde adentro, con algunos animales de la Patria; porque cada uno de esos animales es un tipo de ser (un tipo de mujer-hombre-niña-niño) que habita el territorio que llamamos Chile.
Zenaida M. Suárez Mayor
Instituto de Literatura
Universidad de los Andes (Chile)
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