Lima: Cocodrilo Ediciones, 2021.
La reunión de los cuentos de Margarita Saona nos muestra un panorama de exploraciones en el tiempo. Lo que se puede percibir en su lectura es la libertad de las formas del narrar y los riesgos que esta labor implica. En ese sentido, se pueden observar cuentos logrados como textos que manifiestan una voz que a tientas busca confesar. Así, nos encontramos con 26 relatos breves que pugnan por sintetizar emociones, dejar testamento de acontecimientos impactantes de la memoria, de la ausencia y cómo esta se manifiesta tal cual, sin mucho argumento más que las huellas del pasado. Por otro lado, en extensión más amplia podemos leer 27 cuentos en los que el lector puede advertir importantes reflexiones en torno al narrar y todo lo que implica.
Si intentamos asir las búsquedas de Saona, el primer relato del conjunto nos anuncia que la palabra es el único instrumento que puede (en su imposibilidad) traer al amado nuevamente, insistir sobre él, sobre todo lo que puede significar ocupar su vacío, a pesar de todo; del tiempo que no se ve cruel, sino simplemente tiempo que se va acumulando en los espacios de la ciudad, en el devenir de una conciencia que intenta colocarse y recolocarse a los muchos sentidos de la experiencia y de los objetos que dejan huella. Fotografías, dijes o presencias animales se convierten en señales por interpretar y que el lector debe asumir en su incesante marejada. La palabra es la herramienta de la escritora para demostrar que sí existen lugares a donde llegar, de alguna forma, para ser ocupados. De varias maneras, el oficio de escribir no se plantea, a modo borgiano, como un sueño dirigido, sino como un acontecimiento en el cual lo onírico invade las páginas y se atiende la fragilidad y ambigüedad de lo que se puede invocar como en el cuento “Aprendiz de bruja”. El mismo poder de los conjuros puede volverse contra su artífice y dejar en claro que el amor siempre será un vaivén del que nadie puede escapar.
La mayoría de las narraciones se encuentran bajo el signo de la ausencia o de lo que se pierde y el único auxilio, la palabra, se encuentra también sujeta a las impresiones de las voces que nos van haciendo notar la perplejidad de la vida y de sus transformaciones. Quizá ese es el gran mérito de quien asume dejar que lo narrado no sea dirigido más que por una realidad de doblaje, y aún más, multiplicación como “Desencuentro”, en el cual la posibilidad del hallazgo se ve frustrada. A sabiendas de que este tipo de situaciones han sido exploradas por el cine romántico, Saona se decide revolver estas cuestiones para llegar a un punto en el que la enfermedad y la muerte próxima relativizan la propia identidad. El ser es una secuencia continua de pareceres que no logran estabilizarse y muy probablemente no sea necesario para adquirir u ofrecer nuevas perspectivas sobre la vida. Esta situación se puede anotar en cuentos como “Ángeles caídos”, en el que resuena la pregunta “¿Quién está contando esta historia?”. Esa es una de las grandes interrogantes del libro, porque la voz narrativa se encuentra sujeta o envuelta en el tránsito doloroso del existir. Sin duda, la pregunta citada también resuena en el cuento “La misma” o en “Una imagen de dos cuerpos”. Los dobles son más que dos, son muchos y sujetos al trascurso de los años, y saben que el deterioro o la fugacidad de la experiencia es la principal característica de esta escritura. Este es un logro que podría ser la vía más sincera y capaz de generar un impacto en el caudal de la cuentística peruana.
El libro es la puesta en escena de la percepción femenina que procura darle cuerpo a cada memoria, a los amantes, a la ciudad en un extenso lamento que se podría resumir en la palabra remembrar. Muchos de los relatos se encuentran en el intento de devolver a sus miembros, una vez más, quizá las veces que sea, a una vida jamás unitaria. En resumen, Margarita Saona toma a las palabras de tal forma que traduce la libertad del sentir entre consonancia y disonancias, sin temor a la vergüenza de la imperfección o la debilidad, tal como afirma en “Morir del cuento”:
Y además están los otros, los que leerán el cuento y creerán reconocerme en él (y tendrán razón) o creerán reconocerse en él (y tendrán razón). Y tendrá poco sentido decirles que los artificios de la ficción, que la libertad de expresión, que la chucha del gato, porque los lectores saben, yo sé que saben, porque soy una de ellos.