Madrid: La Navaja Suiza. 2022. 176 páginas.
Yuliana Ortiz Ruano, destacada autora de Ecuador, tiene la particularidad de poder escribir con las dos manos: la narrativa y la poética. En cuanto a poesía ha publicado Sovoz (2016), Canciones desde el fin del mundo (2018) y Cuaderno del imposible regreso a Pangea (2021), mientras que en narrativa cuenta con la novela Fiebre de carnaval (La Navaja Suiza, 2022) y el libro de cuentos Litorales (2023). Su primera novela le ha valido importantes reconocimientos literarios, como el Premio IESS a la Ópera Prima en Italia y el Premio Joaquín Gallegos Lara, entregado por la municipalidad de Quito a la mejor novela del año.
Fiebre de carnaval cuenta la historia de Ainhoa, una niña de ocho años que vive en Esmeraldas, Ecuador. Ella misma es quien narra sus vivencias. En ciertas páginas abunda un gran lirismo en su voz, a veces puesto en versos y otras en prosa –evidencia de la escritura a dos manos de la autora–, pero con imágenes muy intensas en ambos tipos de discurso. El doble talento de Ortiz Ruano fluye en medio de un elemento presente en toda la novela: la música.
Este es un libro que hace un gran homenaje al baile, a la cultura latinoamericana, a lo afro. Es una novela que mueve los pies, que está marcada por el goce en algunos de sus personajes. Ainhoa cuenta, desde una perspectiva no tan inocente, su historia familiar, la relación con sus ñañas, conformadas por su madre, abuela y tías, la mirada siempre presente de la Mamá Doma, cuyo retrato en la sala de la casa parece el de un mito ancestral, sus pensamientos y ocurrencias al ritmo de canciones de Los Van Van, champeta y cumbia.
Ainhoa va descubriendo un mundo tierno de a ratos, pero salvaje la mayor parte del tiempo. Da la impresión de que su entorno la quiere forzar a madurar, a entrar en una especie de adultez prematura mediante consejos que ella no comprende del todo. Pareciera no tener mucho interés en hacerlo. Por eso sube a un árbol de guayaba y ahí habla de lo que le pasa, de lo que siente, de lo que piensa. Los árboles, el agua –la naturaleza en general– son los espacios donde la protagonista se siente segura y puede ser ella misma sin tener que recibir algún reproche.
“Fiebre de carnaval es un libro que puede ser leído como la construcción de una banda sonora fiestera y latina que crea algarabía y también ambienta la injusticia”
Esmeraldas es un lugar donde el carnaval luce perenne. Recorrerlo mediante la novela es como pisar cualquier barrio del Caribe. Se puede escuchar la música a todo volumen salida de las cornetas de algún vecino (ubicadas en la ventana o la puerta de su casa); los abuelos sentados en la calle entre tabaco y aguardiente mientras echan algún cuento; la gente que baila y desgasta sus zapatos en callejones inclinados. Es posible percibir el bullicio. Fiebre de carnaval es ritmo y sudor convertido en palabras. Leer esta novela es como entrar a la mitad de la fiesta.
Ainhoa es parte de ese carnaval con cierta confusión. Un carnaval ocurrido en Esmeraldas pero que puede ser en cualquier rincón pobre y latino. Mira de golpe escenas de los adultos que intentan quitarle su inocencia. Se asombra caminando entre borrachos en la calle y una música estruendosa. Es una niña que quiere seguirlo siendo en un entorno que aparenta advertirla de peligros; un sitio lleno de “un llanto bailangueado […]. Una melancolía con fondo de tambor”. Así es la fiebre en este pueblo: hay placer y energía hirviendo en cada esquina, aunque algunos (pocos) no se sientan parte de ello.
Con una gran destreza narrativa, Ortiz Ruano muestra a una muchacha que todo se lo cuestiona desde una mirada pueril y severa al mismo tiempo. La novela está hecha desde un lenguaje muy propio, mordaz. Un vocabulario que, si bien es el que utiliza una protagonista infantil, está lleno de crudeza. Ainhoa no siente reparos en expresar el porqué ella debe privarse de ciertas cosas por un temor que le han inculcado, como si estuviese signada de nacimiento por algo que ella desconoce (algo llamado “racismo”, palabra que a los ocho años aún no se ha descubierto):
La casa de mi mami Nela está ubicada en la mitad de dos barrios, cosa seria […], una pequeña línea que divide lo bueno de lo malo. Un mijita, usted no tiene nada que ir a hacer para allá arriba […].Y yo tengo siempre unas ganas de saber por qué si estamos tan cerca, nosotros, al parecer, somos los buenos y los de la izquierda y la derecha para arriba los malos.
Muy al estilo de Junot Díaz (quien da la bienvenida a esta historia mediante un epígrafe), Ainhoa es un personaje que representa ese espíritu de niña caribeña que quiere desnudar todo con los ojos, conocer más sobre la cultura propia y comprender esas cosas que pasan afuera y terminan afectando a quien menos tiene la culpa:
Crisis y los niños […] abandonados por sus papis que se fueron, capaz a Chile o Estados Unidos […]. Feriado, pero aquí no hay feria ni alegría, sólo muertos en la radio […], hay filas para comprar la leche, filas para comprar el pan, filas afuera de los bancos, llantas incendiadas adentro de los bancos […]. Las calles son una fotografía quemándose para siempre.
Y aun con algunas calles encendidas por la furia, siempre hay otras calles encendidas por la parranda. Por ello es Fiebre de carnaval un libro que puede ser leído como la construcción de una banda sonora fiestera y latina que crea algarabía y también ambienta la injusticia. Hay mucha rumba, sí, pero también crítica social de por medio.