Buenos Aires: Promesa Editorial. 2021. 61 páginas.
“Roba al reciénnacido de la cuna/ y en su lugar deja a un elfo pequeño. Así/ comienza el cuento”. Este es el eje ficcional que enhebra los poemas de Elfo corporativo (2021). De su autora solo se nos asoma un significativo dato biográfico en la solapa de este libro editado en Buenos Aires, bajo el esmerado cuidado de Promesa Editorial. Rita González Hesaynes nació en Azul, en el corazón de la pampa húmeda. Otro elemento a resaltar es la hermosa ilustración de la portada, una obra de Angelique Pierre que destaca, por su tupido trazo y pertinencia, una figura central: un elfo que acaricia a una bestia. Su mirada es gacha y melancólica, rodeado de una compleja trama de ramas en un bosque oscuro.
A partir del primer texto se despliega lo que será el nódulo central del canto. El elfo abandonado habrá de tramar la singularidad de su propio lenguaje, la huella dactilar de su voz, su único e inconfundible aroma, con el propósito de dar con la articulación de una lengua sin molde, desfondada al nacer y arrojada a la intemperie entre las otras voces: “al nacer/no había lengua materna/todo idioma era el mío y hablaba con las flores y los cantos/rodados/y los gnomos y las almas que cruzan los espejos/para ir de mundo en mundo”.
Tal vez la razón última o la primera de la poesía sea comunicar, tocar, trocar, rozar al otro con su vértigo o su sombra, ¿revelar un sentido? En esta historia el elfo crece entre humanos y se domestica, se vuelve carne de cañón de un deshumanizado sistema de poleas y ruecas, un animalito más que hará girar la rueda sin cesar en un reino laboral construido alrededor de los grandes modelos de producción y consumo, de “precios, notificaciones, actas, recibos y logísticas”. Ahí, en esa circunstancia de vida, ocurre la fragua de la voz, la rebelión, acaso solo posible desde un saber hacer con el lenguaje, en esa lengua rara de los poetas, tan singular, tan rara desde lo raro, que desde lo anómalo tiene la posibilidad de desapropiar y desnudar la bastardía de las otras lenguas.
En el tiempo alquímico del bosque, el lenguaje era canto rodado; la lengua era todas las lenguas en la edad dorada del mito. Dentro del mundo corporativo, el elfo templa de aquel hilo vegetal que lo conecta al sueño. Sin una lengua materna propiamente dicha, denigrado de la hermandad de los que no hablan ningún idioma, sin familia, sin filiaciones, el elfo se rebela y nos revela una lengua germinal que subvierte la lengua del enemigo.
En este poemario cada texto se ceba en los diversos discursos de las transacciones humanas dentro de las estructuras de poder, en los cosos de producción y sus implacables jornadas laborales. La apuesta es develar la frontera de lo lírico y lo anti lírico, poner a trastabillar la idea de lo poético sublime. Aquí la palabra se juega su exactitud aterradora en otras lides. Rita González Hesaynes escribe un poema “Contra la poesía”, a semejanza de aquella célebre invectiva que pronunciara Witold Gombrowicz en Buenos Aires en 1949, poeta extraño y extranjero, viendo y escribiendo al margen de los grupos literarios imperantes.
La voz poética se torna en voz fractal, voz acopio, voz unívoca que desde su orfandad da cuenta de la estafa del aséptico lenguaje corporativo, con su eficiencia maquinal, de código cerrado y acordado entre los participantes del daily stand-up, que extirpa cualquier asomo posible de sensibilidad o de vulnerabilidad. También pone en evidencia las tretas del lenguaje publicitario, los usos y giros lingüísticos de las redes sociales o los términos de la tecnología y la programación.
Este poemario de González Hesaynes retoma aquel sentir de Drummond (con su “Elegía 1938”), cuya propuesta modernista apelaba al uso de un lenguaje claro y prístino, que se desembarazaba de los ripios de la poesía brasileña que le antecedía, para dar voz al sin sentido del trabajo alienante y deshumanizado.
El poderoso monstruo corporativo sin duda ha mutado en sus modos de explotación y sometimiento, pero sus fines y objetivos permanecen intactos. Aquí se ensaya un mosaico de lenguas que aglutinan un grito que irrumpe ante el espacio diseñado por una lengua utilitaria, hegemónica y eficiente en los fríos cubículos de paredes de vidrio sin mayores distractores. Es labor del poeta ser el canto rodado, el estruendo, la voz rabiosa, esa piedra áspera que golpea las ventanas.