Como si existiese el perdón. Mariana Travacio. Buenos Aires: Metalúcida. 2018. 138 páginas.
Como si existiese el perdón (Metalúcida, 2018), de Mariana Travacio, es una novela atrapante de mucha acción que es difícil de dejar de leer y aún más difícil de dejar de darle vueltas en la cabeza. Con bastante precisión e intensidad, la novela se divide en 62 capítulos cuya brevedad resulta engañosa: cada capítulo se lee rápido pero su efecto es duradero. Una novela violenta y profundamente psicológica, quizás el adjetivo que mejor la describa sea cinemática. Cual escena de una película, cada capítulo es una poderosa viñeta que construye el suspenso e incentiva a la lectura maratónica. Pero cuidado, estimados lectores. Puede que perciban ecos de otras historias y comiencen a cuestionarse si ya se han encontrado a estos personajes en otras páginas.
Ambientada en el campo argentino, la novela se lee como un western de gauchos contemporáneo. A los personajes nunca se los refiere directamente como gauchos, aquellos personajes literarios semejantes a los vaqueros y popularizados en los folletines decimonónicos en Argentina y Uruguay. Sin embargo, se le asemejan bastante: tal como hicieran los gauchos del siglo XIX, los personajes de Como si existiese el perdón andan a caballo, tocan la guitarra, beben y son supersticiosos. Sobre todo los personajes se rigen por el código de honor de los gauchos, el cual iguala la justicia con la venganza del renegado y donde la fraternidad entre los hombres dictamina el orden. El supuesto vacío de la llanura recuerda a la literatura escrita por los hombres letrados de la ciudad que buscaban “llenar” el desierto con ficciones antes de llenar el campo con ganado.
La tierra vacía, el polvo y la llanura contribuyen a un sentimiento profundamente perturbador donde los personajes parecen estar atrapados en un ciclo tanto natural como predeterminado. En este sentido, la novela es un western. Explora la frontera psicológica entre la niñez y la adultez, entre la protección y la acción, entre el honor y la venganza, y entre el mito y el destino. La venganza surge como una consecuencia natural de un entorno que la permite y la espera. La venganza es destino, y el perdón, como indica el título, es una ilusión. Los personajes no se cuestionan sus impulsos de vengar a quienes han perdido; al contrario, aceptan el destino que deben cumplir en este ciclo de venganza sin fin.
Narrada desde la perspectiva de Manoel, un muchacho que ha perdido a ambos padres a una temprana edad, la novela comienza con la imagen de un viento norteño, seco y adormecedor. El viento llena a Manoel, cuyo miedo más grande es morir de sed en el desierto. El vínculo más fuerte de Manoel es el que tiene con El Tano, el hombre que lo crió. Figura paterna, El Tano le enseña al chico sobre la vida, así como sobre la muerte y la pérdida. Manoel también cuenta con el viejo Antonio, el carpintero local responsable de hacer cunas para bebés y féretros para hombres. Un día, aquel viento norteño trae a un forastero al caserío de Manoel. El extraño es uno de los siete hermanos Loprete, los dueños de los “campos de agua,” lagunas distantes inimaginables para Manoel y su familiar desierto. La muerte de Loprete pone la trama de la novela en acción y su sepultura bajo la tierra seca y polvorienta exhuma la razón de la orfandad de Manoel. Así como los Loprete restantes buscarán vengar al hermano muerto, Manoel y El Tano vengarán a los padres del chico, llevando a cabo así su destino. A través de una serie de escenas violentas que se intercalan con venganzas pasadas, la novela explora los distintos significados de la fraternidad y la amistad.
El intenso sentimiento de venganza de Manoel se complementa en parte en su falta de interés en las mujeres, quienes están bastante ausentes en la novela. A excepción de unas pocas hijas y hermanas bondadosas (figuras estereotípicas), la ausencia de las mujeres en la novela es bastante literal: Loprete llega al pueblo en busca de una mujer que se le perdió. Esta pérdida se refleja en la confesión de El Tano de que él también había llegado al pueblo en busca de una mujer que no podía encontrar. Las mujeres ausentes también incluyen aquellas cuyos cuerpos no están, pero cuyos fantasmas acosan a sus maridos hasta la locura y aquellas cuyos cuerpos existen, pero que han perdido sus facultades mentales.
La novela abunda en ecos y repeticiones, personajes que se asemejan, frases que ya se han dicho. Dentro de la narración, los personajes se entrelazan a través de gestos repetidos, circunstancias similares, y eventos comunes. Fuera de la novela, Como si existiese el perdón presenta ecos de historias de gauchos tales como el poema narrativo Martín Fierro (1872, 1879) de José Hernández, el popular Juan Moreira (1879) de Eduardo Gutiérrez, y Don Segundo Sombra (1926), la nostálgica representación del gaucho en vías de desaparición de Ricardo Güiraldes. Sobre todo, la novela de Travacio me recuerda los cuentos gauchescos de Jorge Luis Borges, en particular “El fin” (1953) y “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)” (1949). Borges “mata” narrativamente a Martín Fierro para darle una nueva vida a través de “virtualmente inagotables repeticiones, versiones, perversiones”. Sería difícil evadir la larga sombra de Martín Fierro y de Borges sobre la literatura gauchesca argentina y sobre la literatura que le sigue.
La nueva vida que Travacio le otorga al western gauchesco a través de Como si existiese el perdón se une a otras obras contemporáneas de escritoras argentinas como El país del diablo (2012), de Perla Suez, que ganó el premio Rómulo Gallegos, Las aventuras de la China Iron (2017), de Gabriela Cabezón Cámara, cuya traducción al inglés por Fiona Mackintosh e Iona Macintyre fue seleccionada para el premio International Booker Prize, y El viento que arrasa (2012), de Selva Almada. Con una mirada hacia el interior del país y hacia el interior de la mente, la novela de Travacio se ubica en la conjunción de varios géneros literarios atravesados por ecos, repeticiones, y transgresiones de manera conmovedora e inolvidable.
Manuela Borzone
Lafayette College, Easton, PA