Mandala. Alejandra Jaramillo Morales. Bogotá, Diente de León, 2017. Haz clic aquí para leer la novela digital.
“Habrá una escritura posible para contar la experiencia. Se pregunta”. El pasaje pertenece a “Mutaciones”, la primera de siete partes en que está dividida la novela y que, por cierto, no es la única forma de división que nos ofrece Mandala. En este fragmento, Amaura da cuenta de su retiro a la laguna sagrada, una Villa enigmática, dice, en la que el encuentro con la naturaleza conduce a una transformación de la percepción física: “… el vértigo de saber que mi cuerpo se expandía más y más. Me ahogaba a veces la velocidad y el peso, otras lo incorpóreo y la liviandad”. El fragmento se titula “Una grieta en el viento” y junto con “A la sombra del árbol”, “Sol en virgo…” y “El cántico del agua” registran este viaje iniciático de Amaura, asociado además a visiones extrañas que la acechan y que acompañan el momento de transformación de esta mujer que ha decidido renunciar a su trabajo como editora y empezar de cero. ¿A hacer qué? No sabemos, porque ella misma no sabe, y esa incertidumbre, una suerte de salto a lo desconocido, hace parte fundamental de las reflexiones de Amaura.
Al mismo tiempo, sería injusto afirmar que la novela depende de un único nudo narrativo. Más bien, el relato de Amaura se desplaza constantemente, interrumpido por otros recorridos posibles que saltan de una parte de la novela a la otra sin la intención de respetar una unidad de conflicto, ni mucho menos la cronología de las acciones, o ni siquiera la jerarquía de las voces narrativas. Podría afirmarse que el lector se siente conminado no tanto a averiguar qué va a pasar con Amaura sino a olvidarse de ella y reemplazar su interés por la multiplicidad de pequeños mundos que constituyen el universo (¿virtual? ¿literario?) creado por Mandala.
Entonces, la pregunta sobre cómo contar la experiencia presenta matices distintos que valdría la pena desplegar. Significa, primero, cómo contar la experiencia de lo incorpóreo, ese “fluir de amores y sensaciones” (“Sol en Virgo…”) que avasalla a Amaura y a la mayoría de los personajes que transitan por la plataforma virtual de la novela. Si hubiera que transformar este primer matiz en pregunta, podríamos formularlo así: ¿Cómo contar lo incierto y lo azaroso desde la racionalidad del lenguaje y el orden de las estructuras literarias o las reglas de los géneros? Por otro lado, implica una indagación acerca de cómo volver literarias herramientas y lenguajes digitales. Los materiales narrativos han sido pensados desde un contexto digital y para ser leídos en ese contexto, con lo cual la experiencia de lo literario y la experiencia del recurso electrónico ocurren al tiempo, y en este encuentro se articula uno de los grandes aciertos de Mandala. Como si la novela (la autora a través de la novela) se estuviera preguntando: ¿puede el conocimiento propio de lo digital (la programación, el diseño, la web) servir a la construcción de una experiencia literaria particular, es decir, diferente a la que propicia la tecnología del libro?
No sorprende que Mandala se ocupe de construir una experiencia narrativa en la que el lector-usuario constituya una parte activa de la novela. La experiencia del azar da forma a los personajes y, simultáneamente, al rol creativo del lector presupuesto por la plataforma. Desde la perspectiva de los personajes, las historias que predominan son aquellas que hablan de lanzarse al “abismo de lo desconocido”, es decir, elegir recorrer caminos en los que se entra a ciegas, sin saber qué se va a encontrar: vemos a Amaura arriesgándose a explorar maneras alternativas de relacionarse con el conocimiento y el amor en su relación con el abuelo muisca; a Pilar que, sin tener mucha idea de lo que está haciendo, entrevista a un preso con el fin de ayudarlo a escribir su historia; al suicida que escribe un diario en el que trata de explicarse a sí mismo la necesidad vertiginosa de quitarse la vida; a la mujer que, en pleno brindis de la fiesta familiar por sus cincuenta años, pide disculpas, abandona la celebración y se monta en un taxi rumbo al aeropuerto, sin mucha claridad de lo que va a pasar ahora.
De igual forma, desde la perspectiva del lector, no existe un único orden de lectura, o una vía más apropiada que otra para transitar por las partes de las novelas o por sus fragmentos. Esto se logra a partir de varias características notables en el diseño de la plataforma. Al final de cada fragmento, por ejemplo, el lector se enfrenta a una disyuntiva: ir al “siguiente” apartado o “perderse”. Si decide “perderse”, la plataforma lo lanza a recorridos aleatorios de lectura. Pero ni siquiera si decide ir al próximo fragmento se tiene asegurada una comodidad lineal en el conflicto o en la acción, pues sucede de manera frecuente que se alternan los relatos de más envergadura con tertulias en las que personajes sin nombre opinan sobre temas diversos (la demanda política que se hace al arte en Colombia, los modos en que representa el amor en la literatura, la racionalidad particular del arte), o con escenas de la infancia que impiden el avance de la acción principal y se regodean en la exploración de memorias que no se pueden asignar rápidamente a un personaje particular, o simplemente con escenas cotidianas en las que no parece ocurrir nada relevante pero en las que vamos descubriendo por qué, sobre todo Amaura, tiene esa necesidad tan fuerte de avanzar hacia el futuro incierto que ha insistido en labrarse para sí misma.
No solo esto. La interfaz está diseñada para que el lector-usuario obtenga, después de completar cierto número de fragmentos leídos, un oráculo escrito por Tigua Nika Sua, abuelo muisca que colaboró desde el inicio con el proyecto. En ocasiones, en vez de oráculo, el lector obtiene un mandala miniatura, es decir un pequeño diagrama de los muchos que integran el mandala general de la novela. Si la experiencia del lector tiene un objetivo definido desde el principio, no es tanto el de llegar al final de la novela, sino justamente el de completar los recorridos del mandala, incluido en una de las opciones de la plataforma. Distintos diagramas, colores y formas se activan cuando uno recorre esta figura, en la que se reordenan de manera arbitraria, o más bien, de acuerdo a la lógica propia del diagrama, las siete partes de la novela y los fragmentos (ochenta en total) que componen estas partes. Es cierto que el lector-usuario cuenta con la opción de un tablero de lectura para rastrear el porcentaje de lo leído, pero curiosamente importa menos este porcentaje que el deseo por descifrar la disposición de los temas, los relatos y los tipos de texto distribuidos en el mandala. En este sentido, Mandala acoge como propias las palabras de Morelli de Rayuela, novela con la que masivamente dialoga la obra de Alejandra Jaramillo: “Escribir es dibujar mi mandala y a la vez recorrerlo, inventar la purificación purificándose; tarea de pobre shamán blanco con calzoncillos de nylon” (Cortázar 82).
Una nueva serie de preguntas emergen en este punto: ¿Cuál fue el criterio seguido en la construcción del mandala para asignar colores y formas a los diferentes fragmentos? ¿Hay un orden secreto en el mandala, en la continuidad elegida para poner un texto al lado de otro en el diagrama? ¿Cómo tuvo lugar esa tarea de traducir el material narrativo al lenguaje del mandala? La suma de saberes técnicos y artísticos inusuales para el proceso de edición de una novela (diagramadores, diseñadores web, una dibujante, un sabedor muisca) admiten una pregunta adicional sobre la figura de la autora: es cierto que la idea original y la escritura pertenecen a Alejandra Jaramillo, ¿pero no se implica de entrada un trabajo colectivo semejante al que ocurre en el teatro o en el cine, lo que modifica definitivamente ciertas nociones tradicionales del proceso de escritura, de la genialidad literaria como un asunto individual y de los medios mismos de producción de una obra a la que, porque no nos queda más, seguimos llamando novela? Al fin y al cabo, para producir esta novela digital fue importante el apoyo concedido en 2016 por los Premios Crea, del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones de Colombia.
Mandala parte de una interrogación que pertenece a la tradición literaria (¿cómo contar una historia?) y agrega una capa que expande esta pregunta a la contemporaneidad de los recursos digitales (¿cómo contar una experiencia literaria desde y para un contexto digital?). En el 2018, Mandala recibió el segundo lugar en el “Premio a la Innovación Digital Congreso Libro Electrónico”, otorgado en el marco del VI Congreso del Libro Electrónico en Huesca, España. El jurado consideró precisamente que “Mandala son muchas novelas, según cada lectura elegida o el azar”. En la experiencia de aleatoriedad de la lectura confluyen las estrategias literarias pensadas en el marco de lo digital. Hay una tensión productiva en el centro de esta propuesta de literatura electrónica que se advierte en varios niveles de la novela: tensión entre el orden inherente al mecanismo narrativo (programado, escrito, corregido, ensayado de acuerdo a protocolos estrictos) y el lanzarse al vacío de los personajes o la exploración del azar en la experiencia de lectura; tensión entre la plataforma virtual y el universo muisca que subyace no solo a los relatos sino también a la noción misma de mandala; tensión entre los procesos tradicionales de creación narrativa y la incorporación de herramientas digitales que transforman estos procesos en algo diferente, en suma, una tensión entre lo literario y lo no-literario que, sin embargo, constituye el material principal del que se alimenta la novela. Las razones acumuladas en esta reseña convierten a Mandala en la novela digital más importante escrita en Colombia y, con suerte, entrega razones para ampliar su público de lectores y el tipo de espacios en el que puedan discutirse las preguntas que esta obra presenta a la tradición literaria nacional y regional, así como en el ámbito global en el que se quiere inscribirse el campo de la e-lit.
Óscar Daniel Campo Becerra
University of Illinois at Chicago
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