¿Nos podrías contar un poco cómo surgió y de qué manera se transformó la necesidad del taller en un proyecto mucho más formal asociado al pregrado y la maestría en Creación Literaria?
El Taller de Escritores de la Central tiene una historia larga. En 1981, cuando le propuse al rector Jorge Enrique Molina la creación de un taller de escritores, existían muy pocos en Colombia. En Medellín, Manuel Mejía Vallejo dirigía el de la Biblioteca Pública Piloto. Y no más. Por el contrario, una sombra los opacaba. Mi generación literaria sospechaba de ellos. Creían que podrían politizar la literatura, que servirían de instrumento evangelizador o de proselitismo. Yo salía de una crisis personal frente a la crítica literaria, que había ejercido en periódicos. Y en otros países (USA, México, Cuba, Argentina, Chile) los talleres discurrían sin ningún problema. Entonces, volví a descreer de los prejuicios, abandoné la idea del grupo literario bohemio o partidista, me marginé de la crítica y abordé la creación literaria como algo por descubrir. Hice a un lado, sin apostatar, los estudios lingüísticos, la historia y la teoría literarias (ellas no habían aportado nada a la creación, la academia misma excluía la creación de sus programas), historias y teorías muy ceñidas a los gustos de los autores, y me dediqué a crear un programa integral e interactivo sobre la creación narrativa, a investigar un método para ejecutarlo en la práctica y a trabajar con quienes querían desnudarse. Práctica e inducción me guiaron, sin apostatar, repito, de lo que había aprendido. La práctica, entonces, la hice leyendo las obras originales (no las historias y las teorías), acercándome sin prejuicios y con seriedad a los reales y posibles mapas y procesos de los narradores; me rebelé contra los programas que obligaban a leer diez tomos sobre el Quijote o Ulises (sin haber leído el Quijote y Ulises). Comencé a vislumbrar un pentagrama que me y nos permitiera componer e interpretar el proceso de la creación narrativa. Yo había ganado varios concursos de cuento. Sabía cómo era ese proceso. Y ahora, con el apoyo de doce o trece siglos de literatura (a espaldas de las preferencias del profesor o del director del grupo), podía ir en busca de eso que, finalmente, llamé pentafonía de la creación narrativa. En 2006, el Taller de Escritores de la Universidad Central tenía más de 200 reconocimientos a sus egresados, en concursos locales o internacionales: crear, luego de leer y analizar los cambios evolutivos en doce o trece siglos de obras básicas, no siempre clásicas (de cuentos y novelas), comparando, en sentido progresivo, de atrás hacia adelante, orden que siempre se había puesto en duda (porque lo viejo se lee con más dificultad, se decía), había confirmado la congruencia de mi propuesta. Y así fui completando y confrontando (siempre he trabajado como en un laboratorio de experimentación) la sintaxis y concordancia del programa, que llevábamos a cabo con periodizaciones y cronogramas diferentes en cualquier salón de la Universidad Central. Me apropié de las herramientas básicas de la escritura, no con fines gramaticales, sino literarios y, sobre todo, escudriñé en los ciclos y relaciones del proceso en la creación de un cuento o una novela. Y así llegué a configurar y sistematizar la pentafonía: sujeto, objeto, relación, perspectiva y medios, pentafonía sin la cual —sépalo o no el escritor— nadie puede realizar su objetivo. Y eso hago todavía cada semestre, sin repetir jamás un texto narrativo, porque en cada autor y en cada texto la libertad de creación será siempre diferente.
Cuando el rector Guillermo Páramo Rocha, en la primera década del siglo XXI, conocedor de mi actividad literaria, me pidió que convirtiéramos el TEUC en un programa académico, de pregrado y posgrado, el terreno estaba abonado. De hecho, diseñé las asignaturas del programa de la especialización en Creación Narrativa y, más adelante, el de pregrado de Creación Literaria, con base en cada una de las partes que integraban el programa del TEUC, sólo que redimensionándolas. En la parte básica, por ejemplo, unas clases que dedicábamos a puntuación, gramática o problemas del español, las convertí en las asignaturas de los dos primeros años; propuse nuevas categorías para ejercitar la puntuación; propuse una materia (Literatura y Creación) para el primer semestre como inducción a toda la carrera, donde profesor y estudiante cuestionen la educación aristotélica y canónica (de definiciones paralizantes) para que adopte una actitud liberacionista frente a la creación (no hablo de vanguardismos, por supuesto, cosa que tanto embelesa a algunos profesores, sino de la confrontación permanente entre praxis creadora y praxis imitativa durante la larga vida de los géneros narrativos). Y luego, en los dos últimos años del programa de Creación Literaria (no de Escrituras Creativas, modelo y concepto gringo que respeto, pero no comparto, porque privilegio el sujeto a la herramienta: sin el sujeto la herramienta no sería creativa), desarrollé con nombres propios las materias o asignaturas de la pentafonía, una nueva nomenclatura que sirviera para nombrar ese proceso así sistematizado: quién narra (sujeto), de qué habla (idea y tema), cómo lo argumenta (la historia y el argumento), desde dónde escribe (perspectiva del narrador) y cómo y con qué lo escribe (los medios, es decir, la descripción, la narración, el diálogo y la reflexión). Este esquema, desarrollado en la experiencia del TEUC, fue mi marco teórico y mi plan de desarrollo para la carrera. Cuando alguien del Departamento de Humanidades y Letras (así se llamaba antes de pasar a ser Departamento de Creación Literaria) me entregó como guía del documento que entregaríamos al Ministerio de Educación un programa de Literatura de otra universidad bogotana —práctica común entre los gestores académicos—, con cordialidad lo rechacé. Mi investigación del proceso de creación narrativa durante tantos años con el TEUC jamás fue del conocimiento del área de investigación de la Central, quizás nunca la hubieran admitido, porque siempre he rehuido los trámites burocráticos, son colonialistas y sometidos a laberintos cientificistas. Yo ya tenía claro, al contrario de lo que me sugería el profesor, que nuestro objeto de estudio no eran los estudios literarios, no la teoría literaria, no el canon establecido, sino ese otro campo abandonado y excluido siempre en la academia, el de los procesos de la creación literaria. Son dos objetos de estudio diferentes, así no sean excluyentes. Y determinan métodos y pedagogías diferentes. En fin, después de 25 años de investigar el proceso de creación artística (siempre me apoyo en todas las artes) en cientos de autores y obras, yo había avanzado lo suficiente como para diseñar otro programa, ahora curricular y sometido a las normas de la academia, cuatro años dedicados a desarrollar en macro (con las perversidades, digámoslo en broma y en serio, del aula de clase, de la celda horaria, de la vigilancia asistencial, de la impertinencia de la calificación, de la “tarea” que ahuyenta la creación) lo que antes había hecho en micro. Creo que la Universidad Central nunca se dio cuenta de ese proyecto de investigación que hice por mi cuenta con el TEUC (de otro modo, tampoco, se hubiera hecho). Quizás los pares y, luego, los funcionarios del Ministerio de Educación que dictaron la resolución de aprobación de la especialización el pregrado y la maestría, lo hayan intuido.
Por otro lado, escribiste un libro que, aunque se publicó en el 2010, El universo de la creación narrativa, en realidad, da cuenta de tu experiencia como tallerista. Pero la cosa incluso va más allá, porque el libro propone un método de escritura, es decir, no solo apunta a presentar una historia de las técnicas narrativas, sino que postula una forma de crear con líneas de trabajo bien definidas. ¿Cómo fue la concepción del libro y cómo entiendes su pertinencia todavía hoy día, que sigue siendo trabajado en el pregrado y la maestría de la Universidad Central?
Desde mi época de estudiante de Derecho en la Universidad Externado de Colombia, que continué en el Instituto Caro y Cuervo y en la Universidad Pedagógica, he sido un investigador atado a los famosos ficheros de entonces (ahora menos por razones de la virtualidad). La ruta de 20 o más años dictando el Taller de Escritores la hice construyendo ficheros. Comencé haciendo fichas con todo lo que leía, según el programa cambiante del TEUC (que yo modificaba en la medida que avanzaba la investigación y la experiencia con los estudiantes). Hacía historia de las técnicas literarias en libros como los de Kayser y Wellek y Warren. Descubrí en ellos el orden de los teóricos e historiadores, tan lejano de los sistemas que encauzan el proceso de creación, que, en el fondo, era lo único o lo que más me interesaba. En temas vírgenes, como los formatos del diálogo, me fui a las obras narrativas originales, hice un muestreo y tabulé del siglo XV al XX. Cuando estudié el sujeto (autor, escritor, narrador, personaje, heterónimo, lector) descubrí errores de los teóricos, tergiversaciones y mitos falsos. De cada etapa del proceso en el Taller me quedaban las fichas. Por eso, llegar a la idea de publicar un libro con lo que había redactado siguiendo las fichas, páginas que guardaba en aquellas carpetas de tres aros metálicos de finales del siglo XX, fue apenas una necesidad. Como la universidad entre nosotros no deja investigar, menos escribir, y la burocracia de las clases es absorbente, demoré demasiado en la edición del libro que, finalmente, apareció en 2010 en una mini editorial que había fundado por allá en los años 80. En resumen, en 2004, habíamos convocado a unos diplomados de Creación Narrativa; en 2008, nació la especialización de Creación Narrativa, y en 2010, la carrera de Creación Literaria matriculó sus primeros cuatro estudiantes, a mitad de año. En el 2013, nacería la maestría. Mi libro, cuyo título sigue siendo vigente, El universo de la creación narrativa, resumía la experiencia y los experimentos de casi 30 años con el TEUC y su conversión y adaptación a la academia (siempre dudosa de mi parte) y, reproducía, desde luego, mi objetivo o, al menos, mi voluntad de postular una ruta teórico-práctica para aclarar los procesos y circuitos, claves y piñonería de la creación narrativa, y para recorrerla con los nuevos escritores.
¿Ha cambiado de algún modo su mirada respecto al trabajo y la perspectiva consignada en ese libro, a más de diez años de su publicación? ¿Cómo?
Cierta influencia de la bibliografía de los estudios literarios, que reñía con mis prácticas en el Taller, me hizo reescribirlo muy pronto, y en 2014 apareció una segunda edición con esos cambios. Ahora preparo una tercera edición porque, también, pronto caí en la cuenta de que algo había quedado por fuera: mi espíritu liberacionista. Si no hay ánimo de libertad, si el canon nos acosa, si las hormas nos persiguen, la creación renovada se demora, se desvía o se pierde. Eso lo brinda uno en las sesiones del Taller o del aula de clases, pero es una impronta difícil de expresar y transmitir por escrito. Tanto que algunos —me di cuenta— llegaron a tomar mi libro como un manual, cuando pretende ser todo lo contrario. En el Taller siempre hago énfasis en cómo a través del tiempo cada herramienta ha tenido un uso diferente, renovado; cada parte de la pentafonía (sujeto, objeto, relación, perspectiva y medios), siendo la misma, es diferente en la medida que la usa otro nuevo escritor, sin que se pierda la tradición, porque no puedo confrontarme si no tengo un referente anterior y llegar así a ser a) lo contrario, b) algo similar o c) nada de eso. Ese es el espíritu del creador, aprender del cambio permanente cifrado en la evolución del arte, cuya esencia nunca se encontrará en el canon estático al que se ha llegado. Esto es notable cuando desmontas en una sesión tres cuentos o novelas de distintas épocas. Esa capacidad de libertad, sin embargo, no quedó reflejada en las dos primeras ediciones (aunque está insinuada). Ahora preparo la tercera para darle ese giro, no sé si lo logre. (Por algo, muchos autores nunca escribieron sus talleres y conferencias; letra y ánimo suelen divorciarse).
Del índice de mi libro, aún sin editar, tomé y expuse los dos grandes bloques y las asignaturas de la carrera —redimensionando núcleos, por supuesto—. Repito, no tuve necesidad de marco teórico ajeno a la misma experiencia realizada; era suficiente la confrontación entre textos narrativos, vida y proceso de los autores y la propuesta de una ruta que, en ese momento, había demostrado con pruebas fehacientes (más de 300 reconocimientos a los egresados del TEUC) su validez. Tres factores, trato de sintetizar, se unieron en ese momento: la experiencia teórico-práctica del Taller de Escritores (1981-2011), la escritura y publicación del libro El universo de la creación narrativa (2010, 2014) y el nacimiento de la primera carrera de Creación Literaria en Colombia (y en otros países del continente).
Entrevista realizada por Óscar Daniel Campo y Alejandra Jaramillo, corresponsales de LALT Colombia.