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Número 35
Ensayos

ENSAYO GANADOR: Espigadora de lo ínfimo: a propósito de Rosario Castellanos

  • por Xóchitl Tavera
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  • September, 2025

Nota del editor: Nos complace publicar, en edición bilingüe, el ensayo ganador de nuestro III Concurso de Ensayos Literarios LALT 2025: “Espigadora de lo ínfimo: a propósito de Rosario Castellanos”, de la docente, lingüista e investigadora mexicana Xóchitl Tavera. Sobre el ensayo, el jurado del premio dijo lo siguiente:

 

“Espigadora de lo ínfimo: a propósito de Rosario Castellanos”, de la docente, lingüista e investigadora mexicana Xóchitl Tavera, es un ensayo que, como la misma autora nos señala, “retoma a Rosario Castellanos para pensar la escritura como el gesto de espigar: agacharse, recoger y dar sentido. No se escribe para ordenar, sino para poner en entredicho incluso aquello que nos parece evidente”. Mediante una prosa a la vez crítica y personal, alimentada de otros lenguajes artísticos como el del cine, Tavera nos describe algunas claves del oficio creador y de la intensa biografía de Rosario Castellanos. De este modo, la autora emplea una efectiva metáfora que le da contexto a su ensayo: “…espigadores y escritores perseveran en la rutina de agacharse con el afán de rescatar desde lo más inútil y relegado hasta lo intocable y codiciado”. También es destacable la mirada flexible e íntima que sabe relacionar sin fisuras las citas y las menciones vinculadas con Castellanos, junto a las propias inquietudes intelectuales y vocaciones de quien escribe. Al pensar la obra y la vida de Castellanos, Xóchitl Tavera expone una efectiva y clara poética de una creadora que sigue buscando un lugar definitivo en la narrativa latinoamericana.

ENSAYO GANADOR: Espigadora de lo ínfimo: a propósito de Rosario Castellanos

 

 

Tendrás que escribir, te guste o no, quieras o no. Tendrás que estar sola para escribir

Rosario Castellanos, Tablero de damas

 

La pieza central en una sala de museo en el corazón de la Ciudad de México es una máquina de escribir de armadura metálica en color verde pistache. La luz cenital que cae sobre la vitrina que la resguarda acentúa las marcas dejadas por el desgaste, signo inequívoco de los dedos insistentes que presionaron las teclas hasta escuchar por fin el sonido de la campanilla que anunciaba el inevitable cambio de renglón. Su principal trabajo, según nos explican, fue el de transcribir notas garabateadas a mano que de otro modo se hubieran perdido en la inmensidad de lo jeroglífico. No nos dicen si el artefacto fue muchas veces equipaje de mano, pero al menos nos resaltan un detalle: llegó a México desde Tel Aviv. La dueña de la letra indescifrable y de los manuscritos entintados salidos del rodillo fue Rosario Castellanos.

*

La escritura es un trabajo de perseverancia. Requiere una paciencia monacal para aceptar serenamente los textos que no se logran terminar, el coraje para reescribir aquellos que sí se puede y sabiduría para reconocer sus diferencias. Se debe, además, aprender a reconocer el ciclo de vida del pensamiento que se transformará en cuartillas. Identificar primero a la semilla, regar las notas iniciales para permitirle al borrador que crezca y luego, la inagotable tarea de podar hasta darle su forma final. 

Algo así intuía Rosario cuando se preguntaba si quien escribe es esa figura sentada frente a la página en blanco, que revolotea y duda antes de atreverse siquiera a trazar la letra inaugural; o si, por el contrario, se trata de alguien que, con la confianza de haber logrado transferir al papel lo que tenía en la mente, termina por descubrir que solo fue capaz de producir un bosquejo insípido e incoloro. Y convencida afirma: “Detrás de cada página tersa, de cada texto ordenado, deleitoso, nítido, se ocultan las infinitas tachaduras, los borrones inconformes, los cestos llenos de papeles desechados”1. Esa imagen suya, tan próxima a una costurera que remienda, parcha y descose para volver a coser, se emparenta también con la tarea paciente de quienes dedican su vida a la ardua labor del espigueo. 

*

En su película Los espigadores y la espigadora (2000), Agnes Varda documenta el tránsito del espigueo o glaner como una práctica comunitaria que pasó de la recolección de las espigas de trigo, al rescate en las parcelas de aquellos frutos olvidados una vez pasada la cosecha, ya sea porque las modernas máquinas de agricultura no alcanzaron a llevárselos o bien porque algún rasgo en su tamaño o su forma los hacen despreciables ante los ojos de los compradores potenciales. En la versión contemporánea del espigueo, Varda retrata a las personas que rebuscan entre los desperdicios algún alimento que les permita sobrevivir; televisiones o radios con bobinas metálicas comercializables e incluso objetos para elaborar creaciones artísticas o decorar una habitación. Los ojos del mundo creen estar ante pilas de desperdicios que se pudren, mientras que los aguzados exploradores del excedente siguen perfeccionando la técnica de abrazar lo rechazado para alimentar su cuerpo y llenar sus casas. 

Rosario escribió que el mundo se sostiene gracias a que la humanidad acumula respuestas para sus preguntas y objetos para sus necesidades con el mismo tesón que los insectos. De forma similar, espigadores y escritores perseveran en la rutina de agacharse con el afán de rescatar desde lo más inútil y relegado hasta lo intocable y codiciado. Puede ser que el cúmulo de cosas recogidas —palabras, fragmentos, objetos o restos— sea en apariencia lo mismo para todos, lo que varía es la postura desde la cual se le mira. Solo quien se dobla para alcanzar lo que otros descartan es capaz de volver lo cotidiano algo relevante. No puede ser casualidad la postura encorvada que comparten ambos oficios. 

Escribo porque yo, un día, adolescente
me incliné ante un espejo y no había nadie.
¿Se da cuenta? El vacío. Y junto a mí los otros
chorreaban importancia.2

*

En Escribir, Marguerite Duras apuntó la soledad como una de las cualidades intrínsecas del acto creativo. Es firme en su sentencia: para lograr escribir, es imprescindible la separación de los demás. Se trata de una distancia física, en efecto, pero también de la medida necesaria no solo para que las palabras puedan gestarse, sino para que lleguen a término. Para ella la condición primigenia de este trabajo era el aislamiento, del cual se proclamó defensora. Mary Oliver comparte la trinchera del retiro, pero reconoce que a veces las mayores distracciones no se encuentran solamente en el timbre de la puerta que ahuyenta las ideas, sino que provienen de la voz interna que advierte una alacena vacía o una cita impostergable con el dentista. 

Pero sabemos de sobra que abstraerse es una encomienda inútil; que siempre hay cuentas por pagar, familias y amistades que atender y otras responsabilidades de la adultez hecha y derecha que nos impedirán —siempre en tiempo futuro— hacernos de un espacio en blanco cuyo único fin sea el de permitirnos escribir sin distracción. No hay otra forma que tener una doble vida: trabajo remunerado de día, escritura de noche. Y si se suma el ruido tan reconocible ya del autoengaño, de la poca credibilidad en lo que escribimos y el convencimiento de que no tenemos nada nuevo que contar, entonces el espacio se reduce y nos aprieta hasta desmoronarnos. 

Estoy segura de que Rosario Castellanos tampoco tenía tiempo. Cuando no era profesora era madre y cuando era madre, además, era diplomática. Enterrada bajo la burocracia, las obligaciones y el tambaleo emocional, su disciplina la convirtió en espigadora de doble jornada: por un lado, para sacar el tiempo, quién sabe de dónde, para escribir y, en segundo lugar, para recolectar el trayecto nimio de la vida: vajillas, recibos e hijos que se tornan chambelanes o aspiran a ser revolucionarios o futbolistas. Dudo mucho que al menos una vez haya conseguido, en grado absoluto, soledad o paz y, sin embargo, hizo del alboroto su mejor arcilla. 

Como escritora, Rosario supo cómo afinar su mirada para encontrar sentido entre los aparentes residuos de lo cotidiano. Supo espigar en los trebejos de la economía doméstica, el amor, la maternidad y la muerte para volverlo una materia compartida. No escribía para sí, sino desde sí; su trabajo es la evidencia de que lo personal, visto con precisión y distancia, es un tejido común y que en aquellos lugares donde solo hay cazuelas y manteles de lino también duerme la poesía. 

*

La escritura es un oficio paradójico: ocurre en primera persona, pero intenta atravesar la experiencia colectiva. Se sostiene por un hilo negro que ahora sabemos que no fue descubierto, sino que es el que nos ha bordado como humanidad. Los temas, más que una necedad por ser únicos, son más bien resonancias de otros cuerpos, otros lugares y, sin lugar a duda, de diversas temporalidades. Por eso se acerca mucho más a la tarea del espigador que hurga y pepena entre lo que nos es común a todos. Desarrolla un olfato refinado para extirpar pizcas de lo habitual y hacer con ellas su propia versión. No hay escrituras iguales, del mismo modo en que no existen manzanas iguales. 

Rosario Castellanos tampoco fue ninguna Ariadna con un ovillo único y dispuesto para rescatar a la sociedad del laberinto. Lo suyo no fue conducir hacia la salida, sino detenerse a observar las paredes. Supo, más bien, trenzar preguntas con la misma fibra con la que se barre la suciedad y se restriegan las manchas secas. Así, fue espigando las palabras justas y afiladas no solo para evidenciar lo que a todos nos atañe, sino para ponerlo en entredicho. Escribir para Rosario nunca fue esconderse debajo del tapete, sino buscar cómo demostrar que polvo somos y en polvo nos habremos de convertir.  

*

Un día, la máquina verde pistache no volvió a sonar y al siguiente se nos obsequió como pieza de museo. Al asomarse a la vitrina, es posible imaginar lo que guarda en sus engranajes: cartas que no fueron enviadas, borradores que al final se fueron a la basura, poemas que interrumpieron una disertación académica y, quizás, algún cuento que se quedó en pausa porque se quemó el arroz. Teclear para espigar; espigar para existir. Igual que en los ciclos de la cosecha, no importa solo aquello que se recoge, sino el gesto de inclinarse. Mientras haya manos dispuestas, la escritura nos permitirá seguir recogiendo los frutos que poco a poco se van quedando atrás.

El Colegio de México

 

1 Rosario Castellanos, Juicios sumarios II, Fondo de Cultura Económica, 1984.
2 Rosario Castellanos, Poesía no eres tú, Fondo de Cultura Económica, 2020.

 

Foto: Rosario Castellanos, escritora mexicana.
  • Xóchitl Tavera

Xóchitl Tavera (Morelia, Mexico, 1987) is a doctoral student in linguistics at the Colegio de México, a communicologist, and a teacher. Her work has been published in journals including Nexos, Casapaís, Capítulo 73, and Casa del Tiempo, and in anthologies such as Turbulencia Dosmilonce, Hechas de Letras, Monstruas, brujas y feministas, and the VIII Antología de Escritoras Mexicanas. In the essay category, she won the “Punto de Partida” (UNAM, 2025) and “La CDMX en Movimiento” (PUEDJS, 2024) writing contests. She is a 2025-2026 fellow of the Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) Michoacán.

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