“El Hada Cibernética se nos ofrece, pues, como figura emblemática de nuestro tiempo. No podíamos verlo así en aquellos poemas de hace más de cincuenta años, cuando el hablante la invocaba como restablecedora de una anhelada plenitud humana”
Desde que Carlos Germán Belli apareció en el panorama de la poesía peruana, y luego de su pronta difusión en Hispanoamérica –ya a fines de los cincuenta y a comienzos de los sesenta– se hizo notorio un creciente interés de sus lectores y, al mismo tiempo, la sorprendida atracción que provocaba esa escritura. Originalidad y rigor fueron las notas que primero la valorizaron; después, una percepción más afinada llevó a trazar ciertas líneas descriptivas o definitorias de esta poesía: la alianza feliz –inesperada casi siempre por el modo tan personal y eficaz de procesarla– del legado de la tradición que llevaba a la poesía del Siglo de Oro y sobre todo del Barroco; y la voluntad renovadora y rupturista de la modernidad. En este aspecto el poeta asumía cuanto se relacionaba con las manifestaciones de esa modernidad, cuyo epítome fue el dictado superrealista que incitó a las expresiones más resueltas del principio y la práctica de la libertad creadoras. En esta última dimensión era mucho lo que cabía, desde luego, y la poesía belliana ilustra cumplidamente esas varias dimensiones.
El corpus crítico sobre su escritura tiene ya una extensión considerable: libros dedicados al análisis y comentario de su obra incesante, numerosos artículos, notas y reseñas de constante aparición en revistas y periódicos, antologías publicadas en diversos lugares, dan cuenta del interés con que ha sido y es recibida su poesía, singular y única.
Como el registro de esa vasta bibliografía está a nuestro alcance no es necesario volver sobre sus aportes más significativos: ningún lector de poesía hispanoamericana los ignora; pero me parece que es preciso reconocer que el trazado de esas líneas caracterizadoras de su obra se encuentra también insinuado, como en esquemas, en algunos textos breves del mismo poeta, como “Asir la forma que se va”, “El pesapalabras” y sus notas de presentación de El pie sobre el cuello, en 1967.
En el último texto que menciono, Javier Sologuren reconoció una suerte de “autobiografía espiritual” de Carlos German Belli, y creo que es justo estimarla como tal, especialmente en relación con esas notas ya señaladas de la alianza de tradición y modernidad que se manifiesta en su poesía, a partir de su concepto del arte en general como “experiencia, aventura y búsqueda”, notaciones que aclara muy bien en las explicaciones siguientes:
Trato de enseñorearme de una sintaxis intemporal, que no es de este tiempo, basada en el hipérbaton y en la elipsis, como la que ostentaban Góngora, Medrano o Carrillo y Sotomayor. Afecto adrede mi léxico con arcaísmos o con voces poéticas ya en desuso. […] en suma, estoy alcanzando una aparentemente involuntaria consolidación de los contrarios; y sin darme cuenta creo que he engranado en mis versos algo de la tradición y algo de la revolución.
Estas notas describen con precisión un propósito cumplido con extraordinaria lucidez, a pesar de la observación de que ha llegado a ese cumplimiento “sin darse cuenta”. Es cierto: no es raro que los hallazgos estéticos se logren de manera misteriosa y que, por lo mismo, sean ajenos a designios calculados y conscientes. Basta con que la concepción que los subyace como fundamento sean convicciones profundas como las que Carlos German Belli manifestó al definirlas como “experiencia, aventura y búsqueda”.
“ESA AUDACIA CREADORA, QUE ES SU SIGNO Y SU SINO, LE PERMITE ACOGER LOS MÁS DIVERSOS ASUNTOS, TEMAS, FIGURACIONES POÉTICAS, SIN DESCONOCER U OMITIR NADA DE LO QUE TOCA A SU SENSIBILIDAD Y A SU IMAGINACIÓN COMO PROPIO DE LO REAL HUMANO”
En las otras reflexiones suyas, como en el importante escrito titulado “El pesapalabras”, invisible instrumento mental imaginado a partir de lo que llama “la buena nueva de los Pese-Nerfs” de Antonin Artaud, obra aparecida en 1927, en curiosa coincidencia con el año de nacimiento de nuestro poeta, y ya que se trataba en Artaud de instrumento concebido “para hacer patente lo indecible y desencadenar la liberación del espíritu humano”, su imaginado pesapalabras le sugirió que escribir es, dice, “como tomar el peso a todo sonido, todo sentido”.
Sugestiones muy poderosas son estas, pues permiten a su vez imaginar un tejido en el cual cabe “lo indecible liberador” y las anticipaciones del orden más diverso, como fue el que constituye una de las más singulares y audaces configuraciones poéticas, la de ¡Oh Hada Cibernética! como manifestación fantástica que podríamos entender como una corporeización de los poderes que caracterizan y rigen nuestra época. Siempre me ha sorprendido esa ocurrencia que se lee tempranamente en el poema titulado precisamente “Oh Hada Cibernética”, publicado en la plaquete Dentro & fuera en 1960.
Oh Hada Cibernética
cuándo harás que los huesos de mis manos
se muevan alegremente
para escribir al fin lo que yo desee
a la hora que me venga en gana
y los encajes de mis órganos secretos
tengan facciones sosegadas
en las últimas horas del día
mientras la sangre circule como un bálsamo a lo largo de mi cuerpo.
Considero importante detenerse en esos versos en los que el hablante belliano pide a su modernísima musa que le conceda alguna vez la facultad de mover sus manos “alegremente / para escribir al fin lo que yo desee / a la hora que me venga en gana”, porque en ellos se anuncia la revolucionaria práctica de la automatización que llegó, como se puntualiza en estudios dedicados a estas materias, “de la mano de las computadoras personales sólo en 1980”.
Aún más, al año siguiente de la publicación de Dentro & fuera, ¡Oh Hada Cibernética! apareció en 1961 dotado de nuevos poderes, dando lugar a una línea fundacional de lo que podríamos designar como “ciencia ficción” poética. Si en las antiguas literaturas el hada era una concreción fantástica, en figura de mujer, poseedora de poderes mágicos transformadores de la realidad en el orden de lo venturoso o de lo maligno, el Hada Cibernética de Belli se despliega como una imagen caracterizadora de la era que nos toca, la era cibernética, abierta al ciberespacio y poblada por cibernautas que no podremos dejar de ser todos o casi todos. Creo que es este un contenido del mundo poético de Carlos German Belli de los más novedosos y trascendentes, por lo que significa como anticipación de lo que ahora es ya sumamente familiar y cotidiano: el Hada Cibernética se nos ofrece, pues, como figura emblemática de nuestro tiempo. No podíamos verlo así en aquellos poemas de hace más de cincuenta años, cuando el hablante la invocaba como restablecedora de una anhelada plenitud humana.
En un primer momento, tales poemas, como muchos otros de sus libros de la década del sesenta, llegaban a su lector como una audaz y singular contraposición de desvalores frente a la insinuada o manifiesta búsqueda de valores esenciales, contraposición siempre iluminadora en esta poesía, cuyo alcance significativo podemos apreciar cada vez mejor como caracterizadora de una época. En el ámbito de la realidad rechazada o de los desvalores, bastará recordar versos y secuencias tan memorables como las que brevemente citaré, aunque se encuentran de poema en poema en esta escritura: “¡Cuánta existencia menos cada vez / …. pues en cada linaje / el deterioro ejerce su dominio / por culpa de la propiedad privada, / que miro y aborrezco”; o la mención: “líbranos / de los oficios hórridos humanos”; o “En este valle de heces no finible / véome que soy zaguero”; o el intenso poema “Cepo de Lima”.
Deterioro, oficios hórridos, heces, cepo, voces de una serie de signos valorizados de la misma o semejante especie; y sus opuestos, lo desiderado, declarados o implícitos, marcan la obra belliana con un signo mayor de audacia creadora, que a mi modo de ver y de leer no tiene otra antecedencia en la poesía hispánica moderna como no sea la de César Vallejo.
Esa audacia creadora, que es su signo y su sino, le permite acoger los más diversos asuntos, temas, figuraciones poéticas, sin desconocer u omitir nada de lo que toca a su sensibilidad y a su imaginación como propio de lo real humano, en una actitud que se me ocurre representar no sólo como la de un “Adán postrero” (así llamado en un temprano poema del libro de 1958), sino como la de un Adán originario nombrando cuanto hay que nombrar sin temor a la disonancia, a la ruptura de un decir establecido, y animado sólo por su voluntad de “asir la forma que se va”, con todo lo que esta formulación implica.
El registro y recuento del repertorio de temas y asuntos de la poesía belliana ha sido realizado en varias ocasiones. Roberto Paoli, por ejemplo, lo enuncia, aunque poniendo el énfasis en el aspecto lingüístico que lo declara, y en su resumen menciona la recurrencia de Belli a voces tecnológicas, químicas e industriales: robot, cibernética, hidráulico, supersónico, plexiglás, celofán, vitaminas, antibióticos, y a otros léxicos especializados como el anatómico-fisiológico (bolo, glándula, cordón umbilical, subcutáneo); el alimenticio (las albóndigas, la tortilla); el económico-administrativo, etcétera.
A las menciones anatómico-fisiológicas registradas en ese resumen, hay que agregar bofes y su abarcador derivado “El Bofedal”, que es señaladamente representación del mundo real de injusticias, opresiones y agravios. Hay, desde luego, otras voces en ese léxico que expresan el inesperado y singular espectro temático de la poesía belliana. Es una tentación detenerse a cartografiarlo; pero mi propósito ha sido sólo insistir en su novedad, hoy ya reconocida y celebrada por todos.
No quiero dejar de señalar la destreza de Carlos German Belli en una práctica de desplazamientos expresivos y temáticos, muy ilustrativa de lo que he querido decir hasta aquí: es notoria la importancia que tiene en su poesía la alabanza y elogio del bolo alimenticio, que de parecer un apoético elemento de un proceso fisiológico, suscita en esta poesía interrogantes y celebraciones como instancia esencial de vida y muerte. Se anuncia este tema en ¡Oh Hada Cibernética! (1961-1962), reaparece en Por el monte abajo (1966), se expande en el libro de 1979 como alabanza y se invoca otra vez su elogio en “La canción inculta”, en 1982. Mucho interesa, según creo, estudiar esa práctica de desplazamientos temáticos y de menciones en una especie de migración que abre espacios diversos en su paso de poema en poema.
Una nota final del cierre de estas páginas tiene que ver con la vivencia y expresión de lo marginal, que constituye una constante de la escritura belliana. Tal preocupación temática, si no inédita en la literatura, en la medida en que esa constante se relaciona profundamente con manifestaciones de soledad e incomunicación, lo es en el caso de Carlos German Belli por la particularidad de su tratamiento, pues en sus poemas esa vivencia no sólo apunta al exilio absoluto de la condición humana, sino también a la realidad referida al individuo en su vinculación social y comunitaria: quien está al margen es ajeno, o se siente separado de su comunidad porque esta lo rechaza o aísla de un modo u otro, y es oprimido, maltratado o negado por ella. Tal el amanuense, presencia emblemática que recorre estos poemas, o el artista cuyo esfuerzo es incomprendido, disminuido y finalmente condenado al olvido, como ocurre en ese poema magistral que es “Al pintor Giovanni Donato da Montorfano (1440-1510)”. En la configuración de esos personajes marginales se advierte la otra valencia central de su poesía: la novedad del acercamiento a ese tema y la precisión admirable para manifestarlo.